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Aquilino Duque

"Si me pierdo, que no me busquen en Dallas"

  • El escritor, retirado en su finca del Aljarafe, contempla con ironía y entre selectos libros el devenir de los días · Como no le publican, sostiene, se ha pasado a internet

PRIMERO, exterior tarde. Pasamos después al interior: a la biblioteca, maravillosa guarida, hogar. Entrados en febrero, en el Aljarafe, territorio desde antaño mucho más romano que sevillano, refresca. Y bastante.

-¿Alguien que en Sevilla decide decir lo que piensa es impertinente, inconsciente o alguien sincero?

-Sincero. En mi caso no tengo nada que perder. Me he montado la vida de manera que siempre he dicho lo que he querido. Tanto en la época anterior como en la actual. No he estado en ningún sitio donde pudiera sufrir represalias laborales. Cada vez digo más lo que pienso.

-¿Ese sentido de la libertad es muy difícil de ejercer en Sevilla?

-Aquí y en todos sitios la gente tiene cuidado de no herir ciertas sensibilidades cuando hay intereses materiales por medio. Vivimos en sociedad. Somos muy radicales cuando juzgamos a los demás. Pero lo que es evidente es que la gente tiene que comer. Quien no se pliega al poder establecido no trinca subvenciones. Si yo tuviera más cuidado, quizás me iría mejor en la vida literaria, pero hace tiempo que acepté que no voy a vivir de la literatura. Yo procuro llevarme bien con todo el mundo, claro. Pero para mí es mucho más importante acostarme con la conciencia tranquila, no tragando sapos continuamente.

-¿Fuera le ha pasado igual?

-En todas partes. En Italia he tenido experiencias análogas. Publiqué una novela que sentó muy mal a la gente biempensante. No fue bien recibida. Iba a contracorriente de la época en la que fue escrita.

-En su caso esta actitud es una constante de su trayectoria.

-Siempre he sido refractario a todas estas cosas. Tanto asociaciones de tipo religioso como político, o cofradías. Es cuestión de carácter.

-¿Ha perjudicado esto su obra?

-Creo que mi obra está reconocida. Lo que no está es remunerada. La gente me conoce y yo creo que me consideran. Se habla de mi fama negativa... pero al fin y al cabo es fama. Hay gente que menciona mi nombre como símbolo de todo lo reaccionario. Ciertos políticos. En fin, también hay políticos cultos. Pocos. Algo se les pega.

-¿No se ha planteado cambiar?

-Es el precio que hay que pagar por ejercer la libertad.

-No hay mucha gente así.

-No crea. Pero es gente de la que no se habla. Conozco escritores que después de publicar hasta diez libros no han recaudado ni 5.000 euros de beneficios. La libertad de criterio tiene su coste. Hay que pagarlo y conformarse. Es así.

-¿Sevilla no se ha portado bien ?

-No me puedo quejar. En su día me premió el Ayuntamiento, la Diputación, la Maestranza me encargó el pregón taurino. Ni de la ciudad ni de las instituciones tengo quejas. Pero lo que yo no puedo es ponerme al servicio de las instituciones para decir lo que a ellas les gusta oír. Comprendo que haya cosas que a mucha gente les chirríe cuando hablo. Alabado sea Dios. Lo siento. Pero yo duermo tranquilo. Para mí esto es fundamental.

-El crítico José Luis García Martín le reprochaba en una crítica a su libro 'Poesías incompletas' que contaminase su propia literatura con su "cruzada antiliberal".

-Él valora mi literatura pero me recomienda hacer literatura de evasión, que es lo que, en otros tiempos, le decían a los llamados poetas sociales. "Sería mejor si su poesía no se ocupase de los garbanzos", decían. El mismo reproche que se hacía a quienes estaban en contra del sistema me lo hacen a mí porque estoy en contra del actual. Yo estoy en contra de todos los sistemas porque es bastante difícil estar de acuerdo con la situación en la que se vive. El entusiasmo de las revoluciones dura sólo una semana. El político y el intelectual a veces hacen camino juntos durante un trecho, pero cada uno tira por su lado. Uno se adapta a la realidad y el otro, si sigue buscando la verdad... La verdad no es rectilínea, sino sinuosa. Comprendo a los políticos pero ellos no me comprenden a mí.

-Usted escribió un libro sobre la ciudad: 'Sevilla bajorrelieve'.

-Fue un libro que me encargó Jesús Aguirre, muy amigo mío, cuando la Expo 92. Quería presentar una urbe amable, abierta al mundo, mejorada en sus infraestructuras. Eso fue lo mejor que tuvo la Expo.

-Alfonso Grosso decía de usted: "Aquilino fue el primero que se fue [de Sevilla] y fue el primero que volvió. ¿Por qué se fue?

-Me fui en 1954 porque me dieron una beca. El ambiente era muy  provinciano no sólo en Sevilla, también en Madrid. Quería  conocer otros países. Cuando conseguí entrar en Naciones Unidas siempre tuve la idea de no hacer toda mi carrera administrativa como funcionario internacional, sino venirme antes. Me fui por una aspiración cultural. Más de una vez me decían: "¿Prófugo político?". Y yo contestaba. "No, prófugo económico". En Naciones Unidas se ganaba lo que no se ganaba aquí. Como estudié Derecho las perspectivas eran o irse a un bufete y a los juzgados u opositar al cuerpo diplomático. No quise imponerle ese sacrificio a mi padre y, como creía que podría vivir de la literatura... Sabía que si no viajaba y veía otros mundos mi visión sería estrecha. Un poeta provinciano. Luego me metí a diplomático de complemento, como yo lo llamo, que es trabajar de funcionario internacional. El diplomático titular está sujeto al gobierno de turno. Debe cumplir sus instrucciones, acatar traslados. Yo, en cambio, he elegido siempre mis destinos: Ginebra, Roma, Viena, Nueva York.

-Se fue primero a Inglaterra.

-A Cambridge, que me marcó profundamente. López Estrada, el catedrático, me habló de unas becas que daba el Instituto Británico, del que yo era alumno. Conseguí la beca y me fui a Inglaterra. Luego hice la tontería de coger otra para ir a Estados Unidos en vez de quedarme en Inglaterra y hacer un doctorado. Me fui a Dallas. No era lo mismo. Lo que lamenté yo aquello. ...

-¿Lo pasó mal?

-No sentí el choque cultural. Dejé de vivir en casa de mis padres. Mi primera liberación en este sentido fueron las prácticas de milicia: ganaba un sueldo y vivía fuera de casa sin tener que dar explicaciones. Es importantísimo. En Inglaterra, igual. Fue maravilloso por los contactos y las actividades culturales. La vida no podía compararse.

-Estábamos con lo de Dallas.

-Sí. En Dallas... Un compañero mío, canadiense, me dijo que allí daban unas becas. En aquella época atravesar el charco era como ir a la luna. Otro mundo. Pasé allí un año, hice un máster, me trataron bien pero yo lo pasé muy mal. Me metí en muchos líos.

-¿Qué líos?

-Bueeeeeno. A esas edades se enamora uno con facilidad de quien no debe. La beca coincidía con la milicia. Logré a través del jefe de Estado Mayor, que era poeta, que me dejaran marcharme y hacer el resto al regreso. Me dieron la segunda beca y no dije nada: me fui a Estados Unidos. Cuando llevaba allí un año me llamaron diciendo que me degradaban y que tendría que empezar desde el principio. Y me vine para acá, cosa que me salvó. Si no... Lo tengo muy claro: si me pierdo, que no me busquen en Dallas. Lo de Kennedy vino después.

-¿Por qué vuelve para quedarse?

-Eso fue en 1975. Todavía vivía Franco. Yo iba y venía con frecuencia. El año anterior me dieron el Premio Nacional de Literatura. Era mi etapa de máxima rebeldía. Quería que España fuera igual que los países en los que había estado. Mi primer empleo fue en la base de Morón, con los americanos. En realidad volví por una cuestión de  identidad: mis hijos no iban a saber de dónde son. El eje de mi vida era la literatura en español. Lo natural era volver. Tenía amigos.

-Y tenía nostalgia.

-La tierra tira. El flamenco. Amigos como Fernando Quiñones. Pero fue una decisión adoptada como otra cualquiera, sin traumas ni historias. He vivido bien en el extranjero. En Italia lo pasé fantásticamente. Lo que pasa es que mi mujer es norteamericana y siempre ha vivido en el campo. La ciudad no le gusta, aunque sea Roma, que es un sitio para quedarse siempre.

-¿Sevilla no?

-Hombre, yo adoración por Sevilla no tengo. Me ha gustado mucho. Estando fuera la he añorado más que ahora. Pero es como la mujer con la que te casas. Todos los días la ves. No creo en el divorcio, así que no me voy a divorciar en Sevilla. Pero si me preguntan qué ciudad andaluza me gusta más yo diría que Cádiz. Cada vez que la piso es por algo bueno.

-¿Nota Sevilla muy cambiada?

-Muchísimo. Cuando volví y buscaba donde vivir fui a un caserón en Castilleja a hablar con el sobrino de la dueña. Eran los años de la piqueta. El hombre me dijo que había que ponerse al día y ser moderno. Era director de banco, claro. Tan malamente me sentó que no llegamos a un acuerdo. Hay cambios que no me gustan nada. Han desaparecido muchas cosas, el Hotel Madrid, el Hotel de la Generación del 27, donde yo también paraba. Aquí tengo azulejos del Palacio de Sánchez-Dalp. Romero Murube me dijo que los cogiera porque iban a tirarlos. Están en la cocina.

-Su imagen de Sevilla es...

-Yo nací en la calle Betis. La ciudad era pequeña. En Alfonso XII, donde vivía, tenía a dos pasos el Club La Rábida y la Escuela Hispanoamericana, la Universidad estaba en Laraña; mi colegio, en la calle Rosita, junto al Molviedro. La Escuela de Artes y Oficios, en Zaragoza. Todo estaba cerca. La gente se conocía. En los 50 ya empezó la gran dispersión, cuando el centro se quedó vacío. Yo he conocido la Sevilla agraria y tradicional. Los grandes ritos eran más accesibles. No había masificación. Sevilla la veo cambiada. No es que me parezcan mal ciertas cosas. El progreso material es incontestable. Entonces no había ni restaurantes. Los sitios se contaban con los dedos de una mano.

-Su obra está llena de ironía y de humor. ¿El sevillano sabe reírse de sí mismo?

-Se toma demasiado en serio. Recuerdo una anécdota sobre  Lorca. Pemán se lo encuentra cuando había estrenado El maleficio de la mariposa, con subvención de Fernando de los Ríos. Y le pregunta: "¿Tu obra estará mucho tiempo en cartel?". Lorca le dice: "Hasta que pase por el teatro todo Madrid, uno por uno". No tenía más de un espectador cada noche. El sentido del humor no depende de la ideología. Lo que pasa es que cuando uno es muy militante se toma demasiado en serio. Compara a Paul Morand con gente como Zola o Sartre, siempre enfadados. O Goytisolo, Valente, Ángel González, Gil de Biedma, enfadados con la gente que les rodeaba, que les rendían pleitesía. Siempre con gesto de reproche. Con esa actitud de que la gente les debía algo. A mí la sociedad no me debe nada. Estaré en deuda yo por lo que he tomado de los demás, pero yo no le reprocho nada a nadie. Ese aire de de superioridad enfurruñada es muy propio del intelectual a la gauche. Con los franceses se da mucho. Son intratables.

-En Sevilla...

-Yo en Sevilla procuro no ser un sevillano oficial. Un sevillano oficial es la cosa más cargante del mundo. Sienta mal en otras capitales andaluzas, que tienen complejo con Sevilla. El sevillano está bien mientras no ejerza de chistoso. La gente tiene de verdad gracia cuando se expresa naturalmente y no se propone dedicarse a contar chistes.

-¿Por qué se vino al Aljarafe?

-Era el campo. Había mosquitos. Ahora no hay quien lo conozca. Casi me voy al barrio de Santa Cruz. Pero los pisos eran chicos, encajonados. Romero Murube me dijo que había dos sitios donde vivían los árabes y los romanos: los naranjales de Brenes y el Aljarafe. Aquí estoy cómodo. Quieren hacer una ciudad deportiva ahí al lado. Pero no vamos a ser eternos. Con esos condicionamientos, vivimos.

-¿Cuando reeditó sus 'Crónicas Extravagantes' se sintió igual de vetado que Agustín de Foxá?

-Al principio no fue nada divertido. Estaba en Viena y mi hijo me dijo que se había armado un gran revuelo. Algunos me llamaban fascista y, curiosamente, muchos evitaban coger el ascensor conmigo.

-¿Facilidad para escandalizarse?

-Toda la prensa estaba contra mí. Fernando Ortiz se partió el pecho en mi defensa. Ahora ha pasado al revés. Con lo de Foxá todo el mundo estaba en contra de las autoridades. Les estoy agradecido. Nos hicieron un favor. Si no llega a ser por ellos nadie se entera que Foxá existía. Las cosas son así. No les tengo rencor. Son coherentes con su manera de pensar. Alguien decía: "Parece mentira que unos demócratas hagan esto". Éstos tienen de democrátas lo mismo que yo. La metedura de pata jurídica es otro tema. IU, por lo demás, se ha portado bien conmigo: me pusieron un azulejo en Zufre. Claro que cuando presenté el libro por segunda vez redoblé la ración de la pócima.

-¿Usted es cofrade?

-Ese mundo me ha atraído siempre como espectador. La vida de una cofradía, no. Cuando yo he escrito alguna cosa lo he hecho porque lo sentía. Ahora, lo del pregón... Ir allí y echarle por obligación un piropo a todas y cada una de las cofradías. Decir lo que cada uno quiere oír. ¿Para qué hablar entonces?

-¿Es difícil ser uno mismo?

-Pues bastante, oiga.

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