Huelva

Luto en la cultura onubense por el fallecimiento de Miguel Ángel Rubira

La cultura onubense está de luto. Estos días se ha ido uno de sus valedores principales. Lo ha hecho de forma discreta y callada, como a él le gustaba actuar. Dejando sólo la oportunidad de despedirse a los más íntimos. Y rodeado de libros, como siempre le gustó.

Miguel Ángel Rubira Caballero disfrutaba de su mundo creado en la Librería Saltés, ese enclave de abolengo en pleno centro de Huelva y referencia para inquietos onubenses en los setenta y los ochenta. Y en la actualidad.

Más de uno de esos visitantes fieles se quedó extrañado ante el repentino cierre de estos días y el críptico cartel que lo acompañaba por su excepcionalidad, como apuntaba ayer Francisco Revuelta en estas páginas. Pero Miguel Ángel siempre se movió más cómodo en el segundo plano, sin hacer ruido. Prestando su apoyo a la cultura de Huelva a través de muchas formas, sin reclamar nada pero sintiéndose motivado por su participación.

Por eso fue especial el día que recibió la medalla de la Universidad de Huelva, que tan cerca sentía y a la que tanto contribuyó, aunque no pasara por sus aulas.

Su formación universitaria se repartió entre Sevilla y Madrid, moviéndose entre la familiaridad que apreciaba en la primera y el pulso social que protagonizaba en la segunda. Eran los tiempos de García Calvo, Tierno Galván y Aranguren, de Paco Ibáñez y Raimon, de luchar con una conciencia colectiva en favor de las libertades que arrebataron.

Rubira se forjó como hombre y como intelectual en aquellas luchas de aulas y calles. Antes había tomado conciencia social a su paso por el Seminario de Huelva donde coincidió con otros jóvenes que hablaban de cambiar la realidad del país.

La licenciatura en Filosofía y Letras le abrió las puertas de la enseñanza y acabó, en 1966, en Costa de Marfil dando clases de Lengua Española. Fueron años, 17, de conocer otra cultura, de intercambiar experiencias, de comprender la realidad del continente africano, sometido a los vaivenes de la política internacional.

El asma que siempre le acompañó le trajo a Huelva de nuevo. Y en su destino se cruzó la librería, Saltés, que convirtió en su casa, como antes había dado cobijo a intelectuales y luchadores clandestinos. Entre sus estantes y mesas llenas de libros, su hábitat natural, se movieron luego Ernesto Cardenal, Ramón Tamames, Ernest Lluch o Mario Soares. En paralelo, formó parte del grupo fundador de la Tertulia Cultural Onubense que se reunía en el Casino Comercial. Pero ante todo disfrutó de la lectura, esa "forma de vivir", como él mismo definió, deleitándose con la erótica de las hojas de papel.

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