Opinión

Aprovechemos el talento

Adelaida de la Calle Martín

Rectora de la Universidad de Málaga

La superación de la crisis económica requiere un cambio en el modelo productivo que explore nuevas fórmulas de creación de riqueza. En ese cambio, el papel de la Universidad puede ser determinante, ya que en ella se genera un caudal de conocimiento innovador que rendiría excelentes frutos si las empresas e instituciones del entorno lo hicieran suyo.

Una de las piedras angulares del progreso científico que propiciamos desde las universidades estriba en la formación de doctores. Ellos son la manifestación más depurada del talento de nuestros estudiantes, los que producen las mejores aportaciones en materia de investigación y los más capacitados para aplicar dichas aportaciones a proyectos concretos. Sin embargo, su inserción laboral más allá de la propia Universidad no acaba de despegar.

Hablamos de un colectivo sólidamente preparado al que apenas afecta el desempleo: según la EPA correspondiente al primer trimestre de 2013, el paro entre los doctores se sitúa en el 4,68%, muy lejos del 17,09 que registran licenciados y graduados y del 36,98% de los que sólo han completado la Educación Secundaria. De los doctores que se encuentran trabajando, el 42% se dedica a la investigación o la docencia en universidades e institutos, el 38% ocupa un puesto en las Administraciones Públicas, y sólo el 12% desarrolla su actividad en la empresa privada. La realidad es que hay un superávit de personal altamente cualificado que el mercado español no puede absorber, por lo que muchos se ven obligados a buscar oportunidades en el extranjero.

España necesita adoptar una política diferente con respecto a los doctores, en la línea de lo que hace décadas practican, con éxito, países punteros en investigación e innovación como Estados Unidos o Japón. Hay que fomentar su incorporación a las empresas, para que éstas adquieran el necesario plus de competitividad que les permitiría resistir los embates de la crisis.

Frente al tópico de investigadores demasiado teóricos, las competencias que realmente adquieren los doctores durante su formación están entre las más demandadas por la sociedad y son de aplicación inmediata. Su integración en el tejido productivo tendría, por tanto, efectos beneficiosos a corto plazo.

Existen programas públicos, como el Torres Quevedo del Ministerio de Economía, cuyo objetivo es precisamente incentivar la contratación de doctores por parte de empresas, centros de estudios y parques científicos y tecnológicos para el desarrollo de proyectos de investigación industrial o experimental e informes de viabilidad técnica. Su resultado, hasta el momento, ha sido más que satisfactorio: la mayor parte de los beneficiarios de estas convocatorias logran establecer vínculos laborales estables una vez completado el periodo de prácticas, y las compañías progresan notablemente en el área de innovación. Pero se trata de iniciativas aisladas que, además, se están viendo perjudicadas por el recorte en la inversión en I+D+I que España sufre desde hace tres años.

Sería deseable que este tipo de políticas se fortalecieran. Y para ello, junto con el compromiso de las autoridades, es necesario que los propios agentes económicos den un paso al frente y opten por la incorporación a sus plantillas de los investigadores que han alcanzado el máximo grado de formación.

Todos debemos reflexionar sobre nuestras fortalezas y oportunidades para encarar el futuro. España dispone de escasos recursos naturales y su industria carece de peso; nuestro principal activo, casi diría nuestro único activo, es el talento. Un talento que se manifiesta en las universidades a través de sus doctores y que ofrece excelentes resultados que la sociedad debería aprovechar.

De la misma forma que en nuestros campus hemos sabido crear el ambiente propicio para que se desarrolle el talento, las empresas deben generar el tejido adecuado para retenerlo. Sería una manera óptima de afrontar los duros retos económicos a los que nos enfrentamos. 

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