Provincia

En recuerdo de Isaías Pérez Saldaña

  • Un último encuentro en la calle Francos

Isaías Pérez Saldaña, durante una entrevista en su etapa como consejero.

Isaías Pérez Saldaña, durante una entrevista en su etapa como consejero. / M.G.

Tengo la fecha apuntada en la agenda. 1 de octubre de 2021. El día que se cumplían veinte años de la muerte del rockero Silvio. Ese primer día de octubre quise estar en la Casa de la Provincia para asistir al homenaje que le daban al pintor Juan Valdés las Casas Regionales. Fue la última vez que vi a Isaías Pérez Saldaña. El encuentro fue en la calle Francos. Fue él quien se dio a conocer en el saludo, como pidiendo disculpas por cómo la enfermedad había distorsionado su imagen física. Desde que le conocí le profesaba un gran afecto que se regaba con nuestros encuentros fortuitos en los veranos de Ayamonte, ciudad de la que fue alcalde durante bastantes años, con unas cotas de popularidad y apoyo que no son frecuentes en la política actual.

En 1995 yo trabajaba en Diario 16 Andalucía y en puertas de las elecciones municipales me dispuse a hacer una ruta por toda la comunidad en plan Richard Ford. Hicimos un mapa de 16 municipios por las ocho provincias. Una gira que iniciamos en Ayamonte y terminamos en El Ejido. Del centenar largo de candidatos con los que hablé de las más insospechadas candidaturas, el primero fue Isaías Pérez Saldaña, que se presentaba a la reelección en esa villa fronteriza. Fue por teléfono, pero ya entonces deduje en su carácter una educación esmerada, una empatía con su interlocutor.

Muchos veranos hemos coincidido en Isla Canela, él departiendo con su gran amigo Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadura, uno de los muchos extremeños que tienen en Ayamonte su playa. Hernán Cortés se fue hasta México y Pizarro hasta Perú, pero teniendo Ayamonte a la vuelta de la esquina para qué irse tan lejos. En ese encuentro crepuscular de la calle Francos hablamos del presidente extremeño, también de Florencio Aguilera, el pintor ayamontino que hace diez años puso en marcha la locura de una exposición de tres generaciones con obra de su padre, el niño que aprendió con Sorolla, de su hijo Chencho y de él mismo. Una muestra que fue hasta Nueva York. Isaías era un político muy sensible a todo lo relacionado con la cultura. Ayamonte es una población que todos los veranos saca sus cuadros a la calle, porque es un municipio con una legión de pintores, algunos muy buenos. Una de ellas es Virginia Saldaña, sobrina del que fuera alcalde de Ayamonte y consejero de la Junta de Andalucía.

Ese encuentro en una de las calles más céntricas de Sevilla, por la que pasan una treintena de cofradías en Semana Santa, fue como una despedida. Mantenía la sonrisa del afecto, una templanza de quien va para la muerte convencido de que nunca hay que rendirse aunque la Parca no haga prisioneros. Nos conocimos hace un cuarto de siglo. En esa ruta me topé con alcaldes muy mediáticos como Pedro Pacheco o Jesús Gil, con munícipes longevos como Antonio Gutiérrez Limones o Francisco Toscano, el dinosaurio del municipalismo desde Dos Hermanas. En Isaías, nombre de profeta, encontré al político humanista, nada sectario y, modestia aparte, un lector atento a las ocurrencias de este reportero.

Ayamontino, pazguato y fino. En esos atributos de su gentilicio hay un poso unamuniano de bonhomía que debe darle la frontera con esa capacidad de estar acostumbrado a entender las razones del otro, que muchas veces son más convincentes que las sinrazones del afín. La palabra amigo es muy grande, pero hay una amistad de retales, de fragmentos, de civismo natural en la que ya tendrá un sitio para siempre Isaías Pérez Saldaña, el primero de los candidatos de aquella campaña del 95, la primavera de la boda de la mayor de las infantas. Un cuarto de siglo. Vuelve uno a las sevillanas de Muñoz y Pabón: ¡Tiempo, detente!

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