El 2004 fue el punto de inflexión, el año del antes y el después. Hasta esa fecha, el lince ibérico fue perdiendo población desde la segunda mitad del siglo pasado hasta quedar prácticamente extinguido. La caza furtiva y la repentina escasez de conejos, afectados por la mixomatosis, dejaron al felino más característico de la península en un punto de no retorno. Pero retornó. Las administraciones públicas llevaron a cabo programas de conservación, desarrollando planes de crías en cautividad. El esfuerzo ha surtido efecto. El número de ejemplares no ha dejado de crecer y la cifra no baja del millar desde 2020.
El censo de linces ha sido de 1.668 ejemplares en 2022, distribuyéndose en un número de 261 en Portugal y de 1.407 en Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía, según los datos que figuran en el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco). La realidad salta a la vista. La recuperación del felino constituye el ejemplo de un éxito colectivo en el que ha destacado el llamado programa de conservación ex-situ que se reparte en cinco centros de cría, tres de ellos localizados en Andalucía: El Acebuche (Huelva), La Olivilla (Jaén) y el Zoobotánico de Jerez. Los criadores vieron nacer 39 cachorros en 2023. El éxito colectivo sigue contando su historia.
Es la cifra que recoge el boletín El Acebuche y Zarza, editado por el Miteco, que ofrece los detalles de la cría y los cuidados del lince cuyos pormenores son propios del estudio experimental de un ser sobrenatural. Desde 2012, los linces recién nacidos en estos centros de cría no han sido inferiores a la treintena, salgo en 2014, año en que fueron 23 los cachorros. Así ha obrado el milagro de la multiplicación de lo linces.
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