La Fuerza | Crítica

Pura psicodelia jonda

Rosario la Tremendita en su presentación de 'La Fuerza' en la Bienal.

Rosario la Tremendita en su presentación de 'La Fuerza' en la Bienal. / Óscar Romero (Sevilla)

Rosario la Tremendita tiene un rollazo. No por su estética más o menos rupturista dentro del flamenco, sino porque su discurso lleva inherente la inevitable esencia de sus raíces pero clama sus propios anhelos e inquietudes. De ahí que en el mismo look confluyan a modo de metáfora las botas de piel blancas junto al sombrero de ala ancha de Pepe Marchena, préstamo de Andrés Marín, director artístico y musical del espectáculo "que ha sabido entrar en mis sentidos y en mis tripas", dijo.

En este sentido, La fuerza se presenta como un cóctel de pura psicodelia jonda, que se sitúa en los arrabales de los convencionalismos para llevarnos a pasear por la otra Triana. La indomable y contestataria que se niega a que otros decidan por ella la imagen que tiene que dar. "Muero cuando yo diga", cantó la artista por soleá nada más empezar. 

Así, en la línea de su anterior Delirium Tremens pero con un concepto más intimista y menos punk, La Tremendita desplegó un amplio repertorio de serranas, colombianas, farrucas, fandangos, bulerías y tangos, entre otros, para criticar a golpe de batería -de los musicazos Daniel Suárez y Pablo Martín Jones- la sociedad hostil en que vivimos y la falsedad de relaciones que se construyen a golpe de likes.

Sin embargo, en este caso, el texto de Laurent Berger pareció supeditar a la cantaora, poniendo el mensaje por encima de lo verdaderamente interesante, que es ella misma, con su voz impecable y su propuesta musical de bajo y guitarra eléctrica. En definitiva, lo mejor de La Tremendita está por llegar. Será cuando decida abandonar la oscuridad, desinhibirse por completo y ponga al público de pie a corear sus magníficas letras como la estrella del flamenco electrónico que es.

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