sociedad | los peligros de una catástrofe natural

La amenaza real de tsunami

  • El documental 'La gran ola' destaca el riesgo de que se produzca en cualquier momento un maremoto que afecte a Huelva y Cádiz

  • Los expertos piden un protocolo para la población

Las costas de Huelva, Cádiz y Portugal van a sufrir un cataclismo de grandes dimensiones. Se destruirán pueblos y ciudades enteros y morirán miles de personas. Es un riesgo real e inminente. En cualquier momento puede producirse un terremoto de una intensidad extraordinaria que originará una ola gigante que arrasará todo a sus paso. Todo. Y puede ocurrir hoy mismo, el mes que viene o dentro de cien años. Precisamente esa incertidumbre es lo que más alarma.

No es fácil hablar de catástrofes que pueden causar daños inimaginables, y aún más en un entorno tan cercano, casi íntimo. Hay riesgo de que se interprete la información con un tono sensacionalista, que se le reste credibilidad por lo extraordinario del planteamiento y que se aborde como una posibilidad anecdótica para regocijo de los amantes de lo insólito y el entretenimiento pasajero. No es un anuncio del fin del mundo de grupúsculos religiosos, es la advertencia de una amenaza latente avalada por estudios científicos y pruebas históricas irrefutables, y por una realidad palpable en otras partes del mundo, que aquí también lo es.

Nosotros tuvimos la inmensa suerte de que vivíamos en Japón y sabíamos cómo actuar"

"Me parece criminal que la gente viva sin saber que España está en una zona de fallas y que ese tsunami en las costas andaluzas se vaya a repetir en esta generación, en dos o en cinco más. No lo puedo entender. No puedo entender a quien tiene el valor de decir que hablar de eso espanta a la sociedad. Es tratarnos como a idiotas".

Son las palabras de María Belón, médico, aunque con mayor conocimiento en la materia que si fuera licenciada en Geología. Le vino el interés de súbito, como el tsunami que le sorprendió de vacaciones con su familia en Tailandia, en diciembre de 2004. Sobrevivieron. Y su historia fue llevada al cine por J.J. Bayona en Lo imposible. Su experiencia personal bien vale para trascender la incredulidad inicial de quienes sólo ven signos de alarma injustificada en las advertencias de los científicos.

A otro cineasta, onubense éste, Fernando Arroyo, también llevaba tiempo rondándole este tema. La curiosidad innata y la cercanía del peligro le pusieron en la pista. La perplejidad también de que no se aborde por la Administración. De ahí nace su película documental, La gran ola, que se estrena mañana en los cines. Del interés en que se hable de una realidad oculta. Silenciada más bien. De un peligro que genera desconfianza y que ha acabado siendo tabú en muchos ámbitos. Una verdad incómoda que cuesta mucho escuchar.

"Mi deseo es que primero consigamos convencer a los ciudadanos y que luego éstos convenzan a las autoridades para que actúen. Y no lo digo yo, lo dice la ONU, que ya el año pasado celebró por primera vez el 5 de noviembre el Día Mundial de Concienciación sobre los Tsunamis", apunta Arroyo.

No es tarea fácil la suya para tratar un tema peliagudo, como cualquiera que implique una amenaza de miles de muertes en la población. Por eso su planteamiento se centra en demostrar al público que el riesgo es real. Porque hay evidencias científicas que lo dicen.

Sólo en la provincia de Cádiz hay indicios de que se hayan producido siete tsunamis en su historia reciente. Uno de ellos destruyó a finales del siglo II la ciudad romana de Baelo Claudia, en Tarifa, zona muy expuesta a los efectos de una ola. El Cabo de Trafalgar ha sido también epicentro de la devastación, como demuestran los bloques de piedra de hasta 100 toneladas desplazados por esa causa.

En suelo onubense se han recogido pruebas de hasta 14 tsunamis en los últimos 8.000 años, en una costa que no está exenta de terremotos, "y ya hace más de 250 años del último", advierte el profesor Juan Antonio Morales, de la Universidad de Huelva, autor de los estudios y uno de los expertos consultados en el documental.

Las referencias al seísmo de Lisboa de 1755 son inevitables. Es el modelo a estudiar, por ser el último, por la información documental conservada y por sus efectos casi apocalípticos. Se ha calculado que aquel tuvo una magnitud de 8,7. El de Indonesia en 2004 fue de 9,1, y el de Japón de 2011, de 9,0. Se habla de más de 100.000 muertos, 5.000 de ellos en Huelva y Cádiz, aunque son cifras abiertas. Nada que ver con las que se darían si se reprodujera el mismo episodio en la actualidad.

El peligro es el mismo que entonces, pero el riesgo "ha aumentado una barbaridad", sostiene en la película el director de la Red Sísmica Nacional, Emilio Carreño, "porque la vulnerabilidad que tenemos es mayor: no es comparable la población que hay ahora en nuestra costa ni la cantidad de construcciones".

Es inevitable pensar en cómo variarían los efectos según la época, el día o la hora en que se produjera. A ninguno de los científicos se le escapa este detalle, conociendo la afluencia de turismo que hay en las costas del Algarve, de Huelva y de Cádiz. Solo cabe "rezar", dicen, para que la gran ola no venga en verano y al mediodía.

Hay un estudio de 2004, recuperado por Fernando Arroyo, que tiene en cuenta variables geológicas y modelos matemáticos para pronosticar los daños en la Costa Occidental de Huelva en caso de parámetros similares a los de 1755: 112.000 muertos y 2.000 millones de euros en pérdidas materiales. Eso fue hace 13 años. Añaden los expertos el riesgo de la presencia de industrias en la zona, también en la portuguesa Sines. Y se toma otro ejemplo reciente: "El Consorcio de Compensación de Seguros pagó 500 millones de euros por el terremoto de Lorca; por uno como el de Lisboa se podría multiplicar por 100: serían varios miles de millones de euros y a lo mejor nos quedaríamos cortos", cuenta el jefe del Área de Geofísica del Instituto Geográfico Nacional, José Manuel Martínez Solares.

Ese escenario esperado pinta muy mal, según el jefe de Riesgos Naturales de la Dirección General de Protección Civil, Gregorio Pascual: "Medio país destruido, el índice económico del país por los suelos, en bancarrota absoluta. Sería un desastre, el mayor que podamos concebir en Europa".

A partir de ahí es donde entra en juego el llamado periodo de retorno, la recurrencia de los tsunamis. Porque, como apunta también la jefa de la División de Oceanografía de Puertos del Estado, Begoña Pérez, "la pregunta no es si va a haber o no un tsunami, la pregunta es cuándo va a ocurrir el próximo". Hay discrepancias en los números, "con el riesgo de que la gente se relaje si hablamos a 200 años vista", pero en lo que todos coinciden, deja claro Fernando Arroyo, es que "puede ocurrir hoy mismo y no estamos preparados". Esa es la clave, el motivo de una alarma necesaria por parte de los científicos.

Cuenta uno de ellos, el portugués Mario Lopes, del Instituto Superior Técnico de Lisboa, que los 15.000 fallecidos en Japón hace seis años habría sido 300.000 de no haber contado la población con "un alto grado de información previo". Por ejemplo, cuentan, saber que detrás de la primera ola viene una segunda más grande, más mortal en Cádiz en el siglo XVIII, como a quienes atrapó huyendo hacia San Fernando.

"Nosotros tuvimos la inmensa suerte de que vivíamos en Japón y que mis hijos y nosotros sabíamos cómo actuar", confiesa María Belón. Habla de las simulaciones de sus tres hijos cada mes en el colegio. "Eso hace que la población esté preparada cuando realmente llega la catástrofe. Es muy difícil ver situaciones de histeria, y eso ayuda mucho a la escapada, a mantener la calma y a tomar buenas decisiones".

Es lo que se reclama con insistencia desde la comunidad científica. En Portugal, cuenta Lopes, se aprobó en 2010 en la Asamblea de la República "una serie de recomendaciones sobre lo que hacer en caso de riesgo sísmico; nadie ha hecho nada desde entonces y la resolución está ahí". Y eso que se espera el colapso del 50% de las edificaciones actuales en Lisboa, llegado un caso grave.

Sólo Cascais contempla algunas medidas. También Lagos, en el Algarve, cuenta al menos con señalización en las playas, con indicaciones de cómo actuar y hacia dónde dirigirse. Nada más. Tampoco en Huelva o en Cádiz. Ni las normas más básicas, como la recomendación de "buscar un sitio alto, tener una mochila preparada con cosas básicas, o explicarle a tus hijos qué deben hacer".

Arroyo lo tiene claro: "Lo más importante es saber qué hacer. No es cuestión de prevención sino de educación". Los simulacros, dice, "son de oficina, para vender titulares". "¿Participa la población?".

Pesa mucho el tabú. Hay miedo a que afecte a la economía, a que se ahuyenten las inversiones o el turismo. "Todo lo contrario: saber que es un sitio preparado para un desastre así daría más tranquilidad". Por cuatro se ha multiplicado el número de visitantes a Tailandia tras el tsunami, apunta Belón al final del documental.

Lo mejor, "así me lo dijeron los espectadores en el estreno del sábado", es que hay esperanza: las soluciones están al alcance. Sólo queda que la población "se conciencie y exija medidas efectivas".

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