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Cofradias

Y se rompió por la mitad

  • La lluvia acaba con las pretensiones de gozar de una Semana Santa con pleno de hermandades · Las nueve cofradías del día se quedaron en casa

Qué mal sientan las catorce estaciones del vía crucis cuando se rezan en sustitución de la estación de penitencia como marcan esas reglas que llaman santas pero de las que no se conoce el proceso de canonización. La tesis de la sustitución no hay quien la defienda. No se sostiene. Todo el mundo sabe que no hay nada, absolutamente nada, que puede alcanzar el mismo valor que las mil y una sensaciones que se producen con una cofradía en la calle. El vía crucis sabe a aceite de ricino. Quienes lo han probado, lo saben. Y ayer degustamos aceite de ricino a cucharadas desde bien temprano. Una detrás de otra fueron cayendo como cuentas del rosario. Otra vez la enea de las sillas empapada, otra vez el damasco de las colgaduras chorreando o retirado de urgencia de los balcones, otra vez la Campana desolada, otra vez la cajera del supermercado que pregunta a una clienta si se sabe algo de la Sed, otra vez las chicotás en el interior de las iglesias para el imposible consuelo de los nazarenos mojados y otra vez esa sensación de enorme vacío y de día absolutamente vulgar y corriente cuando todo estaba preparado para justo lo contrario.

sensación familiar

Qué familiar nos resultan ya las tardes de Semana Santa sin cofradías en la calle. Cómo nos hemos acostumbrado ya a la oratoria, menuda oratoria, de algunos hermanos mayores con cara de fin de mes cuando anuncian la suspensión de la salida, despliegan la teoría del patrimonio y hasta demuestran los conocimientos adquiridos en el curso acelerado de Meteorología que las circunstancias nos obligan a recibir a todos. Cuando llueve, también hay ovaciones. Se tributan en el templo, justo en el momento en el que el hermano mayor anuncia la tragedia. Y saetas, como las que se seguían cantando en San Bernardo al final de la tristísima tarde, con el palio encendido al completo, minutos antes de que los dos pasos fueran trasladados desde el altar mayor a los pies del templo entre una gran cantidad de público expectante.

"Hermanos, no salimos porque está lloviendo". Se trataría del principal y único argumento para justificar una decisión. Pero no. Ahora aparecen en las intervenciones de los hermanos mayores el Cabo de San Vicente, rescatado de los libros de Geografía del segundo curso de Bachillerato, y las borrascas de Huelva, de Dos Hermanas y de una ristra de municipios del Aljarafe. A este paso, en breve oiremos a los hermanos mayores agarrarse a la esperanza de un anticiclón que venga de la Gran Sevilla. Y no faltaron ayer las alusiones a las claritas, que no es una cerveza con casera blanca, sino el intervalo sin lluvia que la oposición está deseando que se produzca para echarse encima de la junta de gobierno que ha decidido no sacar la cofradía.

¿defensa de la lluvia?

En una jornada aciaga, los hermanos del Buen Fin tuvieron el consuelo del cardenal arzobispo de Sevilla, monseñor Amigo, y del español que ostenta el cargo de superior general de los franciscanos, José Rodríguez Carballo, procedente de Roma, que trató de convencer al cuerpo de nazarenos de algo absolutamente imposible de meterle en la cabeza a los hermanos de una cofradía: "En la lluvia hay que ver una bendición que Dios regala a esta tierra". No sabe que en Semana Santa sólo vale el agua de los jarrillos de lata.

El paso de la Piedad baratillera lucía una imponente alfombra de opulentas rosas rojas. Jacintos para la Caridad. Exornos originales e inéditos. Triste estampa la del nazareno del Baratillo alejándose por García de Vinuesa, la vida misma se llevaba en su andar acelerado sobre el asfalto mojado. Repelente sensación la de la cera mezclada con agua.

El efecto del Dulce Nombre de 2003, cuando fue la primera cofradía en alcanzar la Campana, sobrevoló algunos templos, como los de San Vicente y la capilla de los Panaderos. Pero el que se impuso finalmente fue el síndrome de 2005, cuando se vivió un Miércoles Santo limpio de cofradías. La Semana Santa de 2008 se ha ido a romper justo por la mitad. "Con lo poco que ha llovido este año y tiene que llover hoy", decía aquella cajera del supermercado que había hecho sus planes para ver la recogida de la de Nervión.

Un penitente de la Lanzada camina por la Campana con la capa convertida en una catarata de merino. Con él se esfuma la primera gran mitad de la Semana Santa. La que hoy empieza es otra Semana Santa, distinta a la de los primeros días. Más medida y marcada por el clasicismo, mucho más sujeta a cánones. Otra historia. Veremos si el agua se queda exclusivamente en los jarrillos de lata y en los cubos de azahar que anoche mismo llegaron a la iglesia de San Antonio Abad.

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