INVESTIGAR EN JAÉN

La colonización del Guadalquivir: tránsito desde el hambre hasta el olvido

  • El catedrático Eduardo Araque dedica cerca de 40 años de su vida a rescatar la memoria de los pueblos creados en la primera etapa de la dictadura en la cuenca del Guadalquivir, coincidiendo con el plan Jaén que irrigó 11.000 hectáreas de tierras de secano · Aquellos poblados, a los que fueron trasladadas familias azotadas por el hambre y la miseria, sobrevivieron a duras penas a la emigración y ahora sucumben bajo la falta de protección · Araque defiende su valor arquitectónico y antropológico.

 Vista aérea de Guadalén, pueblo de colonización diseñado por el arquitecto José García-Nieto Gascón.

La miseria crónica, el desgarro de la guerra, el atraso y el aislamiento provocaron durante los primeros años de la dictadura franquista una de las peores hambrunas de la historia de España, especialmente devastadora en los pueblos del interior de Andalucía. “Aquella agricultura de secano era muy poco productiva y un periodo prolongado de malas cosechas de cereales mermaron la base de la alimentación de unos campesinos que, sin pan, morían de hambre”, resume el catedrático de la Universidad de Jaén Eduardo Araque. 1946 ha quedado grabado en la memoria popular de aquellos pueblos como el año del hambre. El experto recoge en un estudio que en la provincia de Jaén murieron 14.651 personas, “buena parte como consecuencia del hambre, el raquitismo y la avitaminosis”.

La Falange advirtió a Franco “del hambre, la desesperación y la falta de trabajo” como acicates para la conflictividad social. El campesinado solo tenía a su alcance los jornales de la aceituna y la siega del cereal. Gran parte del año permanecía inactivo. “El régimen necesitaba hacer más productiva la agricultura y la única manera de conseguirlo era convertir las tierras de secano en regadíos”. Este fue el origen del plan Jaén que implicó la irrigación de las tierras situadas a lo largo del curso del Guadalquivir y la construcción de pueblos a los que fueron forzadas a trasladarse las familias de las zonas más pobres de Jaén. Este proceso de colonización, además, coincidió con la repoblación forestal de lo que hoy es el parque natural de Cazorla, Segura y Las Villas, que hacía incompatibles aquellos montes con la agricultura y la ganadería, y el desalojo de algunos municipios afectados por la construcción de los pantanos.

A tal efecto, el Instituto Nacional de Colonización, que asumió la dirección tanto del plan Jaén como del plan Badajoz, se ocupó de comprar las tierras o alcanzar acuerdos con los latifundistas para que cedieran algunas hectáreas a cambio de que transformaran sus fincas de secano en regadío, y adjudicó una casa y un lote de 0,5 hectáreas a cada familia, una superficie mínima que permitía “matar el hambre”, pero no mermaba fuerza jornalera para atender los nuevos cultivos. Eduardo Araque recuerda, por ejemplo, cómo algunos personajes vinculados al régimen compraron aquellos años grandes fincas junto a las que se construyeron poblados de colonos. El resultado fue la construcción de una treintena de pueblos a lo largo del Guadalquivir, los más pequeños de solo 30 habitantes y los mayores de 300.

La fórmula, a la postre, solo resultó ser un paso intermedio para unas gentes que, finalmente, se vieron empujadas hacia la emigración. “Tenían prioridad las familias numerosas, con ocho o 10 hijos que poco podían hacer con media hectárea de terreno, sobretodo a medida que se empezó a mecanizar la agricultura y las grandes fincas del entorno ya no necesitan tanta mano de obra”. También se ha comprobado que muchos de aquellos colonos no acabaron nunca de adaptarse “a las nuevas circunstancias”, según escriben Araque y otros autores en el informe Balance de la actuación del Instituto Nacional de Colonización en la Provincia de Jaén. Los que procedían de las campiñas de secano dedicadas al cereal y al olivo ignoraban las técnicas del regadío y a muchos otros nadie les había enseñado el secreto de cultivos para ellos tan exóticos como el algodón o el tabaco. La consecuencia fue que cuando empezaron a exigirles rendimientos anuales, “muchos de ellos no tuvieron otra opción que renunciar a la concesión”.

Hacia los años 70, los poblados del Guadalquivir entraron en barrena. El éxodo rural los vació. Eduardo Araque los conoció justo entonces. En 1978 realizaba su tesina sobre el proceso de colonización. La emigración hacia las grandes urbes dejó en el abandono y la ruina muchos de aquellos poblados. Algunos fueron totalmente abandonados, otros perdieron hasta el 90% de su población y, en cualquier caso, no hubo ninguno que lograra retener más de la mitad de sus habitantes. “En esos años lo rural equivalía a cateto y retraso”, hasta que Europa “nos descubrió su valor” y empezó a moverse el turismo rural, surgió alguna industria agroalimentaria y las familias emigradas de pronto descubrieron que aquel patrimonio campesino abandonado tenía valor y, después de muchos años, se interesaron por su recuperación. Pero lo hicieron de cualquier manera.

Treinta y siete años después de hacer su tesina, Eduardo Araque está todavía está enganchado a este trozo de la historia. Ahora, con el objetivo de realizar una guía didáctica que devuelva a su lugar ese legado arquitectónico y rural. “El gran logro de aquella colonización fue la arquitectura de vanguardia que se llevó a cabo”, subraya el catedrático jienense. “Se eligieron los mejores arquitectos del país, se le dieron todos los medios y se les dejó vía libre”, resume. El resultado fueron una serie de poblados perfectamente integrados en el paisaje con casas que disfrutaban de servicios como la luz eléctrica o el agua que entonces eran una rareza en el mundo rural. “Incluso ganaron premios internacionales”. “Hay veces que estás en el centro del pueblo y parece que sigues en mitad del campo”. También se levantaron infraestructuras agrícolas como acequias y acueductos de gran interés.

Sin embargo, el valor de este legado arquitectónico y agrícola ha sido manifiestamente despreciado desde que estos pueblos comenzaron a volver a la vida. “Muchos municipios se han despreocupado de su patrimonio y han permitido actuaciones aberrantes. Tanto es así que muchos se han mantenido mejor porque han seguido abandonados”. Eduardo Araque proyecta en la actualidad una guía didáctica a través de estos pueblos que desvele su valor, sumada a una ruta que plantea para tres días en las que se pueda experimentar el contraste entre la herencia “y las aberraciones y el despilfarro que ha originado la falta de vigilancia al recuperar este patrimonio.

Aún con estas luces y sombras, la vida ha vuelto a gran parte de los poblados. Unas veces de la mano del turismo rural, otras porque se han encontrado cultivos alternativos como el espárrago, se han creado cooperativas que han inyectado dinamismo y empleo, otros porque tienen industrias en sus proximidades o están tan cerca de la autovía que han acabado prácticamente convertidos en ciudades dormitorio de centros industriales. 

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