Autopista 61

La tabla de surf

Veo al empleado de una casa de empeños colocando una tabla de surf en el escaparate. A su lado hay una guitarra eléctrica (una preciosa Telecaster, por cierto), una batería, un ordenador portátil, otro de mesa, un saxo, una videoconsola, un piano eléctrico, un compresor de aire acondicionado y cinco o seis clarinetes (nunca me habría imaginado que la gente tuviera tanta afición por los clarinetes). Supongo que dentro, a buen recaudo en una caja fuerte, están las cadenas de oro, los crucifijos de plata, las alhajas de la abuela, los marcos de fotos y los collares de perlas Majórica traídos de un viaje de novios. “Sic transit gloria mundi”, que decían los barrocos. Y más deprimido se pone uno cuando ve, frente a la casa de empeños, un cartel que dice: “Dinero rápido. Compro oro 18 quilates. Hasta 10 euros gramo”. El cartel, que yo sepa, lleva unos tres meses en la calle.

No sé si esto será crisis, o desacelaración brusca, o “estagflación”, o cualquiera de esos términos de ciencias ocultas que usan los economistas –la economía, como todo el mundo sabe, no es más que una variante de las ciencias ocultas–, pero a mí se me hace raro ver una tabla de surf en una casa de empeños, junto a un compresor de aire acondicionado y cinco o seis clarinetes. Y no digamos ya ese terrible cartel decimonónico de la compra de oro, que nos hace pensar en el usurero Torquemada de Galdós: “Hasta diez euros gramo”. Esa preposición, “hasta”, lo dice todo. Y con un escalofrío.

Supongo que los bancos y los gabinetes ministeriales encargan costosos estudios económicos para averiguar si hay crisis o no, pero yo creo que el método más barato –y al mismo tiempo infalible– consiste en mandar a un bedel a hacer una inspección por las casas de empeños de cualquier calle del centro. Si la gente está empeñando medallas de oro, la situación es seria, pero quizá no desesperada. Al fin y al cabo, estas cosas siempre han figurado en los fondos de los Montes de Piedad, que antes se llamaban “cajitas de ánimas” (porque uno, supongo, se sentía como un ánima del purgatorio cuando iba a empeñar su medalla de la primera comunión).

Ahora bien, si la gente tiene que empeñar los clarinetes de Semana Santa y las tablas de surf, la cosa es preocupante. La llamemos desacelaración o la llamemos crisis, nadie nos va a quitar el escalofrío. Como a ese surfista que estos días se asomará al mar y notará un dolor difuso en la pierna, como el síndrome del miembro amputado, y sólo será que le falta su tabla de surf. 

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