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  • El Rey Alfonso XIII impidió que se rompiera la vieja judería y confió al marqués de la Vega-Inclán y al arquitecto Juan Talavera la reurbanización

Barrio de Santa Cruz: cien años de la transformación turística y social

La muralla del Callejón del Agua, de la que se eliminaron casas adosadas. La muralla del Callejón del Agua, de la que se eliminaron casas adosadas.

La muralla del Callejón del Agua, de la que se eliminaron casas adosadas. / José Ángel García

El primer barrio medieval reformado con fines turísticos. Santa Cruz, uno de los grandes reclamos de Sevilla para las personas que visitan la ciudad, ha cumplido en este azaroso 2020 cien años de su actual configuración. Los vecinos de la antigua judería de Sevilla vivían en una situación de inmundicia, sin alcantarillado, y aislados del resto de la ciudad por la muralla. Surgió entonces la posibilidad de romper su intrincado trazado y crear grandes avenidas para conectarlo al resto de Sevilla. Fue el rey Alfonso XIII el que se opuso a esta destructiva medida y encargó al marqués de la Vega-Inclán que se reformara sin que perdiera su encanto. El empuje de Vega-Inclán y la traza del arquitecto municipal Juan Talavera hizo que de 1912 a 1920 se interviniera en la zona para darle el aspecto urbanístico actual, generando con ello una auténtica transformación turística y social.

“También este barrio estuvo, como la Giralda, expuesto a desaparecer, pues una vez, pretextando razones de higiene y comodidad públicas, pretendieron romperlo con violencia y surcarlo con una irreverente calle ancha, larga y moderna como todas las calles grises e inexpresivas de todas las modernas ciudades”. Así se describe en el libro dedicado a Santa Cruz y editado en 1920 por la Comisaría Regia de Turismo, el proyecto inicial que, felizmente, nunca se llegó a perpetrar, aunque, cien años después, una de sus principales calles y alma de la ciudad, como es Mateos Gago, sí haya sucumbido a esa marea gris e inexpresiva que describe en la publicación José Andrés Vázquez tras su reurbanización.

La calle Mateos Gago, una de las principales arterias del barrio, ahora en transformación. La calle Mateos Gago, una de las principales arterias del barrio, ahora en transformación.

La calle Mateos Gago, una de las principales arterias del barrio, ahora en transformación. / José Ángel García

El barrio de Santa Cruz fue cedido a los judíos después de la Reconquista de la ciudad por Fernando III en 1248. Entonces, comprendía una extensión ocupada actualmente por las parroquias de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé. Los hebreos tenían en el recinto de la Aljama, por privilegio de Alfonso X, el Rey Sabio, tres sinagogas que anteriormente habían sido mezquitas. Una es la actual iglesia de Santa María la Blanca. Otra fue la de Santa Cruz, derribada por los franceses, que ocupaba la plaza del mismo nombre donde fue enterrado Murillo.

A principios del siglo XX había una queja generalizada de los vecinos de la vieja Judería que estaban encerrados entre murallas y viviendo en la inmundicia, sin alcantarillado, alumbrado, o acerado. Sobre 1905, el Ayuntamiento se hace eco y elabora un proyecto para hacer una avenida que fuera desde la Giralda a la actual Menéndez Pelayo, para así abrir el barrio a las ampliaciones de la ciudad hacia el sur. La integración en la ciudad se llevaría cabo mediante ese ensanche que desde Mateos Gago partiría el barrio y cruzaría por las Huertas del Rey del Real Alcázar hasta llegar a esa ronda exterior.

Macetas en la calle Jamerdana, y al fondo, la popular Hostería del Laurel. Macetas en la calle Jamerdana, y al fondo, la popular Hostería del Laurel.

Macetas en la calle Jamerdana, y al fondo, la popular Hostería del Laurel. / José Ángel García

Esta idea es finalmente descartada y Santa Cruz sigue siendo cien años después uno de los mejores y más bellos ejemplos de ciudad-jardín, como relata Javier Mateos de Porras, promotor turístico y uno de los responsables del Museo del Turismo: “Ese proyecto no gusta al rey Alfonso XIII, que piensa que su materialización rompería con la belleza del barrio, además de que el Alcázar perdería parte de su aislamiento, por lo que le encarga a su amigo Vega-Inclán una solución que no acabará con derruir prácticamente toda el caserío para hacer la nueva avenida”.

Mapa del barrio de Santa Cruz publicado en 1920. Mapa del barrio de Santa Cruz publicado en 1920.

Mapa del barrio de Santa Cruz publicado en 1920. / M. G.

Fue entonces cuando Vega-Inclán, con el que Sevilla mantiene una indudable deuda, idea higienizar y reformar el barrio, reurbanizándolo, creando su alcantarillado, acerado, alumbrado y su apertura mediante la creación de nuevas plazas y jardines mirando a esa expansión hacia el sur que la ciudad experimenta con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Una de las calles que se abrió rompiendo la muralla. Una de las calles que se abrió rompiendo la muralla.

Una de las calles que se abrió rompiendo la muralla. / Juan Carlos Muñoz

El entusiasta marqués de la Vega-Inclán se puso manos a la obras y, finalmente, consiguió un consenso general de todas las partes. Se acuerda una cesión a la ciudad de parte de la Huerta del Retiro, situada a la altura de la Plaza de Alfaro. Allí se abre un hueco en la muralla gracias a la donación de un particular, como recuerda una placa, y se consigue conectar el barrio con las huertas cedidas por la Corona, que son transformadas por Juan Talavera en los flamantes Jardines de Murillo, inaugurados en el tercer centenario del nacimiento del célebre pintor de las Inmaculadas. 

El Callejón del Agua. El Callejón del Agua.

El Callejón del Agua. / José Ángel García

El tándem formado por Vega-Inclán y Talavera acomete otra serie de reformas importantes. “Crean las plazas de Doña Elvira y Santa Cruz, en el Callejón del Agua eliminan las casas anexas a la muralla y las huertas reales que hay detrás de la muralla las convierte en jardines. Las divide en dos, en un lado amplia los jardines del Alcázar con la puerta de Marchena y los jardines nuevos que llevan su nombre y hace que Alfonso XIII done otra parte a la ciudad, donde Talavera hace los Jardines de Murillo. Para abrir el barrio, tiran un lienzo de muralla a la altura de las plazas de Alfaro y Santa Cruz, abriendo así el barrio hacia el exterior”, señala Mateos de Porras.

La guía que se editó en 1920 relatando todas estas transformaciones, muestra un barrio con una belleza medieval inigualable a la que se ha incorporado la arquitectura regionalista en calles y plazas: “El barrio de Santa Cruz es una verdadera ciudad-jardín, tal vez como ninguna otra, porque en él se desprenden y flotan en el aire el perfume de las flores y de la tradición, que acaso al juntarse ambos en el espacio infinito hagan el milagro, hasta ahora no explicado, de poner en el cielo de Sevilla ese incomparable cielo azul”.

Cien años después, el barrio de Santa Cruz, el primero que puso sus enormes atractivos a disposición de los turistas, vive un delicado equilibrio entre residentes, cada vez menos, y foráneos. Los visitantes de la ciudad realizan un recorrido por las pintorescas calles antes de acudir a la Catedral o el Alcázar. En los últimos años, el Ayuntamiento, como hizo hace un siglo con el urbanismo, ha tenido que tomar medidas para garantizar la buena convivencia, regulando la imagen de los comercios o imponiendo los recorridos y los puntos en los que los guías pueden hacer sus explicaciones.

La Plaza de Alfaro, acceso a los Jardines de Murillo. La Plaza de Alfaro, acceso a los Jardines de Murillo.

La Plaza de Alfaro, acceso a los Jardines de Murillo. / José Ángel García

Sea como fuere, el barrio de Santa Cruz es uno de los más conocidos en el mundo y traslada la imagen de esa Sevilla entre medieval y regionalista proyectada por Vega-Inclán y Talavera gracias a la decisiva intervención del Alfonso XIII.

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