INVESTIGAR EN JAÉN

La herencia del Año del Hambre

  • El catedrático Eduardo Araque entrega 37 años de vida profesional a reconstruir y poner en valor el legado y la historia de los pueblos de colonización construidos durante el franquismo en Jaén en un intento por mejorar la producción agrícola, mediante la irrigación de 11.000 hectáreas a lo largo del cauce del Guadalquivir.

La miseria crónica, el desgarro de la guerra, el atraso y el aislamiento provocaron durante los primeros años de la dictadura franquista una de las peores hambrunas de la historia de España, especialmente devastadora en los pueblos del interior de Andalucía. “Aquella agricultura de secano era muy poco productiva y un periodo prolongado de malas cosechas de cereales mermaron la base de la alimentación de unos campesinos que, sin pan, morían de hambre”, resume el catedrático de la Universidad de Jaén Eduardo Araque. 1946 ha quedado grabado en la memoria popular de aquellos pueblos como el Año del Hambre. Un estudio de Araque indica que en la provincia de Jaén murieron 14.651 personas, “buena parte como consecuencia del hambre, el raquitismo y la avitaminosis”.

La Falange advirtió a Franco “del hambre, la desesperación y la falta de trabajo” como acicates para la conflictividad social. El campesinado solo tenía a su alcance los jornales de la recogida de la aceituna y la siega del cereal. Gran parte del año permanecía inactivo. “El régimen necesitaba hacer más productiva aquella agricultura y la única manera de conseguirlo era convertir las tierras de secano en regadíos”. Este fue el origen del plan Jaén que implicó la irrigación de más de 11.000 hectáreas de tierras situadas a lo largo del curso del Guadalquivir y la construcción de 30 pueblos a los que fueron forzadas a trasladarse las familias de las zonas más pobres de la provincia. Este proceso de colonización, además, coincidió con la repoblación forestal de lo que hoy es el parque natural de Cazorla, Segura y Las Villas, que hacía incompatibles aquellos montes con la agricultura y la ganadería y el desalojo de algunos pueblos afectados por la construcción de pantanos.

A tal efecto, el Instituto Nacional de Colonización se ocupó de comprar las tierras o alcanzar acuerdos con los latifundistas para que cedieran algunas hectáreas a cambio de que transformaran sus fincas de secano en regadío, y adjudicó una casa y un lote de 0,5 hectáreas a cada familia, una superficie mínima que permitía “matar el hambre”, pero no mermaba fuerza jornalera para atender los nuevos cultivos. Eduardo Araque recuerda, por ejemplo, cómo algunos personajes vinculados al régimen compraron aquellos años grandes fincas junto a las que se construyeron poblados de colonos. El resultado fue la construcción de pueblos a lo largo del Guadalquivir, los más pequeños de solo 30 habitantes y los mayores de 300.

La fórmula, a la postre, solo resultó ser un paso intermedio para unas gentes que, finalmente, se vieron empujadas hacia la emigración. “Tenían prioridad las familias numerosas, con ocho o 10 hijos que poco podían hacer con media hectárea de terreno, sobretodo a medida que se empezó a mecanizar la agricultura y las grandes fincas del entorno ya no necesitan tanta mano de obra”. También se ha comprobado que muchos de aquellos colonos no acabaron nunca de adaptarse “a las nuevas circunstancias”, según escriben Araque y otros autores en el informe Balance de la actuación del Instituto Nacional de Colonización en la Provincia de Jaén. Los que procedían de las campiñas de secano dedicadas al cereal y al olivo ignoraban las técnicas del regadío y a muchos otros nadie les había enseñado el secreto de cultivos para ellos tan exóticos como el algodón o el tabaco. La consecuencia fue que cuando empezaron a exigirles rendimientos anuales, “muchos de ellos no tuvieron otra opción que renunciar a la concesión”.

Hacia los años 70, los poblados del Guadalquivir entraron en barrena. El éxodo rural los vació. Eduardo Araque los conoció justo entonces. En 1978 realizaba su tesina sobre el proceso de colonización. La emigración hacia las grandes urbes dejó en el abandono y la ruina muchos de aquellos poblados. Algunos fueron totalmente abandonados, otros perdieron hasta el 90% de su población y, en cualquier caso, no hubo ninguno que lograra retener más de la mitad de sus habitantes. “En esos años lo rural equivalía a cateto y retraso”, hasta que Europa “nos descubrió su valor” y empezó a moverse el turismo rural, surgió alguna industria agroalimentaria y las familias emigradas de pronto descubrieron que aquel patrimonio campesino abandonado tenía valor y, después de muchos años, se interesaron por su recuperación. Pero lo hicieron de cualquier manera.

Treinta y siete años después de hacer su tesina, Eduardo Araque está todavía está enganchado a este trozo de la historia. Ahora, con el objetivo de realizar una guía didáctica que devuelva a su lugar ese legado arquitectónico y rural. “El gran logro de aquella colonización fue la arquitectura de vanguardia que se llevó a cabo”, subraya el catedrático jienense. “Se eligieron los mejores arquitectos del país, se le dieron todos los medios y se les dejó vía libre”, resume Eduardo Araque. El resultado fueron una serie de poblados perfectamente integrados en el paisaje con casas que disfrutaban de servicios como la luz eléctrica o el agua que entonces eran una rareza en el mundo rural. “Incluso ganaron premios internacionales”. “Hay veces que estás en el centro del pueblo y parece que sigues en mitad del campo”. También se levantaron de una serie de infraestructuras agrícolas como acequias y acueductos de gran interés.

Sin embargo, el valor de este legado arquitectónico y agrícola ha sido manifiestamente despreciado desde que estos pueblos comenzaron a volver a la vida. “Muchos municipios se han despreocupado de su patrimonio y han permitido actuaciones aberrantes. Tanto es así que muchos se han mantenido mejor porque han seguido abandonados”.

Eduardo Araque proyecta junto a la guía didáctica, para una fase posterior, la elaboración de una ruta tres días en las que se pueda experimentar el contraste entre la herencia “y las aberraciones y el despilfarro que ha originado la falta de vigilancia al recuperar este patrimonio". Aún con estas luces y sombras, la vida ha vuelto a la mayor parte de los poblados. Unas veces de la mano del turismo rural, otras porque se han encontrado cultivos alternativos como el espárrago, se han creado cooperativas que han inyectado dinamismo y empleo, han surgido industrias en sus proximidades o están tan cerca de la autovía que han acabado prácticamente convertidos en ciudades dormitorio de centros industriales. Araque sugiere que el más abandonado posiblemente sea San Miguel, lo que no obsta para que se hayan recuperado algunas casas.

Pueblos de colonización realizada durante el franquismo en la provincia de Jaén:

Agrupación de Mogón

Agrupación de Santo Tomé

Arroturas

Campillo del Río

El Donadío

Ampliación de Espeluy

Guadalén

Guadalimar

Llanos del Sotillo

Miraelrío

San Julián

Puente del Obispo

La Quintería

La Ropera

San Miguel

Solana de Torralba

Sotogordo

Vados de Torralba

Valdecazorla

Vega de Santa María

Vegas de Triana

Veracruz

Los Villares


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