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Una década de desindustrialización

Atrapados en 2007

  • El cerrojazo de la planta de Delphi hace diez años fue un mazazo para la industria de la Bahía que tuvo un alto coste humano: hablan las víctimas en la carcasa de lo que fue su empleo.

La valla que impide el paso al interior de la fábrica de Delphi, en Puerto Real.

La valla que impide el paso al interior de la fábrica de Delphi, en Puerto Real. / Fito Carreto

"Mi amigo, que entró conmigo en Delphi y salió despedido el mismo día que yo, me dijo en septiembre de 2014 que ya no podía más, que no veía salida y que estaba desesperado. Lo encontraron muerto en la calle el domingo 12 de octubre de ese mismo año".

Quien dice esto es un antiguo trabajador de la fábrica que cerró en Puerto Real, hará el miércoles 10 años. Si alguien mira el muro de Facebook de los ex Delphi podrá comprobar que las entradas y registros se han convertido en una triste página de esquelas. Muchos, demasiados y muy jóvenes, se han ido. No se trata de relacionar esos fallecimientos con el cierre de la fábrica, pero ya hay quien ha pedido públicamente que se investigue. Todos ellos fueron al principio iconos de la lucha obrera. Recibieron un apoyo inédito y nacional. Pero el silencio y hasta el desprecio fueron ganando sitio al grito. Su causa fue siendo repudiada por esa misma sociedad que antes los alentaba.

Hoy no toca hablar de estadísticas, ni de escándalos o paseíllos judiciales, ni de EREs o consejeros. Hoy son unos pocos extrabajadores que se representan a ellos mismos. Toca escuchar una experiencia vital, ver qué han sentido a lo largo de esta década en la que el tiempo se paró para ellos. Y, para ello, hay que partir de una base que, en conjunto, todos quieren dejar muy clara. No hicieron nada que no se les exigiera bajo la promesa de encontrar un puesto de trabajo. Que en Delphi había absentistas, como en cualquier otra fábrica; que en Delphi había quien cobraba bien, como en cualquier otra fábrica; y que en Delphi hubo quien nunca se puso un mono de trabajo, como en cualquier otra fábrica. Y, por supuesto, tienen culpables: Junta de Andalucía y sindicatos.

A las cinco de la tarde nos vemos en la puerta del que fue su centro de trabajo durante dos décadas. Acude una decena. Sin sindicatos ni colectivos presentes que los arropen, sus reflexiones salen desde dentro. Echan la vista atrás y miran hacia adelante. Apenas tienen ya fuerzas y saben que la mayoría de ellos no podrá volver a trabajar. La "puta edad", aseguran, y el estigma Delphi. Muchos hasta han quitado esa marca de su curriculum. La sustituyen por General Motors.

Manuel Macías Maza es grande en todos los sentidos. Es el más mayor de todos, con 58 años. Sólo con mirarlo y escucharlo, uno se hace una ligerísima idea de lo que, como él, han pasado otros muchos. "¿Justicia?" -responde a la pregunta de si se la reclama a alguien-. "No creo en ella". Lapidario. Mientras habla, cuenta su historia como quien ve una película. A su lado, otros antiguos compañeros deambulan nerviosos, miradas perdidas, esperando su turno para expresar lo que, tal vez, no hayan contado ni en su casa.

Un apretón de manos entre dos antiguos trabajadores de la misma planta que no se veían desde hacía meses. Uno lleva a su hijo de 10 años. Improvisa una portería en la valla metálica que ahora les impide el paso a la que fue su casa. De portero, espera que su hijo chute. Y con una risa irónica detiene a duras penas el esférico mientras recuerda: "¿Y esto iba a ser el futuro de mi hijo? Qué cosas...". Manuel explica, sereno, su relato. "En este tiempo he perdido creer en los medios de comunicación, que nos han maltratado a todos; he perdido creer en los partidos, porque aquí en esta puerta -de Delphi- han estado todos porque había elecciones. Todos se comprometían. Y después ¿qué? Nos habéis tachado de flojos, absentistas, privilegiados. Yo te digo que una línea de montaje con un 15% de absentismo no funciona, y yo hacía diariamente 800 direcciones de coche. Hasta el último día".

A pesar de que estos diez años se han esfumado para ellos, el tiempo no pasa en balde. "Hay gente que se ha muerto, muchos se han divorciado, a otros se les ha ido todo a la puta mierda. Todos estamos sobreviviendo, más mal que bien, pero sobreviviendo". Es consciente de que la realidad gana a su lucha: "A mí ya no me dan trabajo, soy más viejo que ninguno de ellos. Estoy harto de echar currículums incluso a conocidos míos y me han dicho: Manuel, picha...". Y niega con la cabeza. "Y que quede claro, lo que quiero yo, como todos, es trabajar porque si no cotizo cuando llegue el momento no tendré nada. Pero ya no me quieren, por la puta edad". Y sigue peleando su causa por amor propio, porque la conciencia, dice, la tiene tranquila. "A mí, y a todos, nos han manipulado, nos han llevado por donde han querido, nos han usado y nos han tirado". Se vuelve y mira la fábrica. "Aquí venía yo a trabajar todos los días" y, en medio de una risa irónica, resuelve: "Y nunca me di de baja. Que me he quedado tirado, pues sí, no hay otra, me ha tocado".

Juan José Cumplido es también de Puerto Real y una de las caras más conocidas del colectivo. Su cabeza no para de soltar fechas, hitos que han ido desbaratando lo que un día fue el caso Delphi. Habla de engaños, manipulaciones, desengaños, amigos muertos, familia destrozada. Recuerda aquel 22 de febrero. "Yo estaba en mi puesto de trabajo, escuché mucho ruido y de pronto me vi a 300 compañeros corriendo hacia mí gritándome ¡para la máquina, hay asamblea, que esto cierra!". Fue el principio del fin.

Desde entonces, Juan José recita casi sin respirar los sentimientos de diez años. "Lo que más me he dejado en el camino este tiempo ha sido mi familia y de eso tiene la culpa exclusivamente la Junta. Fue la Junta quien vino a buscarnos en abril de 2007 porque el 25 de mayo de ese año había elecciones. Fue la Junta la que nos ofreció un acuerdo de 45 días de indemnización por el despido más un empleo, cuando en Cataluña a los compañeros de Delphi se les ofreció sólo 90 días de indemnización. Con la salvedad de que nos darían cursos de formación remunerados hasta que hubiese empleo. Pero el empleo no ha llegado. Esto nos ha llevado a una situación extrema. Muchos divorcios, muchas muertes, muchos tratamientos psicológicos. Todo esto lo reclamamos a la Junta cada vez que podemos".

Rememora que en febrero de 2009 fueron al Parlamento andaluz y allí coincidieron con los mineros de Boliden. "Vimos el protocolo que firmó con la Junta y comprobamos que el suyo y el nuestro eran idénticos. Es un patrón de la Junta que es jurídicamente indenunciable. Cambiando fechas y nombres, sirve para cualquier conflicto. Nos han engañado, no tenemos derechos".

antonio enríquezllega desde Jerez. Tiene dos folios con fechas apuntadas, artículos de la Constitución y un sinfín de hitos de esta década de agonía personal. "En estos diez años hemos vivido un calvario de indignación, y hoy estamos en la indigencia, con una calidad de vida pésima en la que nos han dejado la Junta y los sindicatos". Lo ejemplifica como si de un economista se tratara: "Encima de la mesa había una tarta y se la ha llevado el 80% de la plantilla; el otro 20% de los trabajadores nos hemos quedado sin nada, desamparados". Reivindica, él sí, justicia. ¿Quién es el culpable? Otra vez la pregunta. Para Antonio, esa respuesta tiene que salir de las administraciones públicas. "Que lo valoren, que vean cómo vivimos y nos den una salida, porque así es imposible vivir". "Lo que había, ya fuera dinero o puestos de trabajo, se supone que era para todo el mundo igual, no para que el presidente del comité se prejubilara con 50 años y los empleos se los dieran a los amiguitos, a los hermanos de... y todo a dedo. Todos salimos por la misma puerta y teníamos los mismos derechos. Los sindicatos tenían que velar por nuestros derechos y no lo hicieron".

Clemente Llera, de Puerto Real, habla despacio y con una expresión de tristeza en la cara. Pero sigue muy tranquilo. "Al quitarte tu forma de ganarte la vida te quitan libertad. En mi caso me costó el divorcio hace varios años, porque no sólo fue la crisis de Delphi, ya vienen otras crisis familiares que te hunden más en esa pobreza total que muchos estamos llegando a asumir". Asumir la pobreza y que no encontrarán trabajo. Difícil de digerir. Clemente está convencido de que ya nadie les va a dar una salida "porque, desgraciadamente, en estos años hemos conocido cómo son los políticos. Ellos no se van a preocupar de nosotros. Lo hicieron porque éramos un colectivo grande que tenía fuerza, temían que les molestásemos con unas elecciones cerca. Pero lograron dividirnos".

De su boca salen palabras como "lamentable, "tristeza" y "una serie de cosas que te revuelven todo". Pausa. Y sigue. "Es duro, penoso, no sé. Es muy difícil". Y acaba su relato con una conclusión digna de todo tipo de elogios. "Es curioso, no me queda rencor contra ellos. Personalmente me da hasta pena ver cómo son esas personas, que están podridas por dentro por su ansia de poder. Cuando podrían sembrar mejoras, ¿para qué prometen si no van a cumplir? ¿Por unos votos? ¿Por un escalón más en el poder? No se dan cuenta de que somos personas, que necesitamos un mínimo para subsistir. Y te lo quitan y te dejan sin nada".

Fernando Mangano tiene una forma extraña de comenzar a dar su opinión. Vive cerca, en Puerto Real. Y dice que confiaba en que la cita con este periódico fuese en un despacho, en una oficina "que no me hiciera recordar nada, pero me veo en la puerta de la fábrica y...". Aparecen "sentimientos encontrados". Por eso, sus primeras palabras son de recuerdo "a quien ya no está con nosotros, a quien se ha quedado por el camino". Otra vez. Fernando dice que han muerto muchos y por diferentes causas, "derivadas creo de todo lo que hemos tragado aquí dentro, de taladrina, de humos y gente que se ha suicidado y gente que se ha muerto de pura pena".

Es duro solo escucharlo. Y otra vez lo mismo. Buscar culpables. Para él, al igual que el resto, los políticos y los sindicatos. Pero introduce un matiz pocas veces escuchado. "Nosotros también somos culpables, porque hemos visto poco a poco la deriva que esto tomaba y hemos sido complacientes. Mientras hemos tenido las espaldas cubiertas no hemos sido capaces de dar el puñetazo en la mesa y romper con todo, con los sindicatos y con los políticos". Asegura Fernando que ahora vive como puede. Tiene estudios pero, como otros, no encuentra salida. Dice que desde el principio intuía que todo esto sería traumático y que "alguno se quedaría en el camino. Lo que yo no pensaba es que iban a ser tantos".

Pepe Gómez es otro de los vecinos de Puerto Real que trabajaba en Delphi. Le cuesta hablar. Recuerda los comienzos. "Todavía no me lo creo. Tenía 36 años, ahora tengo 46 y desgraciadamente las puertas cada día se cierran más". Con un hijo de 13 años y su mujer en paro, admite que no le va a quedar más remedio, si tiene suerte, que buscarse el sustento fuera. "Llevo tres meses sin cobrar absolutamente nada, pero personalmente no guardo rencor a nadie. La Administración se aprovechó de una empresa privada, había dinero y saboteó lo que teníamos aquí. La Junta es la que no ha cumplido. Los sindicatos nos llevaron por un mal camino, tanto UGT como CCOO. Negociaron sus prejubilaciones y los demás a remar".

Hablando con José Antonio Pérez, gaditano de Cádiz, recuerda que este periódico también lo entrevistó cuando comenzó el encierro en el edificio de los sindicatos. Ha llovido mucho. Ahora reivindica que el colectivo Delphi seguirá existiendo mientras unos pocos ex trabajadores sigan exigiendo sus derechos. Y otra vez la crudeza salida del estómago. "Después de diez años, tengo claro que de un político no espero nada, porque la política es sinónimo de mentira. Nadie me ha demostrado en este tiempo que sea una persona honrada, de todos los partidos". Admite, sobre el apoyo que ya no sienten en sus espaldas, que es fruto de "la campaña de desprestigio que ha hecho la Junta durante tanto tiempo".

Si pudiera volver atrás, José Antonio no tiene dudas: "Los sindicatos deberían saber que el papel que firmamos nos desprotegía, deberían haber hecho una propuesta de Ley, eso sí se tendría que haber cumplido. Yo dejé el 45% de mi indemnización por un puesto de trabajo en la Bahía de Cádiz, se me ofreció por narices unos cursos de formación y después nos enteramos de que el 80% de esos cursos eran fraudulentos". Hoy es una persona distinta. No tiene problemas en reconocer que su vida ha empeorado. "El año 2007 fue negro para mí. Aparte del despido, falleció mi padre, mi mujer tuvo dos abortos, mi madre tuvo problemas con una pierna y quedó mal". Y suelta otra de esas reflexiones que hielan: "¿Qué he perdido? La ilusión por el ser humano. Llevo diez años clamando por la honradez y mira el telediario o cualquier periódico, a ver dónde está la honradez. La política es una charca de cerdos donde van todos los sinvergüenzas que no valen para nada".

Manuel Casas es el último en aparecer por la puerta de Delphi. Vive en Puerto Real y reconoce que han pasado tantas cosas y la situación está tan complicada "que se te pasan por la cabeza muchas malas ideas". Dice, con conocimiento de causa, que los hogares de los antiguos trabajadores de Delphi que están en su misma situación "son todos una ruina, y no es nuestra culpa. Lo sabemos nosotros y lo saben ellos". Le gustaría seguir reclamando, pero ¿cómo? Es consciente de que "lo tenemos todo en contra, se nos ha echado encima la Justicia, la Junta, los sindicatos, entre todos nos han hundido. Yo no veo esperanza. Joder, es que son diez años, tengo casi 52 ¿Dónde voy yo? ¿Quién se va a comprometer?". Ahora Manuel, además de un hijo y una mujer que trabaja en alguna casa cuando puede, se busca la vida. No tiene ingresos y, al igual que los que han contado su vida antes, se siente "tirado en la calle". "Muchas veces es mejor no pensar porque como pienses, o te echas a llorar o acaban llevándote preso. No queda otra".

Y vuelve la memoria a los compañeros. "Hemos tenido muchas pérdidas, han caído muchos, gente que está muy mal. Llevamos mucho tiempo guardando cosas dentro por no soltarlas en nuestra casa, y han caído mucho chavales. Cuántas criaturas divorciadas, o a los que han ido a quitarles la casa. Hoy hay muchos que te ven y agachan la cabeza y otros que ni siquiera han luchado. Esto se ha acabado, se ha terminado. No hay nada que hacer".

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