INVESTIGAR EN MÁLAGA

La mujer, objetivo de guerra invisible para la paz

  • La investigadora Carolina Jiménez constata la impunidad de los delitos de género en los conflictos, tal y como ha sucedido con la absolución del congolés Germain Katanga, y la ineficacia de unas normas unas veces insuficientes y otras transidas del paternalismo que las inspiró tras la Segunda Guerra Mundial.

Nunca las mujeres han sufrido tanto los conflictos armados como ahora. Por un lado, las contiendas contemporáneas se han recrudcido y se han desplazado hacia los espacios urbanos convirtiendo a la población civil en diana. Por otra parte, la violencia por razón de género ha pasado a ser un arma de guerra, fenómeno que se ha vivido desde los Balcanes hasta el Congo. La situación de la mujer no mejora durante el posconflicto, ya sea para acceder a la ayuda humanitaria o para lograr el estatuto de refugiada y aunque hay algunas sentencias que condenan los crímenes de género (en los tribunales ad hoc creados para antigua Yugoslavia y Ruanda), la violencia sexual desplegada durante las guerras sigue siendo una asignatura pendiente del derecho penal internacional, como pone de manifiesto la reciente sentencia que absuelve a Germain Katanga, señor de la guerra del Congo, de los cargos de violación y esclavitud sexual.

La investigadora de la Universidad de Málaga Carolina Jiménez Sánchez ha estudiado los conflictos bélicos y los procesos de paz posteriores desde una perspectiva de género para analizar el papel de las mujeres no sólo como víctimas, sino también como agentes activas. Una de las principales consecuencias que extrae tras tres años de trabajo es la visión anacrónica que destilan las normas internacionales que rigen las contiendas bélicas. Los convenios de Ginebra de 1949 y los protocolos que los actualizaron en 1977 rezuman el olor de sus tiempos: “No corresponden a la naturaleza de los conflictos actuales y tienen una profunda visión patriarcal”, indica Carolina Jiménez. Esto significa, por ejemplo, que buscan proteger a la mujer en razón de su “honor y pudor”. No prohíben la violación ni la consideran agresión física, sino que la contemplan como atentado al honor.

Si este es el panorama durante el conflicto, la posición de la mujer no mejora en la etapa siguiente. “La desprotección de mujeres y niñas es absoluta”, subraya la investigadora que, por una parte, recuerda cómo las mujeres violadas son rechazadas por sus comunidades y, por otra, pone de relieve las dificultades que tienen para acceder al Estatuto del Refugiado, de 1951, y al catálogo de derechos que contempla.

Sin embargo, posiblemente el factor que más le conmueve es la vulnerabilidad de mujeres y niñas en los campamentos de refugiados donde, a pesar de los esfuerzos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para el Refugiado (Acnur), “siguen expuestas a la violencia de género”. Recuerda situaciones brutales de abusos sexuales a cambio de comida que se han dado en campamentos en los que han estado involucrados incluso cascos azules de la ONU.

La negociación de la paz y la construcción de las bases del nuevo escenario que debe suceder al conflicto es otro de los momentos claves para la invisibilidad de las mujeres. “En esas negociaciones es frecuente que se amnistíen los crímenes basados en el género, que de esa forma quedan impunes”, como una sombra proyectada sobre la sociedad posterior.

Los tribunales que se crearon para juzgar los crímenes de guerra ocurridos en los años 90 en los Balcanes y Ruanda sí dictaron sentencias que condenaban delitos de esta naturaleza, pero todavía son excepciones.

La Corte Penal Internacional es el primer instrumento jurídico que considera crímenes de guerra y lesa humanidad los actos de violencia de género. No obstante, su capacidad para investigar estos hechos y condenarlos aún tiene fuertes limitaciones como pone de manifiesto la sentencia dictada en mayo contra Germain Katanga, líder rebelde congolés acusado, entre otros, de crímenes de naturaleza sexual.

Esta ha sido la primera vez que la Corte Penal Internacional ha juzgado delitos contra mujeres cometidos durante un conflicto y también ha sido la primera vez que ha absuelto a un acusado por estos cargos. Los jueces no han hallado pruebas que demuestren la responsabilidad de Katanga en las acusaciones de violación y esclavismo sexual, a pesar de los informes de la ONU que señalaban que las mujeres y niñas supervivientes al ataque a la aldea de Bogoro, ocurrida en 2003, fueron violadas o esclavizadas. En 2012 también fue exculpado de cargos similares el congolés Thomas Lubanga.

La investigación, que forma parte de la tesis doctoral leída en diciembre de 2013, también tiene en cuenta a la mujer más allá del papel de víctima. Ya en la Primera Guerra Mundial la mujer asumió labores de apoyo al conflicto (enfermeras, avituallamiento, depósito de municiones), papel que se volvió más activo en la Segunda Guerra Mundial, aunque sin alcanzar la primera línea aún. Las diferentes guerrillas de América Latina y África que se suceden a partir de los años 70 llevan a las mujeres hasta el centro del conflicto, como se vio posteriormente en 2011 cuando el tribunal internacional para Ruanda condenó a la exministra de la etnia hutu, Pauline Nyiramasuhuko, por genocidio.

Este proceso ha ido en paralelo también a la incorporación plena, al menos sobre el papel, de las mujeres en las fuerzas armadas, aún cuando se aluda al techo de cristal para cuestionar la promoción y presencia real de los colectivos femeninos en los ejércitos.

Carolina Jiménez plantea en las conclusiones de la tesis la imperiosa necesidad de que se actualicen los protocolos internacionales para que recojan la violencia por razón de género, así como el Estatuto del Refugiado. También reivindica que se exija a la ONU que no autorice el despliegue de cascos azules procedentes de países que no respetan la igualdad de género y que se incorpore a mujeres a los procesos de paz, tal y como ya acordó en 2000 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.  

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