Defendiendo el tipo

Los límites del Concurso

Es una pena la suspensión del Concurso de Carnaval -sólo para sevillanos- convocado por la Diputación de Sevilla. Vaya papelón: "Sevilla tiene un concurso especial".

Me hubiera gustado que se celebrara, y lo digo sin asomo de ironía. De verdad. Se habría consagrado la dispersión urbi et orbi de nuestra fiesta. De pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, de país en país… ¡La panspermia carnavalesca!

Mira ese empresario cordobés tan simpático que dice que aquí sólo gusta el cachondeo. ¿Ah, sí? Pues exportemos el cachondeo, la felicidad y la guasa. ¿No es mejor que exportar parados o misiles?

Claro, que no en todos los sitios lo entenderían del mismo modo: siempre han existido una Finamarca y una Vulgaria.

En fin, que me gustaba ese concurso sólo para sevillanos en Sevilla. Aquí, ciertos autores se han puesto muy serios y han hecho declaraciones doctorales, políticamente correctas… y muy cautelosas, perdiendo la oportunidad de mostrar su ADN guasón y carnavalesco. Pero, ay, es que hay que hacer caja al final de la autopista.

Con todo, yo también tengo dudas del posible éxito del frustrado concurso. Primera, la capacidad de la obligatoria insolencia y desvergüenza con la que afrontar una copla. Sevilla -he vivido varios años allí- no sabe reírse de sí misma. Es maravillosa, pero se toma demasiado en serio.

La segunda, lo que es una copia, siempre será una copia: el original tiene este valor añadido. Tercera, la irreverencia: el terno oscuro me parece incompatible con el disfraz mamarrachero e impío. Por último, las señas de identidad: hacer algo desde cero, provoca un vacío desolador a tu espalda. Así que habría que inventar a Agüillo, resucitar a Paco Alba o clonar a El Peña.

Y sería falsificar una verdad. Y ya lo dijo un gran sevillano, Silvio Sacramento: "La verdad, si no tiene gracia, no le interesa a nadie".

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