Málaga

Ángel para una divina comedia

  • La línea 17 de la EMT conduce a la Málaga menos deseada, la menos promocionada, aunque La Palma es un mosaico humano, candente y próximo · El infierno existe, pero el diablo sonríe

Son las 11:20 en la parada de la línea 17 en la Alameda. El autobús ya está listo para iniciar su trayecto. Hay 12 pasajeros a bordo, entre ellos un grupo de señoras mayores que viajan en la parte trasera, dispuestas a regresar a sus casas después de haber hecho la compra del día o de continuar la compra en otra parte. Tres de ellas lucen flores en el pelo. Ríen constantemente. Un hombre vestido con un jersey de lana a pesar del calor ocupa una plaza reservada a personas con discapacidad. Lleva una muleta en la mano izquierda. Otro hombre, que lleva una gorra blanca y una camisa roja a rayas, conversa vivamente con el chófer, un chico joven que se pone las gafas de sol cuando cierra la puertas del autobús. Éste se pone finalmente en marcha a las 11:22. Una de las mujeres de la parte trasera saca una blusa blanca que acaba de comprar de una bolsa de plástico. La saca a relucir orgullosa frente a sus compañeras: "¡Mirad! ¡Es una talla XXL!" La blusa empieza a ir de mano en mano. Otra de las mujeres la toma, la estira a lo ancho y dice mientras ríe: "¡Nove! ¡Pues sí que es grande, sí!" Los ocupantes hablan en voz muy alta. En el Pasillo de Santa Isabel suben dos personas, una mujer con gafas de sol y un hombre mayor con una gorra azul. En la primera parada de la Avenida de la Rosaleda suben otras dos mujeres. El hombre de la gorra blanca sigue hablando con el chófer, de pie junto a él. Debaten los inconvenientes de circular por Málaga con el coche y de las ventajas de los transportes públicos. Dos mujeres de la parte trasera discuten sobre los infartos que el marido de una de ellas ha sufrido desde enero. En la segunda parada de la Avenida de la Rosaleda, pasada ya la Comisaría, sube un hombre con el pelo cano, muy delgado, vestido con pantalones cortos amarillos y una camiseta negra. Va cargado de bolsas de la compra. Las deja en el suelo, busca unas monedas en un bolsillo y luego vuelve a coger las bolsas para desplazarlas hasta el asiento. Le cuesta mantener el equilibrio.

El autobús cruza la Goleta, el Puente de Armiñán y la avenida Gálvez Ginachero. Entre las mujeres cunde de pronto una alarma: "¡El Mercadona, ya está aquí el Mercadona!" En la siguiente parada, la primera de Doctor Marañón, junto al citado supermercado, bajan cuatro de las mujeres del grupo. Dos de ellas las despiden con una advertencia: "¡Gastad poco dinero!" No se vislumbran en sus rostros gestos ni signos que pudieran hacer pensar que hablan en broma. Sube una chica joven, rubia, con el pelo recogido en una coleta. En la segunda parada de Doctor Marañón baja el hombre del jersey de lana y la muleta. Una monja camina por la acera junto a los terrenos de la antigua Citesa, a la sombra. La mujer que conversaba con su compañera sobre la delicada salud de su marido dice a la misma: "Yo ya me meto todas las noches la pastilla debajo de la almohada y me echo a dormir". El autobús enfila por la Avenida Luis Buñuel. Se detiene en la parada frente a La Roca y baja el hombre cargado de bolsas de la compra. Cuando el vehículo retoma la marcha, una de las cuatro mujeres que quedan en la parte trasera anuncia: "¡La Rosaleda! ¿Quién se baja a comprar aquí?". El autobús hace la parada correspondiente en la avenida Simón Bolívar, junto al centro comercial, y bajan dos de las mujeres junto a otros dos pasajeros. Suben cuatro personas, dos matrimonios mayores. Los dos miembros del primero ocupan los asientos que miran al pasillo, frente a los tapizados en rojo. La mujer del otro matrimonio casi se abalanza sobre el asiento que queda libre junto al chófer, y le dice a su marido: "Nene, siéntate aquí". Pero el hombre, moreno, vestido con pantalones cortos de pinzas y una camisa generosamente abierta, se dirige al otro matrimonio: "Lo hemos comprado todo en quince minutos. La María lo apaña todo en nada". Su mujer, extremadamente pálida, rubia y con expresión de fatiga, le llama la atención: "Te estoy llamando para que te sientes aquí pero no me haces caso". El hombre no le hace caso y se sienta en una de las plazas reservadas para personas con discapacidad, frente al otro matrimonio. Siguen hablando. Después llama a su esposa: "María, esta mujer dice que te conoce y que tú le has dado la espalda". Ella responde: "Eso es mentira". Así que baja del asiento elevado y se coloca junto a su marido. Mira a la mujer de enfrente y le dice: "Es verdad, nos conocemos del barrio. ¿Y su hermana, está bien?" El autobús continúa por la Avenida de Valle-Inclán. En Huerta La Palma no se produce intercambio de pasajeros. De las dos mujeres que quedan en la parte trasera del grupo de ocho, una avisa a la otra de que debe solicitar la parada. Ésta responde, con su flor en el pelo: "¡Mira, tranquila, voy!"

En la Plaza Enrique Ortega, al comienzo de la calle Bidasoa, bajan dos pasajeros. Una mujer africana, gruesa y sonriente, espera a poder cruzar a la otra acera con cuatro niños a su alrededor. En la calle Cabriel bajan la mujer pálida y su marido. Dos mujeres pasean tocadas con el velo islámico. La calle está muy sucia. Hay vidrios rotos, restos de chatarra y envoltorios de todo tipo en el suelo. Cinco o seis mujeres gitanas están sentadas frente a un portal destrozado, tal vez arrasado por un incendio, sentadas en butacas de plástico. En la primera parada de Doctor Muguerza Bernal bajan tres personas, el otro matrimonio y el hombre de la gorra blanca que conversaba con el chófer. Hay un pequeño parque para niños con los columpios desprendidos. Algunas mujeres cruzan con bolsas de la compra. Hay subsaharianos con atuendos propios del hip-hop, magrebíes vestidos con chaquetas de cuero (también a pesar del calor) y pequeños grupos de hombres, reunidos en corro a las puertas de los edificios. Al término de la calle, el autobús inicia un largo recorrido sin intercambio de pasajeros por el Camino de la Virreina, la Plaza de la Virreina (tres personas sentadas y dos de pie, sin edad aparente y muy callados, beben cerveza en un banco, mientras un perro sentado parece esperar pacientemente a uno de ellos), la Plaza Herbert von Karajan y la avenida Jane Bowles. El vacío del Guadalmedina puede observarse desde aquí. Al término de la misma, el vehículo da la vuelta en una rotonda y se dispone a iniciar el mismo recorrido en sentido contrario. En la siguiente parada sube finalmente una chica joven que lleva gafas de sol y una carpeta de apuntes. En el asiento trasero de un coche que se sitúa justo al lado del autobús una mujer da el pecho a un bebé. En el Camino de la Virreina suben dos subsaharianos que lucen gorras de paño y gafas de sol. Una mujer, también africana, se ha quedado en la parada hablando por el móvil. De vuelta a Muguerza Bernal, un hombre infla flotadores en una plaza jaleado por dos niños. Tiene a su alrededor ya al menos diez inflados. En la calle Esla sube otro subsahariano, también con gorra de paño, que lleva algo en una bolsa de basura y se sienta junto al conductor. Tararea una melodía y sigue el ritmo con los pies. Otras dos personas bajan en la misma parada.

El mercado de la Palmilla, en la calle Ebro, presenta su bullicio habitual, con hombres y mujeres que entran y salen con carritos llenos. Hay pintadas ofensivas en las paredes. Algunos bloques parecen recién reformados, en otros perviven restos de agresiones, pequeñas combustiones, ventanas rotas y basura amontonada en los portales. Más mujeres ocupan la acera sentadas en sillas de playa, o en los bordillos. Los bares típicos de esta zona, con sus techos de uralita, están llenos de ancianos que juegan al dominó y de mujeres que comparten el café antes o después de ir al mercado. Hay algunos establecimientos de comida rápida, y ultramarinos que pregonan en sus anuncios el precio del marisco congelado. Un hombre vende ropa tendida en los bajos de un edificio. El autobús llega a la calle Deva. Hay coches en doble fila. Son las 11:54. Fin del trayecto.

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