Cádiz

La conservación de las murallas de Cádiz y la vertiente turística patrimonial

  • El autor refleja la importancia histórica desde el punto de vista defensivo que ha supuesto el recinto amurallado de Cádiz, hoy “sólo válido para la admiración y el recuerdo”

Restauración del lienzo  de muralla  del Castillo de Santa Catalina en la playa de La Caleta.

Restauración del lienzo de muralla del Castillo de Santa Catalina en la playa de La Caleta. / Julio González (Cádiz)

El atractivo de Cádiz ha suscitado una llegada casi permanente de viajeros y turistas a lo largo de su historia. De ahí la cantidad de descripciones, generalmente encomiásticas, que la han acompañado siempre. Ellas nutren, junto a las investigaciones archivísticas y arqueológicas, el conocimiento, a día de hoy bastante desarrollado, de su pasado. Un pasado muy rico, como corresponde a una ciudad con muchos siglos de existencia detrás y un emplazamiento singular.

Desde la época fenicia hasta el período contemporáneo, Cádiz ha sido considerado con razón un enclave estratégico de primer orden. Lo fue ya en la Antigüedad gracias a sus grandes perspectivas comerciales mantenidas en el tiempo; en dicha época, de manera especial con el Mediterráneo, un mar entonces en alza. Lo fue también durante el período musulmán y cristiano de la Edad Media al servir de paso entre África y Europa y viceversa.

Imagen de archivo del estado en el que ha llegado a encontrarse el lienzo de la muralla de Cortadura Imagen de archivo del estado en el que ha llegado a encontrarse el lienzo  de la muralla  de Cortadura

Imagen de archivo del estado en el que ha llegado a encontrarse el lienzo de la muralla de Cortadura / d.c. (Cádiz)

El inicio de la primera globalización o universalización del mundo de finales del Medievo y comienzos de la Edad Moderna confirieron a la Bahía un protagonismo, progresivamente ampliado, en orden a la expansión atlántica y a los contactos con Asia, en la actualidad tan desconocidos. Ninguno de los grandes acontecimientos que se desarrollaron en Occidente entre el siglo XVI y avanzado el XIX le pillaron al margen. Al contrario, tanto los contactos comerciales, pero también los poblacionales y culturales con América, elevaron a Cádiz y su bahía a la categoría de piezas esenciales del devenir histórico de una parte importante de la Humanidad. Cuanto acabamos de expresar es, sin duda, generalmente bien conocido de los habitantes de Cádiz y de las autoridades locales y provinciales que han ido sucediéndose en los cargos.

Cádiz ha sido considerado, con razón, un enclave estratégico de primer orden

El fruto de este protagonismo, como tantas cosas en esta vida, ha tenido aspectos muy positivos pero, sin duda, también otros de carácter negativo. Al ser una plaza fuerte, un centro comercial estratégico y militar de primer orden, ha tenido que soportar diferentes servidumbres. Tal vez, la de efectos más trágicos haya sido la de convertirse en objetivo de los esfuerzos por parte de las potencias enemigas para atacar a España en uno de sus puntos estratégicos neurálgicos. Ello condujo a convertirse en víctima propicia de golpes y asaltos puntuales a lo largo, esencialmente, de su época moderna y en los inicios de la contemporánea. Afortunadamente, ni siquiera cuando en 1596 se vio arrasada casi en su totalidad, se pudo borrar su presencia en el escenario internacional. Cádiz sobrevivió a este trágico momento, supo reponerse y contener después la furia de anglo-holandeses y franceses, debido a una acertada preocupación, casi perenne, por su sistema defensivo. Gracias a éste frenó un nuevo intento de asalto en el año de 1702, e impidió más tarde la entrada de las tropas napoleónicas en la ciudad.

Con el paso del tiempo, las defensas, formadas por las murallas propiamente dichas y un elaborado sistema de baluartes y revellines, perdieron el carácter conservado durante tantos siglos, para convertirse en meros objetos solo válidos para la contemplación, la admiración y el recuerdo. Sin embargo, de una forma o de otra, Cádiz seguía vinculado a sus murallas de manera indeleble, hasta el punto de no poderse ya comprender la una sin las otras. Ello no impide que esta simbiosis se haya visto afectada con los años por la acción del hombre y su deseo de adaptar –no siempre acertado- el escenario urbano heredado a las nuevas circunstancias, necesarias o ficticias, que eso depende del punto de mira y del momento.

Se trata de los dos atentados más fuertes que ha sufrido el cinturón amurallado

A principios del siglo XX hubo de sufrir uno de los ataques más fuertes irreversibles a su integridad bajo el gobierno municipal de Cayetano del Toro en marzo de 1906. Desapareció entonces la muralla de su frente portuario, testigo durante siglos de la vitalidad de la ciudad, de sus momentos más relevantes y gloriosos, de los quehaceres cotidianos de sus habitantes y de la llegada de los foráneos, sin que de su existencia haya quedado la menor huella física. Se modificó más adelante, de manera también decisiva, la zona de Puerta de Tierra y el espectacular sistema de fosas, minas, contraminas y espacios para la defensa que la acompañaban. Junto al anterior derribo, se trata de los dos atentados más fuertes que ha sufrido el cinturón amurallado hasta el presente.

Una vista de Santa María del Mar con marea alta. Una vista de Santa María del Mar con marea alta.

Una vista de Santa María del Mar con marea alta. / Jesús Marín (Cádiz)

Posteriormente, sin llegar nunca a destrucciones tan drásticas como esas, la piqueta, las remodelaciones, el deterioro que provoca el tiempo y el contrapunto de algunos edificios, poco respetuosos con el entorno, cercanos al lienzo amurallado, han ido sumiendo al prodigioso recinto de antaño, no obstante algunas iniciativas convenientes y acertadas, en una caricatura de lo que fuera hasta principios de la pasada centuria.

Indudablemente, el mantenimiento de la muralla y del conjunto del sistema defensivo de la ciudad y su bahía ha sido siempre costoso. Lo fue en su época de mayor esplendor, cuando las autoridades locales y los habitantes de Cádiz debían hacer frente a la necesidad de prolongación del lienzo por aquellas partes donde no existía o su presencia era insuficiente; reconstruir las partes afectadas por los fenómenos meteorológicos o, simplemente, mantener en buenas condiciones lo ya construido. Desde su creación, tal fue la tarea de la Real Junta de Fortificaciones y la preocupación de la propia Monarquía, a quien le interesaba mucho que dicho sistema estuviese siempre a punto ante cualquier contingencia bélica. Era preciso, por tanto, hacer continuas derramas, casi siempre con los ingresos obtenidos por vía de impuestos y gravámenes. No en todas las ocasiones las medidas tomadas fueron todo lo eficaces que deberían haber sido; pero, eso sí, la inquietud por la conservación del sistema fue una constante.

El mantenimiento de la muralla del conjunto del sistema defensivo ha sido siempre costoso

Perdido, como se ha dicho, su valor defensivo, la muralla, o lo que resta de ella, sigue siendo a día de hoy un rasgo identitario de esta ciudad singular que es Cádiz. ¿Podemos pensar en ella sin hacerlo a la vez de sus castillos, baluartes y lienzo, tantas veces cantadas en las letrillas populares? Creemos sinceramente que no. Es más, sería una pena y un enorme agravio que, por descuido o desacierto, todo este magnífico entramado desapareciera o quedara más afectado aún de lo que ya ha sido. Conservarlo, ciertamente, no es tarea fácil. Son necesarios arreglos e inversiones permanentes; pero, de la misma forma que se ha de reconocer esto, insisto asimismo en la necesidad de preservarlo para nuestro disfrute y, sobre todo, el de quienes nos sucedan. Es un pecado, dejar por desidia o por medidas perjudicialmente tomadas que se pierda este conjunto único o que continúe inexorable su proceso de degradación. Bastante ha sufrido ya a este respecto el conjunto del casco antiguo de la ciudad o los baluartes y castillos de alrededor de la Bahía.

Que Cádiz se ha puesto de moda en los últimos años es algo que pocos podrán dudar. La ciudad y su feliz entorno tienen méritos suficientes para ello (el emplazamiento, su refrescante clima veraniego, el calor de sus gentes, el rico patrimonio urbanístico, tanto civil como eclesiástico, etc.); pero por eso mismo hay que trabajar, de manera razonable y fuera de la contienda política, por la preservación y mejora de su todavía espléndido patrimonio inmueble. Mas esto, que parece lo lógico, no siempre se convierte, por desgracia, en una realidad.

Se me ocurre plantear la necesidad imperiosa, no solo de mantener en las debidas condiciones lo que queda de su antiguo sistema defensivo, sino de potenciarlo, para que nuestro turismo no lo sea solo de sol y playa, sino que tenga también un contenido cultural e histórico, que tanto puede aportar. La gran cantidad de guías turísticos por las calles, seguidos de grupos numerosos de visitantes, es una prueba evidente de esta complementariedad. Y lo mismo que digo de las murallas, lo afirmo de sus iglesias y conventos, tan abandonados desde el punto de vista patrimonial.

En el caso de las murallas que nos ocupa, conservémoslas cuidadosamente; dejemos libre su espacio en torno, establezcamos, siguiendo su curso, una ruta peatonal suficientemente cómoda alrededor de ellas, como se hace en otras ciudades españolas y europeas que las poseen (Ávila, Lugo, Carcasona, Dubrovnik, etc.). Es preciso repensar en bien de todos cómo ha de ordenarse el llamado Campo de las Balas. Evitemos que, por un turismo mal entendido, pero que consume paradójicamente este tipo de recorridos, se dañen o invisibilicen los espacios singulares. La existencia de este sistema defensivo alrededor de la ciudad vieja es, sin duda, una fortaleza en sí misma, un gran valor que posee la ciudad y que la hace deseable para muchos paisanos y foráneos. Que se escuche, pues, la voz de los que en esto entienden y tienen sensibilidad hacia este tipo de patrimonio, para que no se den palos de ciego de los luego, irreversiblemente, tengamos que arrepentirnos. Cádiz bien merece el esfuerzo.

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