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Cajales: entre la cúspide y el precipicio

  • Las universidades andaluzas han fichado 250 investigadores del programa Ramón y Cajal, creado para retener talento joven de gran proyección y promover el retorno de cerebros fugados · Los recortes y a veces también los recelos ponen en peligro el futuro de estos científicos a los que se les prometió una plaza fija que ahora no llega.

Los 11 investigadores adheridos al programa Ramón y Cajal de la Universidad de Córdoba han captado en los últimos años 3,6 millones, trabajado en 135 proyectos y liderado 18. Además, han firmado 63 contratos de investigación, son autores de cinco patentes y de los 562 artículos en los que han estampado su firma, casi 400 han sido publicados en las mejores revistas científicas del planeta (técnicamente se denominan publicaciones del primer cuartil). La Universidad de Málaga ha incorporado desde 2007 a 14 cajales que han publicado más de 200 artículos y captado 10 millones de euros. Los ramón y cajal son el top. El no va más.

Este programa se creó en 2001 con la misión de promover la contratación de científicos jóvenes de gran proyección. Era una manera de favorecer el retorno de cerebros fugados y, al mismo tiempo, mover los almidones de la endogamia académica. Con esa doble intención, los cajales son sometidos a un proceso de selección exhaustivo, son reevaluados cada dos años y, en contrapartida, tienen garantizada la estabilidad en la universidad o centro científico que los contrata cinco años después. O al menos tenían esa seguridad hasta que la crisis, los recortes y los límites a la contratación pública puso su futuro en la cuerda floja.

La aportación científica y la capacidad de estos científicos para captar fondos está fuera de toda duda. Daniel Torres-Salinas acaba de publicar junto a Evaristo Jiménez-Contreras un informe con el elocuente título de El efecto Cajal sobre la actividad de este colectivo en la Universidad de Granada en el que constatan que cada uno de ellos publica 2,29 artículos al año, frente a un promedio de 0,66 entre el resto de los doctores. Es decir, son tres veces más productivos y su capacidad aumenta exponencialmente año a año como demuestra que en 2012, aunque solo suponían el 4% de los doctores, generaron el 16% de las publicaciones científicas. Otro dato significativo es el número de veces en que sus trabajos son citados por otros investigadores. En el caso de Granada, en el número de citas supera la media mundial en 17 de 22 áreas. 

Estos datos específicos de la universidad granadina son extensibles a todo el colectivo Cajal. Coinciden también con los resultados de otro estudio realizado por el Gobierno a partir de encuestas a 8.730 investigadores, de ellos 3.496 cajales, en el que se pone de manifiesto que el 45% ha abierto nuevas líneas de investigación en sus centros. “Ser cajal es la cúspide en la carrera científica nacional: es un doctor con una estancia de al menos dos años fuera que ha tenido que competir duro para ganar su puesto porque estos contratos son muy golosos”, dice el granadino Jonatan Ruiz. “Se les exige una producción científica alta y están sometidos a evaluación continua, no pueden tener años en blanco en su actividad y si no cumplen los echan. El resto de los profesores no tienen obligación de investigar y nunca los evalúan salvo para acreditarse como titulares o catedráticos”, puntualiza Torres-Salinas.

Las universidades andaluzas han incorporado desde que se creó el programa 250 cajales. Hasta 2012 todo marchó de acuerdo con las previsiones: selección de entrada, evaluación cada dos años, memoria final, acreditación como I3 y plaza de profesor titular a los cinco años. Sin embargo, el Gobierno cerró la llave del empleo público en 2012. Durante tres años sólo se ha podido cubrir el 10% de las jubilaciones y vacantes. La tierra empezaba a moverse bajo los pies de los cajales. Los que llegaron a partir de la convocatoria de 2008 son en este momento los que se encuentran en una situación más comprometida.

La primera solución que se articuló fue de emergencia: el Gobierno autorizó a las universidades a prorrogar los contratos otros dos años sin perder los derechos adquiridos por este programa. Esta decisión solo permitió aplazar el problema. Ahora el Ejecutivo ha dado otro paso. Los Presupuestos Generales del Estado para 2015 amplían al 50% la tasa de reposición de jubilados y obligan a las universidades y centros de investigación a reservar el 15% de las plazas nuevas para los cajales. La fórmula ha sido acogida con alivio, pero sin alborozo. Como un mal menor.

Roberto Romero, cajal a punto de agotar la prórroga de dos años, espera con los dedos cruzados. En 2008 se incorporó al grupo de Química Analítica de Contaminantes de la Universidad de Almería procedente de la Universidad de Lund (Suecia). Justo cuando debería haber alcanzado la estabilidad profesional se vio en el borde del abismo. La institución académica le ofreció el contrato de dos años (un año prorrogable por otro más) que expira en noviembre. El nuevo equipo de Gobierno de la Universidad de Almería le ha asegurado que no tendrá problemas. “Es complicado acceder a la universidad con un perfil investigador porque la única manera de hallar la estabilidad es como docente”, indica en alusión a que resulta más fácil hallar un resquicio por el que entrar cuando la carrera académica se empieza como profesor ayudante en vez de investigador. “A veces pienso que los cajales somos un estorbo que no saben dónde o cómo colocar”.

La situación de Xiaowei Chen en la Universidad de Cádiz es idéntica. Doctora por el Instituto de Química-Física de Dalian (China), realizó una estancia posdoctoral en la Universidad de Oxford y durante 38 meses trabajó en el Instituto Frizt Haber de Alemania. En 2008 compitió por una plaza del programa Ramón y Cajal que la condujo al grupo de Química de Sólidos y Catálisis de la Universidad de Cádiz. Ahora, junto a otros tres cajales, apura la prórroga de su contrato, a la espera del puesto estable que debió haber tenido hace dos años. “Entiendo que para la Universidad de Cádiz en esta situación de crisis no es fácil”, dice, sin ocultar tampoco la frustración que le produce la incertidumbre. Han sido años productivos, “con más de 30 publicaciones” en el área de las energías limpias y un proyecto Feder que le satisface especialmente porque permitió comprar un equipo de infrarrojos “con el que ahora puede trabajar todo el grupo”.

La experiencia de Jonatan Ruiz es muy explicativa de cómo ha cambiado la posición de los cajales en los últimos años. Cuando en 2010 decidió competir por una plaza acudió primero a las universidades de Granada y Cádiz para testar si existía interés en su perfil. “El rector de Cádiz me recibió personalmente”, recuerda. Doctor en Fisiología del Ejercicio por la Universidad de Granada y en Ciencias Médicas por el Instituto Karolinska (Estocolmo, Suecia), su nombre figura en primera o última posición en un centenar de artículos en revistas de factor de impacto.

¿La tasa de reposición es la única responsable de la incertidumbre de los cajales? También la resistencia de algunos departamentos que ven con recelo el desembarco de unos investigadores en plena eclosión científica, competitivos y con buenas relaciones internacionales. “No es mi caso, pero hay ocasiones en que nos ven como una amenaza”, admite Jonatan Ruiz. “En mi departamento no hay problemas”, subraya María Lamuedra investigadora Ramón y Cajal de la Universidad de Sevilla, pero coincide en apreciar que muchas veces existen recelos hacia unos científicos encajados en los departamentos al margen de las jerarquías internas.

Ochenta y nueve cajales se han incorporado hasta la fecha a la Universidad de Sevilla, de los que 13 siguen adheridos al programa. De la oferta de empleo de 2015, cinco plazas están reservadas para estos investigadores. En este sentido, la estabilidad está asegurada, aunque la satisfacción es discreta. “Además del compromiso del Ministerio, la Universidad de Sevilla se había comprometido a ofertar plazas de profesores titulares y ahora el Ministerio obliga a que sean contratos de doctores”, puntualiza María Lamuedra. “A este Gobierno no le gustan los funcionarios”, lamenta. El asunto no es menor. La categoría laboral es inferior. No todas las responsabilidades académicas están al alcance de los contratados doctores y el salario tampoco es el mismo. Los profesores titulares cobran por cada sexenio de investigación que acrediten, pero los doctores contratados no. “Esta situación nos hace asumir plazas de una categoría inferior a la que estamos acreditados y, con ello, a presentarnos dos veces a concurso y consumir dos veces tasa de reposición”, indica desde la Universidad de Sevilla Nuria Rendón, cajal del Instituto de Investigaciones Químicas de la Universidad de Sevilla.

Nuria Rendón consume su segundo año de prórroga de contrato, situación similar a la que viven Ricardo Pardal y Pablo Huertas, investigadores del Cetro de Biología Molecular y Medicina Regenerativa (Cabimer) de cuya capacidad habla su trayectoria, reconocida por el European Research Council (ERC). Solo ocho investigadores de universidades andaluzas (Ricardo pardal, Pablo Huertas, Sofía Calero, Daniel Rodríguez, David Posé, Diego Romero, Francisco Gancedo y Bethani Aram) han conseguido captar fondos de este selectivo y selecto programa europeo que proporciona financiación excepcional -entre uno y dos millones de euros- a investigadores de primera línea con proyectos de largo alcance. Los ocho son o han sido cajales.

El sistema de selección del programa es bidireccional. Los aspirantes compiten por las plazas y las universidades, que previamente ofertan puestos, compiten a su vez por atraerse a los aspirantes. Tienen el atractivo de su producción científica -también favorecida porque tienen menos horas de clase- y la financiación que reciben las instituciones académicas una vez que obtienen la acreditación científica I3 (120.000 euros por cajal). En este juego de seducción se despliegan tanto argumentos científicos como emocinales: oferta de retorno a investigadores en la treintena muchas veces expatriados que desean volver a la tierra para estabilizar también su proyecto vital. Esta baza ha conducido a algunas situaciones cuando menos paradójicas.

La llegada de María Lamuedra a la investigación es sorprendente. Licenciada en Periodismo, trataba de ganarse la vida no sin dificultades en el Reino Unido cuando remitió a varias universidades una propuesta de investigación sobre las revistas femeninas semanales en España y Gran Bretaña. La Glasgow Caledonian University no solo le respondió, sino que le propuso que convirtiera la idea en una tesis doctoral con el atractivo añadido de una beca. Así inició una carrera investigadora que le llevó después a Francia y, finalmente, a la Universidad Carlos III de Madrid, donde no se dejó tentar por un puesto de contratada doctora para trasladarse como Ramón y Cajal a la Universidad de Sevilla. Ahora, siete años después, prácticamente está de vuelta en la casilla de partida. A Rafael Pérez López, de la Universidad de Huelva le sucedió lo mismo. Descartó un puesto de titular en la Universidad de Alcalá de Henares y un contrato de doctor en el CSIC porque prefería volver a su tierra, donde ha abierto una nueva línea de investigación en torno a la balsa de fosfoyesos y ha firmado 18 artículos, “en revistas con factor de impacto”, puntualiza, desde 2012.  Todavía tiene casi dos años de margen, pero no oculta que siente inquietud, aún cuando "la Universidad de Huelva afirma que los cajales somos prioridad".

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