Críticas Largometrajes Sección Oficial

'Código Emperador', el sacrificio del peón

  • La Sección Oficial de Largometrajes del Festival de Málaga se ha inaugurado este viernes con la cinta de Jorge Coira

Un fotograma de 'Código Emperador', de Jorge Coira.

Un fotograma de 'Código Emperador', de Jorge Coira.

Para transitar las cloacas del estado es preferible no usar tu nombre. Así, en este artefacto ideado por Jorge Guerricaechevarría, Wendy (Alexandra Masangkay) en realidad no se llama Wendy, como tampoco Alex (Luis Tosar) se llama Alex. Sergio no se llama Sergio, ni Sara se llama Sara. Los que manejan el cotarro directamente no tienen nombre.

Los peones, en cambio, se ven forzados a serpentear entre identidades, medias mentiras y puestas en escena. Reunidos todos, en Código Emperador nadie es quien dice ser. “Vivimos en un mundo de equilibrios”, argumenta Galán (Miguel Rellán). Pero por desgracia, la matrioshka funciona mejor sobre el papel que en pantalla.

Coira, debe decirse, maneja bien el ritmo, pero no obtiene tan buena nota en todo lo demás. Con el paso de los minutos, la cinta deja entrever su molde (ya dado de sí, a base de productos irritantemente similares) y como buena fórmula de laboratorio, su factura no cuenta nada criticable, pero tampoco hallazgos dignos de reseñar.

Cuesta también pensar que el engranaje se sostuviera sin la solvencia de Tosar, que pese al oficio está lejos de registros similares pero más ricos en matices como el banquero de El desconocido (Dani de la Torre, 2015) o el empresario de Los favoritos de Midas (Mateo Gil, 2020). Su carisma deviene insuficiente para sostener la trama, incluida la suya propia.

Su personaje es demasiadas cosas: un fontanero de poderosos, un Rick Blaine casi adolescente, un recadero internacional de políticos y empresarios, y en un requiebro casi circense del guión, incluso un Robin Hood de principios periodísticos insoslayables, a lo Woodward y Bernstein. La multiplicidad estrangula a un protagonista que, a base de ser tantas cosas, termina por no ser ninguna. Y a su alrededor, los personajes satélites se resienten de la falta de minutos para consolidar su arco dramático.

“¿No sientes curiosidad por saber más cosas sobre mí?” pregunta Tosar en un diálogo que él mismo se encarga de conducir a ninguna parte. No hay tiempo. El crepúsculo profesional de este señor Lobo venido a menos se destartala progresivamente hasta un final descafeinado, en el que la moraleja de “quién vigila al vigilante” se atisba desde demasiado lejos.

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