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cómics

Y siempre se queda

  • Las obras incluidas en el volumen 'Tiempo que dura esta claridad', firmadas en los años ochenta, son el testimonio de un momento irrepetible en la cultura del país

Una ilustración de la obra.

Una ilustración de la obra.

De Federico del Barrio me ha gustado siempre todo. Me gustan sus cómics, claro, desde que los leí por primera vez allá por la década de 1980, pero he disfrutado como un mico contemplando sus ilustraciones, leyendo sus largos textos que son poemas en prosa y observando atentamente sus obras de teatro. Del Barrio perteneció a la escudería del Madriz apadrinado por Felipe Hernández Cava, con camaradas de la altura de Raúl o Keko, y esa estrecha ventana por la que se filtró la brillantez al tebeo español ha sido siempre mi parnaso. Cuando me mudé a Madrid, a comienzos de 1998, recorrí como un poseso las librerías en busca de los documentos de aquella etapa: álbumes, pósters, postales, catálogos, quería conocer a Raúl (al que ahora tengo la fortuna de poder llamar amigo) y miraba a diario el periódico en busca de algún acto público que me permitiese acercarme a estos funambulistas que me habían dado tanto. No llevaba ni un mes cuando descubrí el anuncio del estreno de Caín, la obra de Del Barrio, en la sala El Canto de la Cabra y allá que fui corriendo. Aquella noche descubrí que la dimensión humana de mis ídolos era aún mayor que su arte. ¿Cuántas veces vi aquella obrita, a cuántos amigos llevé a verla conmigo? Busco en mis diarios y no encuentro ninguna anotación sobre ello. Creo que estaba demasiado emocionado para anotarlo.

Esa misma emoción me recorre ahora que tengo sobre la mesa Tiempo que dura esta claridad, el hermosísimo libro editado por Reino de Cordelia que recopila las historietas cortas firmadas en los ochenta por la guionista Elisa Gálvez y Del Barrio, junto con otras del dibujante en solitario que participan del "espíritu elisíaco" (entre ellas la inédita que da título al conjunto). Son el testimonio de un momento irrepetible no solo del cómic, sino de la cultura de este país, un tiempo con sus más y su menos, sus aciertos y cagadas, sus joyas y sus timos. Aquí están empaquetados los más, los aciertos, las joyas. En palabras de la prologuista Isabel Bono (hay dos prólogos más, uno de Gálvez y otro de Del Barrio), lo que hacen los autores de Tiempo que dura esta claridad es "dar vida a la vida, ¿existe mayor prodigio?". Y sentencia: "Abrid este libro, abrid bien los ojos, los pulmones y pasad sin miedo al otro lado. Y enamoraos".

Tienen estas páginas aliento poético (esto lo verán escrito en todas las reseñas de la obra) y una elegancia gráfica y literaria fuera de lo común. Algunas de ellas aparecieron en La orilla (1985), de cuando Madrid Cómics era un santuario, y antes y después dispersas en publicaciones tan significativas como la citada Madriz, su heredera espiritual Medios Revueltos o el catálogo Museo vivo. "Éramos jóvenes", dice Gálvez, "y el futuro no nos importaba nada, todo era presente, presente continuo. Es entonces cuando empecé a confundir el arte con la vida y la vida con el arte, hasta hoy. (...) A menudo vuelvo a esos tiempos, tiempos de claridad". He aquí la prueba de que esos tiempos existieron, de que aún existen dentro de nosotros.

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