INVESTIGAR EN MÁLAGA

"La inteligencia no es genética: se construye y se desarrolla"

  • El catedrático Miguel López Melero, responsable de haber sacado el síndrome de Down de las tinieblas de la educación en España, sigue adelante con el proyecto Roma en busca de la escuela inclusiva

“Nos sentamos en círculo para que la reflexión y el diálogo se hagan en un plano de igualdad,”, explica Paula, estudiante de primero de Pedagogía de la Universidad de Málaga. “Hemos eliminado la tarima del profesor”, aclara. Por eso el catedrático de Didáctica y Organización Escolar Miguel López Melero utiliza una silla cualquiera del círculo y se dirige a los alumnos por su nombre. “¡Si llevo con ellos desde febrero cómo no voy a saber cómo se llaman!, dice sorprendido por la pregunta a pesar de que imparte clase cerca de 200 estudiantes de tres grupos de primero de Pedagogía, Infantil y Primaria. Reconoce que ha elegido titulaciones diferentes para evitar la repetición de contenidos y lamenta no disponer de más horas para la docencia.

Miguel López Melero ha construido su vida profesional sobre esta manera de entender la enseñanza y las relaciones con los estudiantes. Esta visión fue la que hizo que fuese él quien sacara el síndrome de Down de las tinieblas. En los años 70 era maestro en Alcalá de Henares en lo que se denominaba un colegio específico o de educación especial. Entre su alumnado había niños con síndrome de Down y él empezó a percibir que no era la deficiencia la que definía a aquellos críos, sino la ausencia de relaciones humanas. “Pensaba que si tenían competencias para hablar, pensar, sentir y actuar solo era necesario ofrecerles una educación que permitiera el desarrollo de sus cualidades”. Entonces también trabajaba como profesor ayudante en la Universidad Complutense y decidió centrar en este asunto su tesis doctoral.

Aquella intuición, “¡siempre apoyada en fundamentos epistemológicos!”, advierte, llegó a su cenit en 1999 cuando el malagueño Pablo Pineda se convirtió en el primer europeo con síndrome de Down que conseguía un título universitario. Había seguido la trayectoria académica de Pablo Pineda desde los cinco años. El ahora premio Concha de Plata al mejor actor en 2009 por la película Yo, también y experto en sensibilización social de la fundación Adecco, era el éxito más evidente del proyecto Roma de Miguel López Melero, al que se sumaron a finales de los 80 investigadores italianos y cuyo primer hito fue poner de manifiesto cómo desde la escuela se pueden desarrollar todas las capacidades, conocimientos y valores de una persona con síndrome de Down.

Pero López Melero no estaba satisfecho. “Había cuestiones sin resolver. El proyecto se centraba en las personas con síndrome de Down como si ellas fueran culpables de su situación lingüística, cognitiva y social pero olvidaba la familia, la escuela y la sociedad”. A partir de ese momento imprimió un viraje al rumbo de su trabajo para abordar un nuevo objetivo: “El cambio de los contextos”.

En esta nueva fase necesitaba “metodología y práctica” de ahí que se incorporaran al proyecto seis colegios públicos de la provincia de Málaga en los que se aplicaron los nuevos conceptos del modelo de escuela inclusiva. En aquella época, además, iba cada dos meses a Italia para reunirse con profesores y familias y tutelar el trabajo que allí se realizaba dirigido a cambiar los contextos.

“En esa etapa me aproximé a la neurociencia y a los procesos de aprendizaje del cerebro. Mi impresión era que el aula puede funcionar igual que el cerebro con una zona para pensar, otra para comunicar, otra para el amor y las emociones y otra zona para la autonomía”. Desde esa premisa el libro de texto queda en fuera de juego y el aprendizaje se concibe como un proceso cooperativo del grupo, del que nadie está excluido y en el que los niños aprenden a pensar y a convivir. “Un alumno puede tener una peculiaridad en el pensamiento, en el lenguaje, la afectividad o el movimiento pero esa peculiaridad no le incapacita”. El reto es que los contextos que rodean a los escolares ofrezcan todas las condiciones para que nadie quede excluido. La inteligencia ya no se puede entender desde una perspectiva cuantitativa ni como una característica genética o heredada, sino que es cualitativa. Se construye y se desarrolla.

Mientras el concepto de escuela inclusiva calaba, la labor del equipo de López Melero crecía: “Había que luchar para que en la universidad no se hicieran maestros generalistas de educación especial, sino maestros en Infantil, Primaria y Secundaria capaces de formar en la diversidad”.

Surgían también barreras políticas, porque las normas se hacen “más excluyentes” a medida que se reduce su ámbito de aplicación, barreras didácticas, porque en los centros prima la competitividad y “el dogmatismo de los libros de texto”, y hasta barreras en la organización del espacio y el tiempo en la escuela.

El proyecto Roma sigue adelante ahora con la construcción de prácticas inclusivas. En la actualidad trabaja con ocho centros de Infantil, Primaria y Secundaria de Granada, Málaga Córdoba y Sevilla. Esta fase del proyecto, que comenzó hace cuatro años con financiación de la Junta de Andalucía, consiste en un primer diagnóstico del centro y en la elaboración de propuestas para cambiar el currículum y formar al profesorado en los centros.

Un investigador del equipo es quien realiza las entrevistas, el catedrático se reúne cada 15 días con los profesores adscritos al proyecto Roma para analizar los tipos de cambios que se pueden emprender y una vez al mes tiene un encuentro con las familias porque “lo importante es generar una comunidad concienciada en el aprendizaje”.

Además, mantiene encuentros mensuales con otras 25 familias de todo el país que también siguen del proyecto Roma en otra iniciativa que coordina la investigadora Caterí Soler.

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