LA TRIBUNA DE FEBRERO

Corregir la brecha entre ciencia e innovación (o llenar el vacío Universidad-Empresa)

José Carlos Gómez Villamandos

Rector de la Universidad de Córdoba

Presidente del Consejo Rector del CEIA3

 

La brecha entre la ciencia y la innovación es una de las principales debilidades del sistema español de I+D+I. Resulta sorprendente que el efecto nefasto de la crisis sobre la financiación de la ciencia española, no haya conseguido desbancarla del top-ten en el nivel mundial en producción científica, pero a su vez contradictorio que en el conjunto de la Europa de los 28, España ocupe el lugar 18 en transferencia del conocimiento, el 27 en patentes por millón de habitantes y el 21 en empresas innovadoras. La diferencia entre ambas situaciones tiene, sin lugar a dudas, distintas causas. Los universitarios españoles realizaron, y siguen realizando, un gran esfuerzo para hacer que España sea reconocida internacionalmente por su investigación, en la creación de conocimiento, y para ello ha sido decisivo un marco legislativo que reconoce, aunque insuficientemente, el esfuerzo continuado y más allá de las crisis que realiza el sistema universitario. Sin embargo, se carece de ese reconocimiento y del adecuado estímulo para realizar un cambio similar en innovación y transferencia.

El diccionario de la RAE en su edición de 2014 define ciencia como “el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales”, lo que se identifica de forma general como ciencia básica, no orientada, mientras que la orientada supone el impacto social de aquella, donde el conocimiento científico básico es aplicado a la resolución de problemas y necesidades humanas y al desarrollo tecnológico. No hay que caer en el error de la elección, ciencia básica o aplicada, denunciado entre otros por Ramón y Cajal hace un siglo; la primera, destinada a ampliar nuestro conocimiento, es el alimento de la segunda, por lo que la ausencia de una ciencia básica propia, nos privaría de la aplicada, o nos llevaría a su importación. Sin embargo, es importante equilibrar generación de conocimiento, como salvaguarda y garantía de desarrollo a largo plazo, y su aplicación en rendimiento social a más corto plazo. Sin duda, la ciencia básica precisa del nivel de abstracción e independencia que caracteriza a los centros públicos de I+D+I, pero no es menos cierto que estos deben acompañar a los privados en la transferencia tecnológica para garantizar un desarrollo económico y social sostenible.

Por tanto, es necesario corregir la brecha entre ciencia e innovación, y llenar el vacío entre universidad y empresa, lo que requiere un entorno adecuado, solo posible con mejoras en la colaboración-público privada. ¿Sería posible favorecer la permeabilidad Universidad-Empresa-Agentes Sociales al amparo de Ley de la Ciencia? ¿Podría incrementar la Universidad su capacidad para comunicar su aportación, y la Empresa y los Agentes Sociales la suya para conocerla y valorarla? Un mejor escenario de oportunidades de financiación e instrumentos financieros para fomentar la inversión privada, junto con mecanismos de incentivación fiscal, y mejores condiciones de apoyo a las spin-off, start-up, EBT, etc., mediante la promoción de la cultura del emprendimiento en la comunidad universitaria, incluso iniciativas como los proyectos retos-colaboración y de compra pública innovadora del Ministerio de Economía y Competitividad (Mineco), pueden contribuir a responder positivamente a estos interrogantes.

El sistema español de I+D+I se encuentra en un momento crucial, en el que debe alinear su estrategia e instrumentos con los de Horizonte 2020 como elemento indispensable para acceder de forma adecuada los fondos estructurales y así mejorar sus capacidades e incrementar su competitividad. Los instrumentos que permitan la integración, interacción y colaboración permanente de la academia, la administración y las empresas y agentes sociales, tales como campus de excelencia, centros tecnológicos, institutos de investigación etc., pudieran tener ventaja en la línea de salida para alcanzar esta meta, pero solo el futuro desvelará algunos interrogantes.

Cuando uno de los elementos clave de la Europa de 2020 es la especialización regional inteligente, cabe realizar una última pregunta: ¿será inteligente nuestro sistema de I+D+I público y privado? Conviene recordar que para Aristóteles, “la inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos a la práctica”. 

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