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Cuando la tradición se lleva en la sangre

  • La cucaña vive su primera jornada con una alta participación de jóvenes y veteranos.

Cuando la tradición se lleva en la sangre

Hay tradiciones tan ligadas entre ellas que sería imposible imaginar la una sin la otra. Ocurre con la Velá de Triana, que vive en perfecta simbiosis con su mítica cucaña. Desde que la primera empezase, la segunda se desarrolló hasta llegar de la mano al día de hoy. Y, como no hay julio sin Velá ni Velá sin cucaña, este sábado se celebró la primera de las jornadas de esta singular actividad.

Que el primer día de cucaña cayese en sábado y que las elevadas temperaturas hayan dado una tregua ayudó a que muchos curiosos se acercasen a la calle Betis. Frente a lo que muchos creen y de lo que hablan sin saber, los asistentes, en su mayoría, fueron familias, jóvenes del barrio y turistas. Estos últimos muy asombrados porque "no habían visto nada igual en otra ciudad". Los participantes, por su parte, eran realmente jóvenes.

Aunque la juventud suele ir ligada a la inexperiencia, los jóvenes de este sábado fueron la excepción a la regla. Muchos de ellos no levantaban un palmo del suelo y ya correteaban por la zapata de la calle Betis implorando a sus madres que los dejaran ser cucañeros. Otros supieron escuchar con atención a los más veteranos que quisieron regalarles consejos y sabiduría. "El impulso es el que manda, no el andar. El paso tiene que ser firme y si te vas a caer es mejor que te balancees para caer hacia un lado y no con las piernas abiertas", aconsejaba un curtido cucañero a un grupo de quinceañeros.

Ángel Mariscal Parrales alcanza el primer banderín de la tarde. Ángel Mariscal Parrales alcanza el primer banderín de la tarde.

Ángel Mariscal Parrales alcanza el primer banderín de la tarde. / Juan Carlos Muñoz

La de este sábado era la primera vez de muchos y los nervios estaban a flor de piel. Mario Gómez, de 13 años, observaba a los mayores junto a su padre mientras se comía las uñas. "Me gusta que participe en las actividades del barrio", rezaba orgulloso su progenitor. Él, algo cohibido, aseguraba tener "muchas ganas de participar, aunque ver a los mayores le daba un poco de respeto". Pero en la cucaña no hay edades ni distinciones, sólo un palo de más de tres metros cubierto con un líquido jabonoso (ecológico, para no dañar a los peces ni contaminar el río) y un banderín. Eso es lo importante.

Un joven se apoya en dos compañero para lograr impulsarse. Un joven se apoya en dos compañero para lograr impulsarse.

Un joven se apoya en dos compañero para lograr impulsarse. / Juan Carlos Muñoz

Tras los prolegómenos, con sus charlas y consejos, y las inscripciones de los más rezagados, alrededor de las siete de la tarde daba comienzo la primera jornada de cucaña. Como si fuera una final de fútbol, el público observaba en silencio cómo un valiente tras otro se lanzaba a coger el primer banderín de la tarde. Resbalones, amagos de alcanzarlo y algún que otro espaldazo despertaban en el público todo tipo de exclamaciones. Pero el primer vencedor no tardó mucho en aparecer. A las 19:05 Ángel Mariscal Parrales se hacía con el primer banderín de la tarde.

Angelito, El Negro, como lo conocen en casa y en el barrio, lleva en el ADN la cucaña. Con algo más de 30 años, Parrales probó suerte por primera vez en la cucaña cuando tenía seis años y desde entonces no ha habido año que no se haya perdido esta tradición. Pero es que de casta le viene al galgo. Este joven proviene de una familia de cucañeros en la que primos, tíos, hermanos y sobrinos participan en esta tradición. "Fue mi abuelo el que empezó a traernos aquí cuando éramos pequeños. Al principio sólo mirábamos, pero siempre teníamos las ganas de intentar coger el banderín". Nieto de Ángel Parrales, creador del Obrador Confitería Parrales, a este joven la experiencia le ha valido para ser uno de los hitos de la cucaña. En una de las ediciones pasadas, logró hacerse con 23 banderines en sólo cinco días, algo de lo que su madre, Reyes Parrales, presume muy orgullosa. Familia de cucañeros, no es de extrañar que el segundo banderín de la tarde, fuese conquistado por otro miembro del clan, Adrián Mariscal Jiménez, sobrino de Ángel Parrales. Toda una saga de cucañeros.

Los participantes se preparan momentos antes de que empiece la prueba. Los participantes se preparan momentos antes de que empiece la prueba.

Los participantes se preparan momentos antes de que empiece la prueba. / Juan Carlos Muñoz

A pesar de que para muchos esta tradición haya cambiado con los años, el objetivo sigue siendo el mismo. Interceptar uno de los seis banderines (tres en la categoría juvenil y tres en la de adultos) y poder llevarse el premio a casa (vales regalo en El Corte Inglés e Ikea). Aunque para el cucañero de pro el mayor galardón es lograr recorrer el resbaladizo palo y ver como lo miran orgullosos sus amigos y familias desde la barandilla.

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