LA TRIBUNA DE MAYO

Universidad, conocimiento, valores

Rector de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

Rector de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

En los últimos años la universidad pública ha asumido un mayor protagonismo en la más adecuada formación de profesionales con el objetivo de aumentar su capacidad de inserción laboral, así como para contribuir a hacer crecer el emprendimiento, evolución necesaria que debe ser capaz de acometer sin perder de vista su esencia verdadera. Ello significa un cambio cualitativo en la formación de los estudiantes, ya que no sólo se trata de proporcionarles conocimientos sino también herramientas valoradas y apreciadas por los mercados de trabajo incluso más si cabe que el propio conocimiento.

Vayamos por partes. La universidad pública es agente del conocimiento, sin duda uno de los principales y más fructíferos. Ha sabido adaptar a los nuevos tiempos su tarea esencial, la de crear y transmitir de forma crítica el conocimiento, transfiriéndolo a la sociedad y a las personas a través del efectivo compromiso social, tarea de adaptación que debe continuar y ser profundizada. Es decir, la formación e investigación universitarias lo son para cambiar a mejor las condiciones de vida de las personas y contribuir al avance positivo de la sociedad. Ahí radica su esencia.

Por lo tanto, el pensamiento crítico y el conocimiento son condición indispensable pero no única para rendir el verdadero servicio público al que estamos comprometidos, con las funciones clásicas y con las nuevas. Dentro del conocimiento, creado o transmitido, es imprescindible incluir esas otras herramientas que decía al principio, en forma de capacidades, competencias y habilidades, tanto generales, como saber trabajar en grupo, como específicas de cada materia.

De esta manera, las universidades públicas podrán contribuir de una manera eficaz y eficiente a favorecer tanto el emprendimiento y la creación de empresas, como la inserción laboral de sus egresados, y hacerlo de la forma más acorde posible a las necesidades de la sociedad y en consonancia con el tejido empresarial.

Pero a todo ello debe unirse otro factor de extrema importancia. Los estudios de inserción laboral vienen mostrando que las cuatro primeras aptitudes y actitudes que las empresas y las instituciones tienen más en cuenta a la hora de emplear a una persona son la honestidad, el compromiso ético, la capacidad de trabajar en grupo, y la capacidad de autoformación para reciclar conocimientos. De ello se deduce que a la importancia del conocimiento y de sus diversas herramientas, las universidades deben sumar otros elementos que son, incluso, más críticos para que la formación de los estudiantes sea apreciada por la sociedad y por los empleadores.

Por ello, a la condición indispensable del conocimiento y sus herramientas, debemos añadir los valores, la educación en el respeto a los valores que encarnan la defensa de los derechos humanos y las libertades públicas, en su versión clásica y en su ampliación hacia los derechos económicos, sociales y culturales. La formación debe también incorporar la educación en deontología, en ética, en honestidad como ejes vertebradores de la actuación de toda persona. Las universidades no sólo son crisol del pensamiento y del conocimiento, lo son también de estos valores que deben estar presentes en nuestra labor de formación, investigación y gestión, y que debemos transmitir como sello indeleble a nuestros estudiantes.

Si no incluimos estos valores en la formación, ninguna solución a ninguna crisis será adecuada, estable, ni permanente; pero tampoco será posible preparar adecuadamente a nuestros estudiantes para, primero, poder convencer a los empleadores de que disponen de esas cualidades éticas que tanto aprecian, y, segundo, para poder luego desempeñar sus trabajos de la forma más provechosa para la sociedad, contribuyendo al destierro de las conductas vinculadas a la corrupción. Como en tantas otras ocasiones, prevenir será siempre mejor que curar.

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