INVESTIGAR EN ALMERÍA, CÓRDOBA Y PABLO DE OLAVIDE

El cambio climático: de ayer a hoy

  • Los cuadernos de bitácora del siglo XVII y la evolución que han sufrido determinados minerales en China durante el Cuaternario se convierten en piezas valiosas para analizar el fenómeno, estudiar cómo ha influido el viento y qué modificaciones son obra de la naturaleza y cuáles otras son causadas por el hombre · Mientras tanto, se comprueba que el plástico de los invernaderos es un medio eficaz para reducir la temperatura en la Tierra porque devuelve parte de las radiaciones solares que recibe.

Los invernaderos enfrían

Los invernaderos almerienses contribuyen a disminuir la temperatura del planeta y reducen el efecto del cambio climático. A esta conclusión ha llegado el científico almeriense, Pablo Campra, (en la imagen superior), profesor de la Universidad de Almería (UAL), tras varios años de estudio tanto en tierras almerienses como en Estados Unidos.La Universidad de Berkeley ha llevado a cabo un análisis de los resultados de la investigación desarrollada por la UAL y la Estación de Zonas Áridas, que fue coordinada por este profesor de la Escuela Politécnica Superior. 

Las súper computadoras en las que se desarrolló este análisis disponen de una enorme potencia de cálculo, equivalente a 10.000 ordenadores en línea, necesaria para construir modelos de alta complejidad como por ejemplo los relacionados con el cambio climático. Esta investigación ha tenido el apoyo del Departamento de Energía de los Estados Unidos.

El estudio, publicado en la revista estadounidense Environmental Science & Technology (ES&T), demuestra, mediante esta simulación climática, que los invernaderos de Almería son capaces de generar un enfriamiento de la temperatura local a consecuencia de la reflexión de la luz solar sobre los plásticos. El modelo muestra que se produce una reducción media en la temperatura de 0,4 grados en verano que puede llegar a los 1,3 grados centígrados en días muy calurosos. Todo se debe al efecto albedo, que ocasionan también los hielos polares. Su superficie blanca refleja gran parte de la radiación solar que reciben y, al devolverla al espacio, evitan que la superficie terrestre se caliente.

Sobre esta base han partido las dos líneas de investigación, la americana y la almeriense, ahora unidas por el mismo interés de aplacar el cambio climático. El investigador almeriense explica que, durante el verano, la temperatura en las ciudades sube de tres a cinco grados debido al asfalto y a los techos oscuros, mientras que el campo no alcanza estos incrementos. "Blanqueando se logra resolver esa diferencia, pero no es el blanqueo mediterráneo que actualmente se realiza, ya que los techos ahora se ponen de teja cuando antes en Almería, por ejemplo, no era así. Es el mismo efecto que tienen los invernaderos", agrega.

Del estudio se desprende que a lo largo de 25 años la temperatura media del Poniente almeriense ha descendido 0,75 grados gracias a la cubierta de los invernaderos. Berkeley National Laboratory trabaja en determinar qué ocurriría si 100 ciudades se acogieran al blanqueo urbano, una propuesta que EEUU pretendía defender ante el G-20. Además, el científico almeriense está colaborando en el desarrollo de los planes estratégicos norteamericanos para evitar el calentamiento de la tierra mediante el blanqueamiento de edificios y carreteras. 

A esto se le añade que Steven Chu, premio Nobel de Física en 1997 y antiguo director de Berkeley National Laboratory, defendió en una reciente conferencia científica en Londres este estudio como una solución barata al cambio climático. Los beneficios defendidos son múltiples. "Se salvarían las miles de vidas perdidas por los golpes de calor" al evitar las islas urbanas del calor causadas por la concentración de edificios y del pavimento en las ciudades, que tienden a absorber más calor en el día e irradiar menos calor en la noche que en zonas rurales. "Se resolvería, además, la polución puesto que a más calor mayor es la contaminación, o se reduciría el gasto en aire acondicionado y sus emisiones", expone Campra. 

Esta investigación supone un nuevo apoyo científico y de imagen mundial a los notables esfuerzos para mejorar la sostenibilidad ambiental del modelo almeriense de agricultura protegida, cuyos agricultores han sabido responder a la demanda de los consumidores de productos saludables, respetuosos con el medio ambiente en general, y con el clima de la Tierra en particular. 

Noticias desde el cuaternario


Hasta la provincia china de Luochuan se han ido dos profesores de la Universidad de Córdoba (UCO) con el objetivo de estudiar el cambio climático y entender cómo evolucionó el clima en los últimos 2,4 millones de años de la Tierra. Hace todo este tiempo se inició el último período geológico conocido: el Cuaternario, el mismo en el que se encuentra la Tierra en la actualidad y el tiempo en el que apareció el Homo Sapiens.

Los investigadores José Torrent y Vidal Barrón (en la fotografía de investigación con su equipo), que pertenecen al grupo de investigación de Edafología -del Departamento de Agronomía- del Campus de Excelencia Internacional en Agroalimentación ceiA3 en la UCO, son los únicos en Andalucía que tratan de derivar información de los procesos de génesis de paleosuelos de China en su relación con los climas pasados de la Tierra. Así por ejemplo, de los cambios experimentados por rocas o del tamaño de las partículas de los diferentes tipos de óxidos de hierro, los científicos pueden deducir la temperatura media del planeta en un período determinado. Los principales resultados de estas investigaciones han sido publicados, recientemente, en revistas científicas de impacto como son Earth and Planetary Science LettersHysics of the Earth and Planetary Interiors y Global and Planetary Change. En sus artículos, este equipo de investigación ha facilitado nuevos datos para el estudio de la evolución climática, pero no sólo en la Tierra, sino en otros planetas del sistema solar como Marte. 

En sus trabajos, estos dos científicos cordobeses cuentan con el apoyo del Instituto de Geología y Geofísica de la Academia China de Ciencias en Pekín. Según explica el profesor Barrón, las investigaciones son el fruto de una colaboración de más de diez años con el profesor Qingsong Liu, perteneciente al citado instituto chino. Esta colaboración, continua, “comenzó cuando el profesor Liu realizaba una estancia en Estados Unidos para caracterizar las propiedades magnéticas de los suelos desarrollados sobre los grandes depósitos de la meseta de loess de China”.

Desde entonces, “hemos publicado conjuntamente más de 25 artículos en revistas internacionales del campo de la Geofísica, Ciencias del Suelo, Ciencias Planetarias y Paleoclimatología”, apunta. Este tipo de investigaciones básicas, subraya, “contribuyen al conocimiento del pasado climático de la Tierra”. A juicio de Barrón, “actualmente es preciso delimitar qué parte del cambio climático tienen una componente natural, como ha sido el caso de los períodos geológicos previos a la aparición del ser humano, y cuál es la parte antropogénica”. El profesor indica también que “en esencia, hemos puesto a punto distintas metodologías para caracterizar los óxidos de hierro de los suelos desde puntos de vista químicos, espectroscópicos y magnéticos”.

“En nuestros estudios, el examen exhaustivo de los óxidos de hierro presentes en los suelos y depósitos de distintas épocas ha arrojado luz sobre la influencia del clima en la aparición y evolución de dichos minerales en esos ambientes”, detalla. Barrón señala también que “la precipitación y la temperatura, al determinar el tipo de óxido de hierro, influyen directamente sobre el color del suelo, así como en la intensificación de ciertas propiedades magnéticas”. Subraya que todo ello es de importancia a la hora de interpretar “la impronta de los cambios climáticos en los suelos e, inversamente, deducir las características de un clima a partir de las de sus suelos coetáneos”. 

El profesor destaca también la “clara sinergia” que se ha producido entre ambos equipos, a pesar de que “militamos en campos distintos: agronomía y ciencias del suelo por nuestra parte y geofísica por parte de nuestros colegas chinos”. Reconoce que “nunca sabes dónde te puede llevar la ciencia, como diría el famoso astrónomo Carl Sagan”. Como ejemplo, expone su caso. “Empezamos y seguimos estudiando los suelos de las campiñas andaluzas y de la zona mediterránea de España con distintos objetivos y, por una serie de razones muy diversas, esto nos llevó a interesarnos e indagar sobre la relación entre las propiedades de los suelos y los cambios climáticos globales de nuestro planeta o los óxidos de Fe en los suelos de Marte”, detalla. 

Subraya la importancia de sus investigaciones y publicaciones, ya que “han ayudado a explicar cuestiones muy diversas”, como “los fenómenos por los cuales el fósforo, un nutriente esencial y limitante para la plantas, es retenido por el suelo con los consiguientes problemas de fertilidad” o, incluso, “la formación de óxidos de hierro en nuestro planeta vecino, Marte” y la la evolución del clima en el pasado geológico. 

Relectura de los cuadernos de bitácora

Para conocer con precisión la historia del clima es importante disponer de largas series de datos, preferiblemente anteriores a la Revolución Industrial. Desgraciadamente, los registros meteorológicos fiables más antiguos se remontan -en los mejores casos- a principios del siglo XIX. Los climatólogos se esfuerzan en deducir indirectamente las condiciones climáticas anteriores por medio de sus efectos “conservados” en forma de anillos de crecimiento de árboles, del hielo fósil en glaciares o de los pólenes depositados en sedimentos. Desgraciadamente, estos registros indirectos no pueden competir en precisión y fiabilidad con los medidos por un observador con la experiencia e instrumental adecuados, por lo que se considera esencial extender en el tiempo las series meteorológicas procedentes de observaciones directas.

Existe un legado histórico que permite analizar el clima anterior a la Revolución Industrial con una precisión sin precedentes: los registros del viento observado por los pilotos de los navíos que surcaban los océanos desde el comienzo de la era de la navegación a vela. Estos datos fueron tomados por algunos de los mejores observadores de su tiempo, ya que la supervivencia del navío y su tripulación dependía de su pericia. Los datos quedaron anotados en miles de diarios de navegación que los capitanes estaban obligados a entregar a sus superiores al regreso de su viaje. Desde entonces, estos documentos históricos se han conservado en los archivos de las principales potencias navales europeas.

Recientemente, investigadores de la Universidad Pablo de Olavide (UPO), la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Sunderland (Reino Unido) y la Universidad de Lisboa (Portugal) han colaborado en una investigación encaminada a explotar estos viejos datos. Se ha desarrollado una nueva metodología que ha permitido construir, a partir de los registros originales, una serie de viento en el Atlántico Norte desde 1685 con una precisión sin precedentes. El viento sobre esta región es especialmente interesante, ya que está íntimamente relacionado con la presión, la temperatura y la precipitación de gran parte Europa.

A modo de ejemplo, explica David Gallego, responsable del proyecto de investigación en la UPO, “se ha podido determinar que el periodo conocido como la Pequeña Edad del Hielo (1685-1715) se caracterizó por la presencia de un anticiclón de las Azores muy persistente, desplazado al norte de su posición actual”. La resolución del nuevo índice permite incluso precisar las causas de eventos históricos puntuales. Así, afirma el investigador, “se ha comprobado que las hambrunas que asolaron Inglaterra y Escandinavia en los durísimos inviernos de 1696/97 o 1783/84 coincidieron con unos vientos del oeste más débiles de lo normal que evitaron la habitual acción moderadora del aire oceánico en esas latitudes”.

En lo que respecta al largo plazo, se ha encontrado que la frecuencia de los vientos del oeste sobre el Atlántico Norte no ha variado significativamente desde hace al menos 325 años. “Este resultado apoyaría la tesis de que el aumento observado en las temperaturas de Europa desde mediados del siglo XX no se ha debido a la variación de los vientos, sino que ha sido originado directamente por el incremento del efecto invernadero”, agrega David Gallego.

Los resultados de esta investigación han sido publicados recientemente en la revista Climate Dynamics, una de las revistas de referencia internacional en el campo de las Ciencias de la Atmósfera.

Esta investigación es parte de un gran proyecto interuniversitario dedicado a la reconstrucción del clima titulado Caracterización del clima de la Península Ibérica durante el período 1750-1850 financiado por el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, en el que han participado la Universidad Complutense (coordinadora), Universidad de Extremadura, Universidad de Almería, Universidad de Barcelona, Universidad de Murcia, Universidad de Vigo, Universidad Pablo de Olavide y Universidad de Zaragoza. 

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