Rocío 2022 | Almonte

"Una locura, prima"

Qué bonitos, qué bonitos, qué bonitos los dos tramos de Alcantarilla con sus encajes.

Qué bonitos, qué bonitos, qué bonitos los dos tramos de Alcantarilla con sus encajes. / A.A.

El 5 de mayo, después de unos días fuera del pueblo, salí sobre las diez y media de la noche a dar un paseo por el itinerario que seguirá la Virgen en su tradicional procesión de Reina, el impresionante y singular encuentro de despedida que mantiene con su pueblo justo siete días antes de irse de nuevo al Rocío. Un encuentro que cae siempre en domingo, un solo domingo cada siete años pero que esta vez, por mor de la pandemia, tendrá lugar tras nueve años, lo que la hace especialmente deseada, y también muy singular por sabernos los de esta generación testigos de una alteración que pasará a la memoria colectiva, al futuro acervo de anécdotas locales que suelen ser nombrados por la mayores para datar aconteceres de antaño. 

Igual que Dolores Prieto, mi abuela materna, contaba el año tal “llovió a mares en el camino de la Virgen y tu abuelo y muchos hombres la protegieron de los chaparrones con sus chambras y pellizas”, en el futuro alguien dirá “eso fue cuando la Virgen estuvo dos años seguidos en el pueblo”, o “era yo un chiquillo, pero me acuerdo que aquellos años hubo una pandemia tan mala que la Virgen no podía volver al Rocío”. Y es que en Almonte, las venidas y las idas de la Virgen son un fiel cordel de la memoria al que asirse para traer con certeza al presente fechas de vivencias desubicadas.

Aquella noche compartí a través de Facebook una reseña con texto y fotos de mi paseo nocturno por calles ya solitarias en las que se veía dónde había quedado el tajo del trabajo que sus vecinos habrían de retomar al día siguiente al atardecer. Vi tramos recién cubiertos inmersos en el silencio de la hora, tiras de flores de blanco papel de seda pacientemente abiertas por las manos de las mujeres, haces de romero traídos del campo por los hombres, sumidos en su espesor oscuro y quieto sobre la acera, aguardando su nuevo destino, ese noble servicio que es aportar al conjunto lo que se es –aroma de monte y verdor silvestre en su caso– para que el conjunto crezca en alma de armonía. 

Y percibí entonces un algo más oxigenante y transparente que el aire limpio y fresco de la noche, como otra quietud inabarcable en la quietud de siempre, como flores invisibles duplicadas por las hábiles manos de la alegría en las flores colgantes. Y comprendí que la alegría, esa emoción del ser que se activa, multiplica y abastece como los panes y los peces del Evangelio, al compartirse, está en el ADN del quehacer comunitario, en lo que mueve al corazón, en lo que es bueno para todos y como tal se celebra. 

En el habla de Almonte, la Virgen del Rocío viene o se va. Durante la procesión se pregunta por dónde va la Virgen, no por dónde va la procesión. No se dice cuándo es el traslado, se dice cuándo se va la Virgen. Una personificación que refleja una manera de entender lo sagrado, la divinidad, una percepción de lo espiritual ligada a la madre que procura, bendito lugar de encuentro de creyentes y no creyentes.

“Una locura, prima” fue el comentario que me puso aquella noche del 5 en el Facebook Matías Jesús Acosta Vega, para mí el más artista de todos los artistas de Almonte y sus contornos. Una semana después he recordado ese comentario mientras miraba en casa las fotos que hice con mi Ipad el 11 de mayo por la noche, cuando ya había pasado la comitiva municipal inaugurando oficialmente el alumbrado del recorrido, aportado por el Ayuntamiento. 

Cómo decirlo, cómo contarlo, con qué palabras podría vestir yo esa energía del bullicio de emociones que por doquier brillaba y se acercaba o se alejaba y aparecía de nuevo y correteaba como chiquillos en juego por las esquinas del aire. Una locura de encajes de luz el templete de la esquina del bar del niño Alegría. Una locura disfrutar de la noche bajo el cielo de seda de la calle El Cristo. Una locura el blanco palio de flores de seda en papel que forman los techos en bóveda de las calles. Luminosa locura el nuevo tramo de El Pocito que culmina con ese templete que se eleva y eleva y enamora a la misma luna en la pequeña Plaza del Cristo, tocado por la luz del alma de nuestro querido e inolvidable Matías Aceitón. Su hermana, Antonia Aceitón Vega, sigue, ¡bendita locura, primo!, a sus 98 años colaborando como la vecina del Pocito que ella es, donde han abierto más de 20.000 flores y forrado con papel blanco de seda rizado los numerosísimos tramos del espectacular puzzle de carpintería gótica ideado y construido por su hermano, autor también de la obra de carpintería del retablo del santuario de la Patrona de Almonte en la aldea. 

De pronto en la pantalla, la calle Sevilla, con sus postes impolutos de metal blanco bajo arcos de medio punto. Qué bonito recorrer su anchura sin coches, a estas horas peatonal. Qué bonito entrar, tras mirar para la plaza y recibir el fogonazo de la luz de sus arcos, en Conde Cañete, tan corta como recta, tan perfectamente alineadas sus flores en sus guirnaldas, sus guirnaldas en sus arcos, sus arcos en el medio punto. Ese toque, ese cuido, ese mimo en todo, ¡qué locura, primo…! 

¡Y wau el templete renovado de la esquina de Candelaria Coronel! Qué bonitos, qué bonitos, qué bonitos los dos tramos de la calle Alcantarilla con sus encajes, al estilo de los arcos antiguos, en las bocas de las bóvedas de sus 30.000 flores. Qué mérito este Alfonso Roldán nuestro, tan solo en él ese estilazo que tanto lustre da a lo que toca. Él ideó levantar las guirnaldas, combar los alambres hasta configurar el arco de vuelta rebajada o arco carpanel. Se hizo primero en calle Venida de la Virgen. Ahora en varias calles, entre ellas Martín Villa, con su novedoso arco. El Cerro, con arcos apuntados, aporta su sello inconfundible. 

La luna creciente va vestida a juego con el blanco esplendor de luz que es este mayo el centro de Almonte. Pasada la medianoche, ya en el 12, seguían los grupos de vecinos celebrando lo hecho con animada charla, satisfechos y serenos; las mujeres mayores sentadas y los demás en pie, en torno a unas mesas con viandas caseras, cervezas y refrescos. 

La vida es el fruto del encuentro. Y el encuentro de unas calles con otras en el itinerario procesional almonteño, empezando por la calle El Cerro y terminando en la Plaza Virgen del Rocío, pasando por El Cristo y su Plaza, con esquinas al Pocito, Sevilla, Conde Cañete y Alcantarilla con esquina a Candelaria Coronel, Martín Villa... ese itinerario del encuentro forma un círculo oblongo en torno a la Iglesia Parroquial de Almonte, donde está desde agosto de 2019 la Virgen del Rocío. Ese círculo es como una matriz urbana del encuentro con lo sagrado en múltiples formas y grados devocionales. De él parte el cordón de calles que comienza en Venida de la Virgen y termina en el Camino de los Llanos, tras pasar por el Chaparral. Itinerario de la Vuelta, de la Ida. Un cordón umbilical que une al pueblo con su aldea, su fruto más universal. 

Dentro de la iglesia parroquial brilla la plata de los jarrones bajo el límpido aroma de tantos ramos de flores como ocupan parte del espacio donde la Virgen del Rocío, ya preparada para la Ida, atrae todas las miradas. Miradas que entran, que se entregan, que salen dejando paso a otras que buscan de inmediato el encuadre ideal para la foto con el móvil. 

Se nos va, Frasquita, dice una señora mayor en uno de los bancos laterales donde llevan un buen rato. Se nos va, sí. A ver quién anda por aquí cuando venga otra vez. En el exterior, un incesante fluir de personas sube o baja los escalones del porche, sortean vendedores de cupones, algún mendigo o animadas terrazas.  

Ciertamente, este mes de mayo Almonte ha hermanado lo cotidiano y lo extraordinario. Lo ha dispuesto todo. Y ha abierto de nuevo sus puertas todas para vivirlo a lo grande, consigo mismo y con el mundo.

Tags

más noticias de EL ROCÍO Ir a la sección El Rocío »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios