Escuché decir a mi madre que más prefería ella le tuvieran envidia que lástima. Porque la lástima la sufres tú; la envidia, ellos. Al parecer es un tormento antiguo. Desde los albores somos cainitas. Y no hay manera que se solucione sino después de muerto; y vaya usted a saber. Es consorte de la condición humana, y no hay obra, por muy heroica que sea, en la que no aparezca. Una termita que destruye a quien la lleva, tanto como a quien se dirige.

Dicen los hispanistas que la envidia es el vicio nacional de los españoles. Y anda Jerez dentro de la Península. Decía Unamuno: ‘la envidia es la íntima gangrena de la vida española’. Y si el río suena agua lleva. La extrema competitividad y la falta de reconocimiento ajeno han hecho masa madre en este pan cotidiano. De botón de muestra véase cómo se practica, con cuán disimulo teatral, en el campo político o eclesiástico. Pobre de quien alce la cabeza pues habrá de apechugar con las consecuencias: envidiosos por doquier que pretenderán restar méritos a su progreso; y si es próximo más aún; que son los cercanos y de la misma profesión quienes con bífida sonrisa se reconcomerán por dentro.

La chispa de la envidia es así de irracional y tormentosa: desmerecer y desprestigiar a cualquiera que sea singular. No es de extrañar por tanto que los mediocres sean envidiosos e impidan cualquier acción excelente que les deje por debajo. Prebostes y fariseos que, ostentando algún puesto de relumbre, no permiten a nadie miccionar en su territorio sagrado por miedo a ser tomados en menos que el que entra, -como Jesús en el Templo- celosos defensores de su apariencia, que, parapetados en leyes de conveniencia, civiles o canónicas, justifican su ostensible complejo de inferioridad. Dicen de un pescador, vendedor de cangrejos, que los exponía en dos baldes, uno cubierto y otro no. Se acercó una señora preguntando la razón de por qué unos estaban tapados y otros no. – Los tapados son japoneses, le dijo el pescador. Y estos son cangrejos nacionales. La mujer no entendía. El vendedor se dispuso a explicarle: Verá, los cangrejos japoneses se escapan fácilmente. Cuando uno de ellos trata de salir, los demás forman una cadena y le ayudan, hasta que consigue huir. Por eso es necesario ponerle una tapa al cubo.

En cambio, los cangrejos nacionales, en cuanto ven que alguno trata de escapar, lo agarran y lo retienen para que no lo consiga. Un envidioso prefiere no lograr nada, con tal de que los demás no lo logren tampoco. La envidia es un fenómeno psicológico que más problemas y conflictos genera en la sociedad, lo incendia todo y consume en reconcomio al que la lleva. No hay manera de dar contento a quien tolera esta maldad. Por mucho que tenga, más le parece lo del vecino; y así continuamente, siempre mordisqueando el bien ajeno. Como ya he señalado, si esto ocurre entre los de la misma profesión o parentela, todavía peor. La gente envidiosa está frustrada, van tristes y escocidos, como si tuvieran hemorroides en el alma y no les permitiera apaciguar su karma. Andan todos con el deseo descontrolado por lo que poseen otros, y en lugar de gozarse de ello se incomodan y cabrean ¡Tiene perendengues! Es tener la cabeza al revés y andar boca abajo. Y, sin embargo, es la patología emocional más frecuente: gente resentida, envidiosa, celosa y desconfiada. Una especie de maremágnum destructivo que se agarra al pecho y no deja vivir. Una posesión diabólica, vaya, que desea el mal ajeno para sentirse bien ¿Habrá cosa peor que este mal con ausencia de bien alguno? Suele acechar en silencio, como una fiera herida, el triunfo ajeno para compensar el fracaso personal; es así como se hunde en las raíces de cualquiera, hasta desecarle el sentido y la flor de la esperanza.

¿Has sentido dolor a causa de la prosperidad de los otros? De ser así, tienes envidia. Exorcízate o vete a un psiquiatra que ponga equilibrio químico entre la serotonia y el cortisol. Pero sobre todo déjanos en paz. Huye de aquí y, si es posible, hasta de ti mismo ¡insoportable ser de lobregueces! Hay gente así, caterva de condición que mancha cuanto ve y toca. Actores del visillo que envidian todo y persiguen a cualquiera que triunfe en lo que ellos son ineptos. Un envidioso es incapaz de ser caritativo, es malicioso, injusto, hostil y actúa con resentimiento. Imagina por un momento que un ejemplar así tuviera responsabilidades espirituales en la Iglesia ¿cómo distinguirlo de Luzbel? Tendría envidia hasta del verdadero culto que se le profesa al Santísimo y no a él. ¿Acaso no es esto mismo lo que le ocurrió al ángel caído? La envidio dio con él ad inferos. La antigua Iglesia situó a la envidia como pecado capital y quiso representarla en el demonio, tal como podemos descubrirlo, por ejemplo, en la Iglesia de San Miguel, en donde, casi sin darnos cuenta, preside uno de los más bellos retablos de la ciudad.

Envidia me da ver al maligno tan bellamente personificado, que pareciera haberse concebido más para ser virtud que caída. Quizá como la envidia misma, que juega a querer tener lo que siempre anhela y le es imposible conseguir. Envidia, el mal de ojo que decían en la época de nuestros abuelos. Hay días, sin embargo, que siento ‘envidia de la buena’.

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