El Fiscal

¿Prensa morada berrenda en rosa?

Los ojos de un nazareno

Los ojos de un nazareno / Antonio Pizarro (Sevilla)

El presidente del Gobierno anunciaba esta semana su retirada hasta mañana lunes, el país entraba en debates y discusiones y, por tanto, emergían las dos Españas. Mientras tanto, en las redes sociales se encendía una discusión sobre el andar de cierto paso de misterio por las declaraciones de un prestigioso capataz. ¿Somos o no maravillosos? El mundo es nuestro, que decían aquellos. Permítanme la reflexión. ¡Somos únicos! Llevamos días, incluidos hasta los de Feria, largando sobre los excesos que sufrimos la pasada Semana Santa. La barrila no cesa ni con una España pendiente de un tipo que ha hecho lo que ninguno de sus antecesores. A lo mejor nuestra forma de ser es nuestra tabla de salvación. ¿Por qué no?

Como el mundillo de las cofradías y sus particulares submundos no son ajenos a nada de cuanto ocurre en la sociedad actual, apreciamos que cierto estilo de periodismo (más bien de activismo) ha arraigado en lo que se conoce como prensa morada. Alguna vez nos hemos preguntado si los medios de comunicación hemos desnudado en exceso la Semana Santa como consecuencia de la aplicación de criterios meramente periodísticos en la elaboración de la información sobre nuestras queridas cofradías. No nos referíamos nunca a una moda emergente: las acusaciones directas, con nombres e imágenes por delante, sobre estilos discutibles en la forma de llevar los pasos, en las interpretaciones de marchas, en las vestimentas de las imágenes, tanto sagradas como secundarias. 

Un cursi de las tertulias políticas diría que se han cruzado 'líneas rojas'. Hemos perdido ciertas cautelas que consideramos que eran y son buenas, hemos desechado ciertas protecciones que eran solo propias de este mundillo y que estaban justificadas por tratar de una religiosidad popular donde se combinan la fe, los sentimientos y la memoria de los que faltan. Una cosa era criticar, por ejemplo, el exceso de plumerío de un soldado romano y otra apuntar directamente a un paso de misterio y afirmar que la escultura va vestida como una cabaretera. Igualmente, no es lo mismo desaprobar excesos evidentes en la coreografía de los costaleros que publicar una suerte de lista negra de pasos en los que los hombres de abajo asumen más protagonismo (circense) del debido. Ítem más. No es lo mismo denunciar que un hermano mayor no debe ofrecer entrevistas vestido de nazareno que dar los nombres, apellidos y fotos de quienes así lo han hecho de forma equivocada, pero seguro que no malintencionada. Por todo esto creemos que el activismo ha entrado en el periodismo... morado. ¿Y berrendo en rosa? Mal nos va si descartamos que las cosas se hacen con buena fe, con la mejor voluntad y con el lógico cariño. Mal también si no partimos de la base de que los excesos lo son por errores de amor, fervor y pasión.  Las acusaciones directas, sin moderación, y con un punto acerado no son recomendables cuando están los pasos con las imágenes en el centro de la diana. 

No se trata de no hacer periodismo, sino de no incurrir en los peores hábitos del activismo político revestido de periodismo. No es conveniente endurecer el estilo cuando se trata de cuestiones en torno a las imágenes sagradas. Denunciar las mamarrachadas es siempre necesario, pero hacer listas de mamarrachos no es adecuado.  Se puede decir todo, pero cuidando más que nunca los enfoques porque se trata de la Semana Santa, no del Congreso de los Diputados, ni de la ejecutiva de un partido, ni tampoco de un encuentro de fútbol de máxima tensión y alto riesgo. 

Nunca antes habíamos visto tantas veces debates con expresiones tan desafortunadas. Y eso que en 25 años hemos denunciado de todo en la gestión de la Semana Santa: cuestiones de subvenciones, protección de marcas y datos, seguridad, la polémica devolución de la recaudación de la carrera oficial de la Semana Santa de 2020, las inmatriculaciones mal hechas... La única limitación que debe haber es el respeto a las imágenes sagradas. Todas. Porque hasta alguna que puede no gustarnos o de la que podemos dudar de su unción sagrada, es seguro que recibe las oraciones de muchos devotos. ¿Hay romanos vestidos como para actuar en el Molinge Rouge de París o para desfilar en el Carnaval de Río de Janeiro? Es probable. Pero quizás se pueda decir sin herir, sin apretar tanto la puya y no por eso perder intensidad en la denuncia. 

No a las listas negras

La Semana Santa sale adelante porque muchos manos la hacen posible. Manos que ponen esmero, amor, paciencia, cariño y dedicación. Manos de personas anónimas que trabajan por la fiesta más hermosa de la ciudad porque así se lo enseñaron sus padres o abuelos. Manos de muchos periodistas, por supuesto, que ponen un valor añadido de tacto y cariño en las informaciones porque saben las especiales singularidades de este mundillo. Como empecemos con las listas negras con alusiones directas a cofradías,  pasos e imágenes no solo estaremos desnudando la fiesta, sino reventándola desde dentro. 

No rompamos cierto encanto, no levantemos en exceso los velos. Respetemos todo lo que hay de canastilla hacia arriba. Y denunciemos, pero sin hacer sangre. Se puede y se debe hacer periodismo de un mundo maravilloso, único y apasionante, pero no a cualquier precio. El problema es quienes se han pasado al activismo no son aficionados, sino personas de las que cabría esperar un criterio más fino. Y eso es triste. Mejor olvidar y seguir esperando al superlunes del sanchismo.