AMIGOS IMAGINARIOS | CRÍTICA

¿Qué fue de las criaturas imaginarias olvidadas al crecer?

Fotograma de la película.

Fotograma de la película. / D. S.

Juguetes rotos es una expresión que designa a quienes tuvieron un momento de brillo para después apagarse. Define bien el triste destino de lo que fue importante en la edad en la que priman los sentimientos y la fantasía, con lo que se jugó, se habló y se durmió, para ir perdiendo importancia conforme se crece hasta acabar desechados y olvidados. Desde el desgarrador cuento de Andersen El valiente soldadito de plomo hasta las desventuras de los juguetes abandonados en Toy Story 2 y Toy Story 3 (con el resentido oso Lotso que fue abandonado por la niña para el que había sido su peluche favorito) pasando por la cajita escondida que guardaba los tesoros de un niño en Amelie, y por supuesto sin olvidar Peter Pan, son muchas las historias del triste destino de los juguetes que los niños abandonan cuando llega lo que en la hermosa canción de los hermanos Sherman para La bruja novata que cantaba Angela Lansbury se llama la edad de la incredulidad: "Cuando crees que ya no eres un niño / y cuando al jugar no hay ilusión / viene la edad un poco triste / en que nace la incredulidad. / Cuando en un rincón, dejas los libros / cuyos héroes tú soñaste ser / ya no creerás lo que soñabas".  

De esto -pasando de los juguetes o los libros a los amigos imaginarios que tantas veces tienen que ver con ellos o con los personajes de los tebeos y libros- trata esta simpática y tierna película dirigida por el muy estimable actor, guionista y director John Krasinski tras un sorprendente giro que lo ha llevado de la comedia dramática Los Hollar (2018), aunque en ella, bajo el cierto humor negro, se detectaba la ternura, y de las dos entregas de la sobrecogedora obra maestra de terror Un lugar tranquilo (2018 y 2020), a esta película familiar.

Utilizando actores reales y criaturas digitales presenta a una jovencita (estupenda Cailey Fleming) que tiene el don de ver a los amigos imaginarios que los niños abandonaron al crecer. Ayudada por un vecino (un buen Ryan Reynolds) y apoyada por su abuela (la gran actriz cinematográfica y sobre todo teatral británica Fiona Shaw) con la que vive mientras su padre (el propio John Krasinski) se enfrenta a una enfermedad, buscará niños que adopten a los amigos imaginarios abandonados antes de que, olvidados, desaparezcan. Sumen a estos buenos actores, en la versión original, las voces de Steve Carrel, Emily Blunt, Louis Gossett Jr. (a quien, por fallecer tras el rodaje, se dedica la película), Matt Damon, George Clooney, Sam Rockwell o Bradley Cooper que dan vida a las divertidas y técnicamente perfectas criaturas digitales.

Haber escogido la ternura al borde del ternurismo y el sentimiento al borde del sentimentalismo, sin caer en ellos ni excluir el componente dramático que les da fuerza, dando tan brusco giro a su filmografía tiene su origen -ha contado el director- en las reacciones de sus hijas durante la pandemia, cuando las cosas malas de la vida parecían deshacer toda fantasía. Y aquí ofrece la película su trasfondo más serio: ¿todas las ilusiones, fantasías, ensoñaciones, felicidades y seguridades de la infancia son mentira o contienen realidades que acompañan toda la vida? Pregunta que se puede hacer extensiva a toda obra de ficción. En este trasfondo más serio sí hay lazos que unen esta película a las tres anteriores de Krasinski: la defensa de una familia contra desintegradoras fuerzas que en Los Hollar era la enfermedad, en el díptico Un lugar tranquilo eran los invidentes alienígenas que se guiaban por el oído y aquí es el crecimiento o la adultez de quienes dejan morir sus sueños e ilusiones y con ellos al niño que fueron.    

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