Calle Larios

Málaga y un jardín futuro

  • Ya me dirán si no hay nada más triste que una ciudad incapaz de preservar sus zonas verdes, pero hay una lógica detrás, municipal y civil, que sostiene esta fatalidad desde hace ya demasiado

  • Málaga: tonto el último

Los Jardines de Picasso: lo que pudo ser.

Los Jardines de Picasso: lo que pudo ser. / Javier Albiñana (Málaga)

Hacía tiempo que no venía por aquí, así que me decidí al fin a dar una vuelta por la Avenida de Andalucía y los Jardines de Picasso. Es un lugar muy especial para mí: me crié aquí cerca, así que  de niño venía con frecuencia a este enclave que antes nos parecía tan exótico, signo de una Málaga cargada de intenciones para el futuro. Era entonces el sitio perfecto para jugar un rato y también para no hacer nada más que estar, sentarse en un banco o debajo de un árbol y dejarse llevar por el tiempo. Fui testigo de su posterior y temprana decadencia, hasta que el jardín perdió su atractivo y dejé de venir. La profunda transformación del Perchel tuvo siempre su frontera bien delimitada en el centro comercial Larios, pero a este lado de la calle todo parecía condenado a pudrirse poco a poco. Mi impresión en este regreso fue desoladora. El jardín había que imaginárselo: en torno a los bancos, los senderos de piedra y las pequeñas plazas interiores, la superficie estaba seca como un camino de tierra. En varias jardineras, en torno a los árboles erguidos a modo de resistencia, se amontonaban las botellas de cristal y de plástico, como en una versión adelantada y desubicada de la Noche de San Juan. Había más plásticos, bolsas y envases repartidos por todas partes. Eran cerca de las diez de la mañana y tres personas sin hogar dormían en otros tantos bancos: dos mujeres y un hombre de edad avanzada cubiertos con mantas y cartones (la exclusión social se da en Málaga en perfiles cada vez más concretos). El entorno de la escultura de Miguel Berrocal en homenaje a Picasso, objeto de tantas agresiones desde el mismo día de su instalación, estaba igualmente seco y lleno de basura. Unos operarios del Servicio Municipal de Jardinería trabajaban en la retirada de hojas secas y material degradado. No les quedaba otra que armarse de paciencia: habían llenado ya varias carretillas y quedaban aún abultados montones distribuidos en la linde con la Avenida de la Aurora. Un abuelo se había sentado en un banco y su nieto, que no debía tener más de tres años, correteaba inconsciente de acá para allá. Entablé conversación con una vecina que paseaba con su perro, debidamente amarrado y no menos juguetón que el chiquillo: “Si te parece que ahora está abandonado tendrías que haber venido hace un par de meses. Entonces es que, directamente, no se podía ni entrar”. La mujer me contó que en el último mes han empezado a regar con regularidad, pero “no se había regado desde septiembre, ni aquí ni en los jardines del Puente de las Américas. Así que era normal que todo se secara, y ahora va a costar mucho recuperarlo”. En cuanto a la suciedad, “lo peor son las ratas. Te las encuentras subidas a los árboles. Yo no traería a ningún niño a jugar aquí, desde luego”. Eso sí, “cada noche se mete aquí gente a hacer botellón, a consumir de todo y a lo que encarte. Las jardineras son los WC de esta gente. Una caca de perro no es lo peor que te puedes encontrar, no sé si me explico”. Un señor mayor que acababa de salir del portal más cercano de la Avenida de Andalucía y caminaba en dirección a Carranque, ataviado con indumentaria deportiva, gorra contra el sol abrasador y botellín de agua, confirmaba que, al igual que desde hace muchos años, “lo mejor que se puede hacer es no entrar ahí a partir de las ocho de la tarde”. 

"Si ahora te parece abandonado, tendrías que haber venido hace dos meses", me dice una vecina en los Jardines de Picasso

Seguí mi camino tras agradecer a los vecinos sus testimonios y me acordé de la escultura en homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente que instalaron en los mismos Jardines de las Américas cuando yo todavía era fan irredento de aquel hombre con maneras de maestro gruñón que nos hablaba de las costumbres del lirón careto. Después de que los desalmados la emprendieran contra la escultura, a la que seccionaron casi todos sus miembros, finalmente la retiraron y, tras la pertinente rehabilitación, la pieza luce desde hace un par de años en El Morlaco, en un recinto natural y cerrado, a salvo de las bestias. Cuando a la desidia municipal se une el vandalismo como moneda de cambio, la tristeza es inevitable. Tantos años después, tantos proyectos más tarde, con todo el turismo, la cultura y la tecnología por bandera, Málaga sigue fallando en lo esencial. Hablamos de una ciudad incapaz de mantener a salvo sus jardines. Y ya me dirán si no hay nada más triste. Una sociedad civil que renuncia a generar sus propios mecanismos de corrección, que se limita a mirar con la mayor pasividad cómo otros destrozan lo que es de todos mientras pide otra cerveza, será siempre la más propicia a los gobiernos menos favorables. Esto es, los que menos tendrán en cuenta el bien común a la hora de decidir en qué se invierten los recursos.

Cuando el alcalde afirma que los rascacielos contaminan menos que un parque está incidiendo en la misma cuestión de siempre

Cuando el alcalde, Francisco de la Torre, sostiene que levantar rascacielos en lugar de un parque en el suelo de Repsol es más beneficioso para el medio ambiente porque así se evitan desplazamientos está incidiendo, una vez más, en esta cuestión. Es muy probable que, en el fondo y en la forma, De la Torre no tenga ninguna gana de encontrarse el parque de Repsol hecho unos zorros al año siguiente de su inauguración, porque sabemos que el Ayuntamiento nunca a invertir lo necesario en seguridad y vigilancia para preservarlo. Así que la solución perfecta vuelve a ser el hormigón a mansalva, cada uno en su casa y Dios en la de todos. Málaga ha asumido, con la mayor alegría, su calidad de ciudad vuelta del revés, el carnaval más delirante, la comedia del pánico a lo Lewis Carroll: para potenciar el paisaje del litoral construimos una torre en el el Puerto y, si no nos gusta, siempre podemos mirar para otro lado; si queremos reducir las emisiones de carbono no nos convienen árboles nuevos, sino edificios muy altos. Y todos esos mendrugos que convierten la Malagueta en un contenedor cada Noche de San Juan no hacen más que darle la razón a esta lógica, diga usted que sí, señor alcalde. Sólo la tristeza adquiere su coartada. Habrá un jardín futuro. Pero estará en otra parte.

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