Rincones con encanto

De puro azahar el último hálito

  • Esta calle lleva el nombre de un edil y teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería y conde de Cazal por gracia de Alfonso XII.

Miguel de Carvajal

Miguel de Carvajal

Desde hace cuarenta años, la calle Miguel de Carvajal está integrada de pleno derecho en el laberinto urbano de nuestra Semana Santa porque por ella lleva ese tiempo pasando el Señor de Sevilla cuando va de vuelta a su casa de San Lorenzo. Pero este año le cabe el orgullo a tan sevillana calle de figurar en el camino de retorno a casa de sus vecinos más queridos.

Este año y por obra y gracia de la enésima reconversión de itinerarios y horarios de nuestra gran fiesta, el Cristo de la Expiración y Nuestra Señora de las Aguas dejan la tradición de las tres Amarguras consecutivas por el Andén del Ayuntamiento en aras a transitar por algunas calles del barrio anhelantes de tan alto designio.

La calle Miguel de Carvajal es la que une Bailén con la cara sur de la Plaza del Museo. Calle muy corta, recta y flanqueada de naranjos, debe su nombre a un alcalde de Sevilla que rigió los destinos de la ciudad bajo el reinado de Isabel II. Don Miguel de Carvajal y Mendieta, Conde Cazal por gracia de Alfonso XII en el año de 1875, fue teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería y asistente de Sevilla en dos mandatos. El primero fue en 1845 a 1846 y el segundo abarcó desde 1856 a 1858. A Miguel de Carvajal y Mendieta le cupo el honor de organizar el 1 de enero de 1858 las fiestas reales con que el pueblo de Sevilla solemnizó el nacimiento del augusto príncipe Alfonso, sucesor de la Corona de España con el nombre de Alfonso XII.

Esta calle formó parte de la llamada de los Pasos y en la que estaba incluida la actual de Rafael Calvo, donde hogaño está situado un conocido bebedero con especial afluencia de una clientela llena de capillitas, el bar de copas Iscariote, antes Museíto y Maracaná cuando era un prestigioso restaurante propiedad de Isidro Sánchez, futbolista que fue del Real Betis Balompié y del Real Madrid.

En el Siglo XVIII se llamó Callejuela de la Portería, pues en ella se situaba la portería del convento de la Merced. En la segunda mitad del siglo XIX ya aparece rotulada como Narcisos y en 1882 el Ayuntamiento acuerda bautizarla de nuevo con el nombre actual, el del alcalde Miguel de Carvajal, fallecido ese mismo año e impulsor, según Santiago Montoto, de la reforma en el nomenclátor urbano llevada a cabo en 1845.

Hasta el derribo parcial del convento mercedario en 1840 y la remodelación de la Plaza del Museo fue un espacio secundario, muy estrecho. Según una documentación datada en 1455 se trataba de una "calleja muy sucia, en tanto grado que de la suciedad y el hedor había venido gran daño a los frailes y a los vecinos comarcanos". Tras la remodelación adquirió la anchura y rectitud que hoy presenta. En 1863, 1867 y 1941 sufrió derribos en busca de mejorarla y sobre todo, ensancharla, siendo en este 1941 cuando se derribó el muro de la cara sur del antiguo convento y ya Museo de Bellas para colocar la verja de hierro fundido que hoy ocupa toda la acera derecha de la calle.

Adoquinada en la segunda mitad del Siglo XIX, consta de amplias aceras festoneadas por frondosos naranjos en sus alcorques, lo que le da un encanto muy especial cuando estalla el azahar en la primavera. La eclosión del azahar es como el anticipo de cómo aromatizará la calle en verano la dama de noche que hace como de tupida celosía de la verja.

Se ilumina con farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas. Las casas de la acera de los impares son de buena factura y algunas con balconadas de artísticos herrajes. Por ella fluye el tráfico proveniente de Bailén y de Marqués de Paradas, lo que le da mucha vida durante el día que hace de contrapunto de una paz que se hace paradisíaca en la noche.

Es ésta de hoy, quizá la novedad más de agradecer de cuantas se decidieron en el Cabildo de Toma de Horas. Será muy digno de contemplar al Cristo del Museo embocar su plaza desde un ángulo diferente. Por supuesto que nos daremos con un regreso más intimista que cuando venía por Alfonso XIII en loor de multitud, sobre todo tras el paso, preñado de compás, de la Virgen de las Aguas al son de Aguas. Una vuelta más intimista, de más recovecos cuando vire de Gravina a Pedro del Toro y de aquí a Bailén para torcer a babor en busca de Miguel de Carvajal. Ese Cristo tomando el último hálito de vida con el sabor del azahar y esa Virgen que llega ya casi sin lágrimas entre las dos hileras de naranjos serán imágenes sublimes y una de esas innovaciones, insisto que quizá la mayor, que agradece la Semana Santa y también ese personal que cree haberlo visto todo y saberlo todo de nuestra fiesta más nuestra.

Y si sale satisfecho, que sí que saldrá, de esta innovación tiene la posibilidad de repetir la faena en la seguridad de que estas segundas partes no sólo serán buenas, sino aún mejores. Se trata de esperar a que esté en su cénit la Luna de Nisán para que en la muy alta madrugada por allí vaya a zancada limpia Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, el Señor de Sevilla, camino de San Lorenzo sin nada que ose cruzarse en su camino. Pero esa es otra historia. Hoy toca Museo y sólo Museo por la gracia de Dios y, por supuesto, gracias a Dios.

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