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Escuchar el cine

Días de vino y melodías de Mancini

  • Ayer martes se cumplieron 100 años del nacimiento de Henry Mancini (1924-1994), uno de los grandes compositores del Hollywood post-clásico y autor de un puñado de memorables canciones como 'Moon river' o 'Días de vino y rosas'. 

Ayer martes 16 de abril se cumplían 100 años del nacimiento, en Mapple Heads, Ohio, de Henry Mancini (Enrico Nicola Mancini, 1924-1994), posiblemente uno de los más populares autores de canciones del siglo XX, compositor cinematográfico destinado a cambiar el modelo musical en la industria de Hollywood, y por extensión en todo el cine mundial, a comienzos de la década de los 60, divulgador incansable del jazz en sus formas más ligeras y accesibles a través de una larga de serie de casi 90 discos grabados para el sello RCA Victor con material propio y versiones y arreglos marca de la casa (de colegas de generación como Michel Legrand, Nino Rota, Francis Lai, Burt Bacharach, John Barry o el joven Williams) que también lo convirtieron en uno de los autores más vendidos de su tiempo.

También el próximo 14 de junio hará 30 años de su muerte, un periodo que tal vez lo haya alejado de las nuevas generaciones y contribuido a valorar su legado en unas claves easy-listening que no hacen justicia a su enorme oficio dramático y a las numerosas innovaciones (instrumentales, rítmicas…) que introdujo en la música de cine más allá de su faceta más comercial y popular, haciendo de las canciones el leit motiv recurrente de un cine que huía poco a poco del clasicismo y sus modos musicales sinfónicos hacia la modernidad y su abrazo del jazz y el pop en sinergia con la pujante industria discográfica.

Reivindicar a Mancini hoy es hacerlo desde la elegante sencillez y la sofisticada belleza de sus melodías y arreglos, apreciar esa suave transición entre el sonido de las big bands, los ritmos latinos y de la bossa nova brasileña y ese don tan sólo al alcance de unos cuantos privilegiados para crear y modelar las melodías más hermosas incluso a partir de historias amargas o melancólicas.

Se dice que Mancini vio su primera película (Las cruzadas, de Cecil B. DeMille) con 11 años, y que ya entonces supo que quería componer para el cine. De la mano de Max Adkins, director musical del Teatro Stanley de Pittsburgh y también profesor de grandes arreglistas y compositores como Billy Strayhorn o Billy May, futuros colaboradores de Ellington o Sinatra, Mancini se empapó del swing y los modos de un jazz aún para las masas, el baile y las listas de éxitos. Luego vendrían el paso por la prestigiosa Julliard School of Music, la movilización a filas y su entrada en la orquesta de los Army Air Corps, el encuentro con el capitán Glenn Miller, el fogueo en una banda en Atlantic City, los pinitos en la radio y, ya a mediados de los cincuenta, la llegada al Hollywood de los estudios y el trabajo a destajo en la serie B como gran escuela de compositores. Allí, en Universal Pictures, Mancini trabajó en numerosas películas de género como La criatura del lago negro, Vinieron del espacio, Tarántula o la serie de la Mula Francis, pero también en la obra maestra de Orson Welles Sed de mal, en la que marcó el tempo y suturó el movimiento de la cámara en aquella memorable secuencia de apertura sin cortes, hasta que un día, en la peluquería, se produjo el encuentro con quien iba a ser el responsable de su promoción y su salto al estrellato, el por entonces joven Blake Edwards.

Este le encargó la música para un piloto de la serie de detectives para la televisión Peter Gunn, que a lo largo de sus varias temporadas se convirtió en el modelo a imitar de todas esas nuevas bandas sonoras de jazz que iban a llegar para quedarse. La música de créditos pasó pronto a las listas de éxitos y Mancini encadenó junto a Edwards una larga serie de títulos, hasta 30 en 35 años de colaboración, que se cuentan entre sus trabajos más memorables: Desayuno con diamantes, Chantaje contra una mujer, Días de vino y rosas, El guateque, la saga de La Pantera Rosa o el musical Víctor o Victoria. Howard Hawks (Su juego favorito, Hatari!) primero y Stanley Donen después le darían el relevo a su talento en Charada, Arabesco o Dos en la carretera, posiblemente nuestra favorita de un repertorio de favoritas. También directores como Vittorio de Sica (Los girasoles), Paul Newman (Casta invencible), Stanley Kramer (Oklahoma crude) o George Roy Hill (El gran Waldo Pepper). 

En sus 40 años de carrera, Mancini ganó cuatro Oscar, un Globo de Oro y veinte premios Grammy, compuso música para televisión (Mr. Lucky, El pájaro espino, Remington Steele) y fue rechazado por Hitchcock (Frenesí), pero lo que realmente ganó fue un lugar de privilegio en el imaginario sonoro popular gracias a un puñado de canciones y melodías perfectas, de las que Moon river se ha convertido en una suerte de himno (del cine) moderno: “No hay nada que ver excepto a esta chica (Audrey Hepburn) caminando de un lado a otro, comiéndose un croissant o mirando a la calle desde su ventana, decía Mancini. Lo que esto necesitaba era una melodía, algo para los oídos cuando los ojos no estaban muy ocupados, así que eso es lo que escribí”. El gran Johnny Mercer le pondría la letra y repetiría dúo imbatible en los temas para Días de vino y rosas, Charada o Moment to moment.  

Porque lo que Mancini amaba era crear e inventar melodías. Sus partituras para el cine están llenas de ellas, a veces escondidas bajo la acción o el suspense o entre las réplicas de un diálogo, pero en ocasiones aparecen de manera frontal, explícitas y memorables para dar color, el color preciso, a toda la película: arrebatadoramente románticas como la de Charada, pegadizas y rítmicas como las de La pantera rosa, cómicas y juguetonas como Baby elephant walk, sencillas y emocionantes como la de Odio en las entrañas, secas, contundentes y directas como la de aquella Peter Gunn con la que empezó todo.