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EDAD CONTEMPORÁNEA

Los cimientos de la democracia

  • Las Cortes de 1812 en Cádiz iniciaron el difícil viaje hacia un país constitucional. Entre los personajes más influyentes estuvieron el malagueño Antonio Cánovas del Castillo, jefe de Gobierno a finales del siglo XIX, y Niceto Alcalá Zamora, natural de Priego de Córdoba, presidente de la II República

El monstruo, el divino, el judío y el católico. Hoy en día no resulta tan habitual que los políticos sean rebautizados con sobrenombres, pero los del siglo XIX, en particular los más influyentes, eran más conocidos por sus apelativos populares que por su nombre al completo. Hoy son licenciados en Derecho y Economía, y ayer clérigos, comerciantes, oradores y escritores. Jóvenes decimonónicos que sin una intención clara se dedicaron a la política y establecieron las bases de la democracia que hoy conocemos. El proceso fue largo y duro. Dos siglos muy complejos pero también triunfantes en cuanto a derechos y libertades. “Doscientos años muy complicados; un periodo inestable donde la teoría y la legalidad y la realidad poco tenían que ver”, sostiene Julio Ponce, profesor titular de la Universidad de Sevilla. Para Margarita Ruíz, que prepara su doctorado en la Universidad de Granada sobre esta época, “el viaje hacia un país constitucional resulta en ocasiones penoso, muchos obstáculos impiden un sueño que empieza en 1812 con La Pepa”.

Las Cortes de Cádiz cambiaron el rostro de España en un plazo de tres años, transformando sus estructuras sociales, económicas y políticas. “Fue una obra revolucionaria”, continúa Ruiz. Las Cortes, igual que hoy en día, estaban formadas por diputados elegidos por los ciudadanos. Sin embargo, mientras que actualmente se goza de un sufragio universal, a principios del siglo XIX el sufragio era censitario y no todos podían ser elegidos.

Los hombres que llegaron a la Isla de León, hoy San Fernando, eran casi desconocidos pero fueron recibidos por el pueblo con salvas de los buques fondeados en el puerto y con cañonazos en el puente Zuazo.

Los procuradores

Agustín Argüelles, el conde Toreno, Mexías Lequerica y Muñoz Torreno son algunos de los diputados elegidos mediante un proceso complejo. En una primera selección, los ciudadanos mayores de 25 años y cabeza de familia designaban a los electores en las parroquias, que actuaban como colegios electorales. Y estos, a su vez, votaban a los diputados por un periodo de dos años. “Cualquier español podía ser elegido, siempre y cuando fuese mayor de 25 años y natural o residente, durante siete años como mínimo en la provincia a la que representaba”, explica Alberto Ramos, profesor de la Universidad de Cádiz. Pero sin lugar a dudas fue El Divino, Agustín Argüelles, el más activo e influyente en Las Cortes.

Mientras que hoy impera el sistema D’Hondt para repartir los escaños en el Parlamento, sistema que beneficia a los partidos mayoritarios, en 1810 las votaciones eran a título individual, indistintamente del grupo ideológico al que perteneciera. El profesor Ramos señala que “también se eligieron varios suplentes porque algunos procuradores, como los americanos, tuvieron dificultades para llegar a Cádiz con los franceses a las puertas de San Fernando”.

Entre estos primeros representantes destaca la supremacía del clero sobre otras profesiones. El 30 por ciento de los diputados del Congreso gaditano eran eclesiásticos, seguidos por los abogados, un 18 por ciento. “La representación del pueblo llano fue muy escasa”, comenta Alberto Ramos. De hecho, fueron los párrocos de los pueblos, como el cura de Algeciras, los que más se preocuparon en esta Asamblea por las clases humildes. “Algunos manuales de historia tachan a las Cortes de Cádiz de anticlerical y enemiga de la Iglesia, sin embrago, el número de diputados pertenecientes al clero indica que en determinadas zonas de España continuaban confiando en ellos”, retoma Margarita Ruiz.

Ya en esta época existía la tribuna de invitados. “Se ha dicho con frecuencia que el pueblo tomó parte muy activa en las deliberaciones del Congreso. Nada más lejos de la verdad. El pueblo vio en las Cortes un espectáculo, pero pronto se aburrió y dejó de asistir a unos debates para los que no tenía formación”, describe Ramón Solís en el libro El Cádiz de Las Cortes. No obstante, los ciudadanos siguen muy de cerca los comentarios de la prensa, donde se desmenuzan y explican las intervenciones de los representantes.

Sin embargo, a pesar de la superación de los múltiples obstáculos para aprobar al Constitución de 1812, Fernando VII regresó e impuso de nuevo una monarquía absolutista. A partir de entonces, políticos como Mendizábal, cabalgarán entre los ideales de La Pepa, el absolutismo de Fernando VII y la regencia de su esposa María Cristina. “Los gobiernos en España se cambian a base de golpes de Estados o pronunciamientos militares. Habrá que esperar a 1876 cuando el malagueño Antonio Cánovas del Castillo establezca un sistema más o menos regular y elimine el sector militar de la esfera política”, explica Julio Ponce.

Mendizábal

El comerciante y político Juan Álvarez Mendizábal había apoyado el golpe de Estado del coronel Rafael de Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla), en 1820, con el que se inició el trienio liberal. Tras años de exilio volvió a España en 1835 y fue nombrado presidente del Gobierno. Un año después llevó a cabo la desamortización que lleva su nombre: puso en el mercado, mediante subasta pública, las tierras y bienes no productivos de la Iglesia Católica, órdenes religiosas o territorios nobiliarios. Su finalidad fue acrecentar la riqueza nacional y crear una burguesía y clase media de labradores propietarios.

Se conocen pocos datos de este comerciante de Chiclana (Cádiz), aspecto que mantuvo oculto, así como el origen judío de su verdadero apellido, Méndez. “Durante años se dedicó a la importación de carey de Birmingham para fabricar peines pero se involucró en el bando liberal hasta el punto que en 1935 fue nombrado ministro de Hacienda por el conde de Torero; y posteriormente, presidente del Gobierno”, narra la Margarita Ruiz.

Mendizábal ha pasado a la historia por la desamortización. Sin embargo, los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las tierras fueron compradas por nobles y burgueses adinerados, de tal manera que no pudo crearse una verdadera burguesía o clase media en España que sacase al país de su marasmo.

“Durante todo el siglo XIX reinó un sufragio censitario. No es hasta 1890 cuando podemos hablar de sufragio universal masculino”, comenta Julio Ponce. Antes de esto, hubo rebeliones, como La Gloriosa, iniciada en Cádiz, que destrona a Isabel II; el efímero reinado de Amadeo de Saboya, nuevas acciones carlistas... Y la llegada de la I República, en 1873. Los federales del movimiento obrero tomaron los ayuntamientos de Andalucía, cuyos alcaldes eran designados por la Corona, constituyeron comités y declararon las ciudades de Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga, Sanlúcar de Barrameda, Bailén y Andújar, entre otras, cantones independientes durante la I República. “España siempre fue un país dividido internamente, grupos que luchaban por su diferenciación e independencia, en algunos casos”, retoma Margarita Ruiz.

Aparece entonces Antonio Cánovas del Castillo, malagueño, gran orador, admirador del modelo bipartidista inglés y artífice de la mecánica del turnismo de los partidos. Cánovas fue una de las figuras más influyentes de la política española de la segunda mitad del siglo XIX. “Las elecciones durante la Restauración estaban perfectamente diseñadas y controladas, era un sistema encasillado y amañado desde arriba”, informa José Marchena, profesor de la Universidad de Cádiz.

Cánovas y Sagasta se turnaron el poder durante más de veinte años. “Cuando Cánovas dimitía como presidente y lo sustituía su rival político Sagasta, éste se encontraba con un parlamento de mayoría conservadora, por lo que nada más llegar al poder disolvía las Cortes, con la gran casualidad que siempre ganaba el nuevo presidente”, ironiza el sevillano Julio Ponce haciendo alusión al pucherazo, elecciones donde había más votos que electores, “ incluso los difuntos ejercían su derecho al voto”.

En este sistema merecen una especial atención los caciques ,“señoritos, en su mayoría, vinculados directamente con el poder político y económico que ejercían una gran influencia sobre la población, sobre todo en pueblos pequeños”, asiente el profesor gaditano José Marchena. El caciquismo se dio en toda España, pero fue en Andalucía donde tuvo un mayor arraigo. Andaluz era Romero Robledo, el conservador más importante de la provincia de Málaga, que ejerció una gran influencia en Antequera, su tierra natal, mientras que en el otro bando, el liberal, destacó la familia Larios. “Los Rodríguez de la Borbolla y los Ybarra en Sevilla; la familia Carranza y del Toro en Cádiz; y clanes familiares vinculados a las bodegas de Jerez ejercieron una gran influencia”, retoma Marchena.

El sufragio en este periodo seguía siendo censitario. Sólo el 5 por ciento de la población podía votar, hasta que Sagasta aprobó en 1890 el sufragio universal para los varones mayores de 25 años. Por su parte, Cánovas del Castillo era conocido por sus contemporáneos como El Monstruo, por la cantidad de trabajo que era capaz de desplegar en sus dos pasiones: la política y las letras. Además de ser ministro de Gobernación y de Ultramar durante el reinado de Isabel II, de idear el sistema de la Restauración que trajo a Alfonso XII y ser siete veces presidente del Consejo de Ministros del rey, escribió numerosos libros y obras sobre la Casa de Austria, entre otros temas. Fue en el balneario de Santa Águeda, en Guipúzcoa, donde murió asesinado por el anarquista italiano Michele Angiolillo en 1897.

La marcha del Rey

Por el contrario, la II República llegó de una forma más o menos tranquila. “En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, los monárquicos ganaron en un mayor número de municipios, pero si se contabilizaban todos los votos en general, el apoyo a los republicanos era mayor, por esta razón, Alfonso XII decidió marcharse a Italia”, explica José Marchena. Los datos no engañan, y en Barcelona los republicanos cuadruplicaron los votos monárquicos, y en Madrid los triplicaron. Los últimos recuentos dieron la victoria a los republicanos en 41 de las 50 capitales de provincia, unas cifras incoherentes en un régimen monárquico.

Antes de estas elecciones, Niceto Alcalá Zamora ya había alzado la voz y abanderaba la postura antimonárquica. Un hombre autoritario, católico, gran orador y convencido de su misión que, desde el primer momento trató de intervenir en los asuntos del gobierno. A pesar de sus ideales, este abogado natural de Priego de Córdoba fue ministro liberal con Alfonso XIII.

La inestabilidad nunca cesó y apenas subió al poder como presidente provisional, tuvo que hacer frente a la proclamación de la República Catalana, los sucesos anticlericales del mes de mayo y a la negativa de los anarquistas de apoyar la república. Años difíciles políticamente hablando donde todos querían alcanzar el poder. Sin embrago, desde el punto de vista electoral, la II República dio un paso más en el campo de la igualdad al votar la mujer por primera vez en la historia de España en los comicios de 1933 que ganó la derecha. El profesor gaditano José Marchena no tiene muy claro que el voto femenino fuese la causa del cambio del gobierno. “Hay muchas especulaciones sobre este tema, algunos historiadores piensan que la conducta más conservadora de las mujeres inclinó el resultado hacia la CEDA, aunque yo creo que fue la alta abstención de los anarquistas, que tenían un gran poder de convocatoria”. Hombres y mujeres mayores de 23 años votaron en igual de condiciones, dándole un carácter de modernidad al régimen republicano español que no tenían otros países, como por ejemplo Francia donde el Senado se opuso al sufragio femenino hasta pasada la Segunda Guerra Mundial.

Alcalá Zamora, figura esencial en las primeras décadas del siglo XX, no pudo evitar ganarse enemigos, como los socialistas, que le alejaron de la Presidencia y del poder en general. El incio de la Guerra Civil le sorprendió en un viaje por Escandinavia y ya no regresó. “Fijó su residencia en Francia pero estalló la Segunda Guerra Mundial y marchó en barco a Argentina, un viaje penoso que duró 441 días”, recuerda la granadina Margarita Ruiz. El cordobés no quiso volver durante el franquismo, aunque se le invitó varias veces ya que, paradójicamente, un hijo suyo estaba casado con una hija del general Queipo de Llano.

El divino, el judío, el monstruo y el católico, protagonistas de una época con altibajos y novedades que cambiaron el rumbo de los políticos y pincelaron las bases de la democracia actual.

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