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José Antonio Hernández, el onubense que pasó de náufrago a rescatador en Salvamento Marítimo

  • Fue uno de los cinco supervivientes del naufragio del 'Peix de Mar Siete' en Agadir (1998), donde fallecieron 10 marineros, siendo rescatado por Salvamento Marítimo, donde trabaja desde el año 2000 como tripulante de la Salvamar Alkaid, con base en Mazagón, en la que se dedica ahora a salvar personas en la misma situación que el sufrió hace ya 26 años

José Antonio Hernández, a bordo de la 'Salvamar Alkaid', en el puerto de Mazagón

José Antonio Hernández, a bordo de la 'Salvamar Alkaid', en el puerto de Mazagón / Jordi Landero (Mazagón)

Corría el mes de marzo. El agua estaba muy gélida, y sentía mucho frío. La situación era muy incierta, y tenía miedo. Pero también había un hilo de esperanza, y él nunca la perdió. Se trata del onubense José Antonio Hernández Fernández (45 años), uno de los cinco supervivientes del dramático naufragio del buque arrastrero Peix de Mar Siete, donde fallecieron una decena de marineros entre el 15 y el 18 de marzo de 1998, a unas 45 millas al Noroeste de las costas de Agadir (Marruecos).

Veintiséis años después, el frío, el miedo y la esperanza -que nunca perdió-, son los tres principales recuerdos y sensaciones que asaltan al marinero onubense al ser preguntado por el fatídico suceso. Ha pasado página. Sólo tenía 21 años. Y prefiere mirar hacia delante y pensar solo en como rescatar a aquellos que ahora pasan por lo que él pasó. Y es que, sin alejarse del mar, la vida de José Antonio Hernández Fernández dio un giro de 360 grados en el año 2.000, cuando decidió pasar de ser rescatado a rescatador y se integró en la tripulación del Salvamar Alkaid, un buque de Salvamento Marítimo con base en Mazagón.

Pero una cosa es pasar página y otra muy distinta olvidar… Y José Antonio no ha olvidado. De hecho, aún recuerda con nitidez muchas de las cosas por las que pasó como consecuencia del repentino naufragio del Peix de Mar Siete entre la noche del 15 al 16 de marzo y el día 18 del mismo mes, cuando fue rescatado. Unos días terribles, en los que pasó más de una hora encerrado en el buque cuando éste se dio la vuelta, así como 12 horas más sobre la quilla, y otras 14 o 15 a flote en medio del mar cuando el mar se tragó definitivamente el barco. Sin duda, los peores días de su vida, en los que sólo contó con la ayuda de sus ganas por vivir, la de un aro salvavidas y la del aliento que se dieron los supervivientes entre sí durante el percance.

"Todo sucedió rapidísimo", recuerda José Antonio. Apenas llevaban unos 20 días a bordo del Peix de Mar Siete, un buque arrastrero de unos 32 metros de eslora con dos grandes brazos y una red en cada uno de ellos. "Estábamos al marisco, sobre todo al langostino, era de noche y había luna llena". La tripulación la integraban 15 marineros: 10 marroquíes y 5 españoles.

José Antonio Hernández, con 21 años, a bordo del arrastrero naufragado en 1998 José Antonio Hernández, con 21 años, a bordo del arrastrero naufragado en 1998

José Antonio Hernández, con 21 años, a bordo del arrastrero naufragado en 1998 / M.G. (Huelva)

"Yo estaba de guardia de máquinas. El mar estaba relativamente calmado porque no había temporal, y hacía mucho frío. El agua estaba a unos 16 grados centígrados. De repente, sobre las 23:30 horas, el arte de babor se enganchó en el fondo y tiró del barco hasta que se dio la vuelta".

Fue todo tan rápido que no dio tiempo a parar máquinas, a saltar la radiobaliza o a sacar las balsas salvavidas. José Antonio estaba con el jefe de máquinas en la zona de proa, y "al empezar a escorar corrimos hacia la popa atravesando varios pasillos y la cocina. Llegó un momento en que íbamos andando por las paredes de lo tumbado que estaba el barco hasta que, por un ojo de buey, pude ver como entraba agua por los portillos. Hasta entonces no entendí la gravedad de la situación y, por mucho que corrí, no logré salir a cubierta antes de que el barco se diese la vuelta, quedando quilla al sol".

Comenzaron los momentos más angustiosos: "nos quedamos atrapados allí varios tripulantes". Recuerda que había entrado mucha agua, que el interior estaba muy oscuro, y que solo se reconocían por las voces. Fuera, afortunadamente, la visibilidad no era nula al haber luna llena.

José A. Hernández y el otro tripulante español que sobrevivió, el cántabro Eugenio Orobia, celebran el fin de año en el 'Peix de Mar Siete', antes de su hundimiento José A. Hernández y el otro tripulante español que sobrevivió, el cántabro Eugenio Orobia, celebran el fin de año en el 'Peix de Mar Siete', antes de su hundimiento

José A. Hernández y el otro tripulante español que sobrevivió, el cántabro Eugenio Orobia, celebran el fin de año en el 'Peix de Mar Siete', antes de su hundimiento / M.G. (Huelva)

Así estuvieron más de una hora, durante la que "no sentíamos ni frío al estar muy alterados, nerviosos y angustiados. En esos momentos tu mente está solo ocupada en buscar la forma de salir de ahí".

El marinero onubense recuerda que fueron momentos "muy duros y complicados", ya que "estás sin luz y en el barco todo queda del revés: lo que es babor pasa a ser estribor y lo que es el suelo se convierte en techo, lo que nos desorientó muchísimo en la búsqueda de una salida". "Son momentos muy malos -insiste- porque te ves atrapado y sabes que el barco se puede hundir de un momento a otro".

Para mayor angustia, José Antonio intentó primero salir por uno de los desagües que ese tipo de buques tienen en la cubierta con unas tapas que se abren para que salga el agua, "pero solo pude sacar el cuerpo hasta la cadera".

Los minutos pasaban mientras intentaban orientarse unos a otros, hasta caer en la cuenta de que para salir había que bucear. No obstante "cuando lo intentaba me topaba con el suelo, que en realidad era el techo. Yo creía que buceaba hacia la salida, y resulta que iba en el sentido contrario, hasta que, desde fuera, un compañero que ya había logrado salir me fue orientando".

Solo habían salido siete de los quince tripulantes, entre ellos José Antonio. El resto no lo logró. La siguiente dificultad fue subirse a la quilla, que según recuerda el onubense "era muy grande y totalmente lisa, aunque finalmente lo logramos ayudándonos unos a otros".

Allí estuvieron unas doce horas, en las que, además del frío, al que hicieron frente apiñándose entre ellos como "sardinas en lata", lo más angustioso fue que, en mitad de la noche, "nosotros podíamos ver perfectamente las luces del resto de barcos que faenaban en la zona, pero ellos a nosotros no, así como tampoco nos escuchaban a pesar de las numerosas voces que les dimos. Algunos llegaron a pasar muy cerca, pero nada".

"Así estuvimos hasta el amanecer. Recuerdo que con las primeras luces del alba vimos que un pesquero cogió rumbo hacia nosotros. Pensamos que todo había acabado y nos animamos, pero de repente, cuando estaba a pocas millas, cambió repentinamente el rumbo. Después supimos que creyeron que se trataba de un buque de la Armada Marroquí haciendo maniobras por el color gris del Peix de Mar Siete".

Fue un jarro de agua fría y los ánimos volvieron derrumbarse. A ello se suma que el casco se iba hundiendo poco a poco, hasta que llegó un momento en que tuvieron que lanzarse al mar para retirarse lo más posible del barco para evitar sufrir daños por los objetos que suelen salir a flote en los momentos posteriores del hundimiento, normalmente con mucha fuerza por la presión.

Una dificultad iba solapando a la anterior. Ahora había que mantenerse a flote. El hundimiento definitivo se produjo entre las 13:00 y las 14:00 horas del día 16. Lo único positivo, que aún era de día y que ya se habían iniciado las labores de búsqueda.

José A. Hernández en su actual puesto de trabajo a bordo de la Salvamar Alkaid de Salvamento Marítimo José A. Hernández en su actual puesto de trabajo a bordo de la Salvamar Alkaid de Salvamento Marítimo

José A. Hernández en su actual puesto de trabajo a bordo de la Salvamar Alkaid de Salvamento Marítimo / Jordi Landero (Mazagón)

Pero José Antonio aún estaría así durante 14 horas más. Solo había que aguantar. Fueron las horas más difíciles y se hicieron eternas. Un periodo en el que fallecieron ahogados dos de los siete supervivientes, uno de ellos muy poco tiempo antes de ser rescatados.

"Entonces sí recuerdo que pasamos mucho frío, y en mi caso más -subraya José Antonio- porque al estar en la sala de máquinas en el momento del incidente yo estaba en pantalón corto y camiseta. Después, afortunadamente, un compañero me dejó un pantalón gordo de frío, de los que se usan en la bodega del barco".

Tras el hundimiento salieron a flote varios aros salvavidas. El marinero onubense se asió a uno de ellos. Otros pudieron subirse sobre varios palés de madera y bidones que también afloraron a la superficie. La costa "se intuía a lo lejos, pero era imposible llegar nadando hasta ella, estaba a unos 20 kilómetros". Además, prosigue, la deriva los dividió en dos grupos, en uno los tres españoles que entonces quedaban con vida, y por otra los cuatro marroquíes.

Siguieron pasando las horas, a la deriva, muy nerviosos, con mucho frío e intentando siempre hablar entre ellos para no quedarse dormidos. Al atardecer, con los ánimos ya muy bajos,  "empezaron los calambres en las piernas y el agotamiento era extremo". "Teníamos que aguantar y no parar de movernos para no perder mucha temperatura corporal y para no quedarnos dormidos".

"Después supimos que, desde pasado el mediodía del 17 de marzo, al no responder a las llamadas y no presentarnos en un intercambio previsto con otro barco de la empresa, comenzó la búsqueda por parte de los otros buques de la empresa que faenaban en la zona y de servicios de salvamento españoles y marroquíes. Recuerdo como ya de noche veíamos dos aviones, uno español y otro marroquí, lanzando a lo lejos luminarias para intentar localizarnos, así como muchas luces de los barcos que nos buscaban por la zona".

El grupo de marroquíes fue hallado sobre las ocho de la tarde del día 17, mientras que los españoles fueron localizados sobre las dos de la madrugada del día siguiente. "Nos recogió el pesquero marroquí Abdelmar II. Yo me pude subir a bordo por mi propio pie, pero tuvieron que lanzarse al agua para sacar a mi compañero, el patrón de costa, que estaba extenuado.

Cuando lo rescataron estaba a punto de sufrir una grave hipotermia. Tenía apenas 33 grados de temperatura corporal, y eso es estar en el límite entre aguantar y no aguantar, a lo que le ayudó, asegura, "la juventud, que te hacer ser más fuerte físicamente".

En dicho barco los ducharon con agua caliente y les prestaron los primeros auxilios hasta que, finalmente, los trasladaron en un helicóptero Helimer hasta Recife (Lanzarote). Fue la primera vez que José Antonio se subió a un medio de transporte de Salvamento Marítimo… sin saber que no sería la última…

CAMBIO DE RUMBO…, CAMBIO DE VIDA

Tras el incidente, José Antonio siguió varios años más en la misma empresa, aunque en tierra, reparando motores, hasta que se enteró de que Salvamento Marítimo buscaba un tripulante para uno de sus barcos de rescate. No se lo pensó. Fue en el año 2000. Desde entonces su vida ha dado un vuelco, pasando de ser rescatado, a rescatador.

En este sentido, y en declaraciones a este periódico, el marinero onubense señala que se trata de una labor "muy bonita cuando salen bien las cosas, rescatas personas y salvas vidas, pero también muy angustiosa cuando buscas a alguien sabiendo por experiencia propia lo mal que se pasa cuando esperas ser rescatado tras un incidente en el mar".

Hernández a bordo de la Salvamar Alkaid, en mazagón Hernández a bordo de la Salvamar Alkaid, en mazagón

Hernández a bordo de la Salvamar Alkaid, en mazagón / Jordi Landero (Mazagón)

Pero José Antonio prefiere quedarse con la parte buena de su actual trabajo, y pensar que "la gente, como fue mi caso, te agradece eternamente que les hayas salvado la vida. Es algo que nunca se olvida". "Entre rescatado y rescatador -prosigue- se crea un vínculo y una afinidad que no puedo describir con palabras y que dura toda la vida. Yo he rescatado personas de Huelva con la que, a pesar de los años, sigo manteniendo contacto. Como me pasa a mi con quienes me rescataron hace ya 26 años, no paran de agradecérmelo. Y eso es una experiencia bonita, satisfactoria y muy conmovedora".

Dada su experiencia, una cosa que tiene muy clara el rescatador onubense es la "empatía" que hay que tener hacia las personas rescatadas, que según describe suelen estar muy nerviosas y asustadas. "Hay que cuidarlos, abrigarlos, mimarlos, hablarles mucho y, en definitiva, tener mucha delicadeza con ellos porque, por poco grave que haya sido su situación, lo más habitual es que lo hayan pasado bastante mal".

"¿Qué con que me quedo de todo esto?" responde con mucha seguridad José Antonio a nuestra pregunta con otra pregunta: "pues con la esperanza que nosotros nunca perdimos. Siempre tuve la esperanza de que alguien nos encontraría y nos sacaría de allí, y pensar en ello me da mucho ánimo cuando nosotros buscamos a alguien con dificultades en el mar".

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