INVESTIGAR EN MÁLAGA

Prueban en 75 voluntarios cómo combatir la agresividad con inteligencia emocional

  • El método consiste en entrenar las habilidades personales de modo que permitan regular emociones que en otras condiciones conducirían a conductas violentas.

El catedrático Pablo Fernández Berrocal, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga.

El Laboratorio de las Emociones que dirige en la Universidad de Málaga el catedrático Pablo Fernández Berrocal empieza en abril a trabajar con un grupo de 75 personas para testar cómo se pueden modificar las conductas agresivas mediante el entrenamiento de la inteligencia emocional (IE).

Los expertos del laboratorio iniciaron en 2012 una investigación con 250 personas para determinar sus niveles de inteligencia emocional en un proceso que ha contado con cuatro pasos: primero se hicieron autoinformes en los que los participantes expresaban y valoraban su propia inteligencia emocional. Después fueron sometidos a test de habilidad con lápiz y papel. En estas pruebas, por ejemplo, se midió la empatía a través de la definición de los sentimientos que cada cual observa en el rostro que muestra una fotografía. A continuación se enfrentaron a tareas cognitivas conocidas como go / no go, en las que tenían que realizar determinadas pruebas con un ordenador para comprobar hasta qué punto eran capaces de inhibir sus impulsos. Entre estos ejercicios figura un juego que consiste en pulsar una tecla roja cuando aparece un punto azul y al revés. Sin embargo si en la pantalla surge cualquier otro color se debe presionar un botón del mismo tono.

Finalmente, los psicólogos del Laboratorio de las Emociones aplicaron técnicas potenciales evocadas que fundamentalmente consisten en registrar los impulsos cerebrales que se producen cuando se realiza una tarea y cómo esa actividad cambia dependiendo de si la respuesta es correcta o incorrecta. En este caso se trataba de comprobar si los patrones cerebrales eran diferentes en función de si la persona que realiza la prueba es rápida o lenta al reaccionar, se equivoca o acierta.

El objetivo científico del trabajo es determinar los patrones de actividad cerebral vinculados a la inteligencia emocional. A lo largo del proceso también se ha medido la agresividad de cada uno de los sujetos que han participado en el experimento para comprobar el vínculo entre inteligencia emocional y agresividad, y determinar, en esta última fase del proyecto, si con entrenamiento se pueden conseguir cambios cognitivos y cerebrales capaces de modificar estas conductas.

En la última fase del proyecto, las 75 personas elegidas entre las 250 iniciales serán divididas en tres grupos: dos de baja inteligencia emocional, de los que solo uno recibirá entrenamiento, y un tercero con altos niveles de inteligencia emocional que servirá como referencia. Se realizarán 15 sesiones y después se volverán a realizar las pruebas para comprobar los efectos del adiestramiento.

El entrenamiento consiste en una serie de tareas que permiten que una persona con baja inteligencia emocional mejore su capacidad para reconocer y expresar los sentimientos propios y ajenos, sea capaz de regular sus emociones y a inhibir o posponer la necesidad de la recompensa inmediata.

La incapacidad para regular las emociones se vincula tanto con las conductas violentas como con el consumo de drogas o la obesidad. Pablo Fernández Berrocal está convencido de que es la gran asignatura pendiente e indispensable para los individuos del siglo XXI. “Un informe de la Unión Europea recoge que en 2025 la primera causa de baja laboral será la depresión”, indica. “En Estados Unidos se ha estudiado que el 30% de los niños corre riesgo de tener problemas a lo largo de su vida precisamente por no ser capaces de regular sus emociones y ser empáticos. Desde este punto de vista critica con ahínco que el sistema educativo se haya desentendido de la inteligencia emocional y, en general y de forma abusiva, se recurra a la farmacología para abordar problemas que se podrían solucionar o minimizar simplemente cambiando determinados comportamientos. Este hecho lo resumen con meridiana claridad las estadísticas de la OCDE que colocan a España en el segundo lugar en consumo de tranquilizantes.

La actividad científica de Fernández Berrocal se ha desarrollado siempre en este área. El Laboratorio de las Emociones se creó en 1996 y desde entonces ha desarrollado sistemas para mejorar las habilidades emocionales tanto personales (expresar, percibir y comprender las emociones propias, su evolución y modificación), como interpersonales (identificar los sentimientos de otra persona, conectar con sus emociones y saber cómo comportarse y compenetrarse con ellas). 

Estos métodos se han adaptado al perfil de niños, adolescentes y profesionales. En este sentido, el equipo ha desarrollado un método, denominado Intemo, para mejorar la inteligencia emocional de los adolescentes. Este sistema, aplicado desde hace años en numerosos centros educativos, se realizó a partir de un trabajo de campo llevado a cabo con 2.000 estudiantes de educación secundaria de institutos de cuatro provincias andaluzas.

“Hemos podido constatar que con adolescentes se consiguen resultados en año y medio, mientras que si se trabaja con niños de entre dos y tres años, el efecto se logra en tres meses”, subraya el responsable del Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga para poner de manifiesto la necesidad de introducir la inteligencia emocional en los colegios cuanto antes. 

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