Calle Rioja

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Más del Capitán Trueno
que de Alatriste

Secretos. Los escritores Salvador Compán, José María Conget y Juan Villa se ‘desnudan’ en el Colegio Notarial para contar cómo eligen los escenarios y los personajes de sus novelas

Encuentro de los tres escritores en el Colegio de Notarios.

Encuentro de los tres escritores en el Colegio de Notarios. / josé luis montero

La palabra que más veces se pronunció fue Yoknapatawpha, con todas sus letras. El universo de William Faulkner, que recibe el Nobel de Literatura el año que nace Salvador Compán (Úbeda, 1949), y un año después del que viene al mundo José María Conget (Zaragoza, 1948). Cuando nace Juan Villa (Almonte, 1954) ya se lo han dado a Hemingway en la misma década que lo recibieron Juan Ramón Jiménez y Albert Camus. Referentes literarios, morales y humanísticos de esta terna de escritores (y amigos, rara avis) convocados por Pachi Aranguren para hablar en el colegio Notarial de Andalucía de su oficio, sus secretos, sus métodos. Con un epígrafe tan atractivo como polisémico: “Así se escribe la historia”.

En cierta forma, se desnudaron para mostrar sus vergüenzas literarias. El Yoknapatawpha de Juan Villa está muy claro. “Yo no me inventado nada, a mí me lo han contado. ¿Por qué he escrito seis novelas y estoy escribiendo la séptima?”, dice el autor almonteño. Menos poesía, Conget ha escrito de todo. “Siempre he escrito a mano. Mi mujer (Maribel) me lo pasaba a limpio y a máquina en una máquina de escribir que era de mi padre”. Conget siempre ha escrito de o sobre ciudades en las que ha vivido, que han sido unas cuantas (Londres, París, Lima… y Sevilla, parafraseando a Manuel Machado). Salvador Compán, para no herir susceptibilidades, se inventó en su última novela, Daza, una ciudad que tiene las últimas sílabas de su Úbeda natal (fue compañero de curso de Joaquín Sabina) y de la vecina Baeza.

Juan Villa es un novelista tardío. La primera la publicó con 50 años. Nació el año de la nevada de 1954 y en ese contexto escribió un Bocaccio de historias marismeñas. El lector es un misterio. “Como tengo muy pocos, pienso en mis amigos”, bromea Conget. Juan Villa dice que algunos de sus lectores presumían de conocer al personaje real de su novela y al ficticio. “Hay un personaje que sale en seis de mis novelas y un lector me dijo que era su abuelo”. El lector y el compromiso. Palabra que Conget asocia con el cine de Ken Loach y las novelas de Almudena Grandes y Compán con el predicamento de que gozaron en tiempos Sartre y Camus, que era como el Simon & Garfunkel de la gauche divine.

Compán y Conget aparecen juntos por orden alfabético en la reedición de El rock de la calle Feria, novela cuyo autor, Francisco Gallardo, también se pasó por este encuentro entre escritores en el ámbito de las escrituras notariales. Pachi Aranguren iba sacando asuntos. ¿Y los personajes? “Es mentira que cobran vida propia, que hacen lo que les da la gana”, dice Conget. A veces se rebelan. “Yo empecé en París una novela, La bella cubana, que la dejé al cuarto capítulo y la acabé doce años después”. Para Compán, “la novela no es un divertimento sin más, son palabras mayores. La realidad es tan injusta que no hay que hacer moral sobre ella, basta con mostrarla”.

Salen personajes de novela: Sherlock Holmes, don Quijote, Pijoaparte, Alatriste. “Lo de Alatriste no es tan difícil”, dice Conget, que no se casa con nadie, salvo con quien le pasaba a limpio y a máquina su ilegible letra que germinaba en maravillas como La mujer que vigila los Vermeer. Discrepa con su amigo Compán cuando éste habla de Jesucristo como “modelo de personaje plano”. “Y no soy cristiano”. Lo más cerca que estuvo es cuando la Enciclopedia de las Letras Argonesas acompañó su reseña biográfica con una foto de su tío, el obispo José María Conget. “Me llamó Borau para decírmelo. Me dijo que me habían sacado muy mayor”.

La literatura goza de un buen futuro. En primera fila, impertérrita, la nieta de Juan Villa, el novelista almonteño. En la sala, la referencia a la nieta de Conget. “Mis influencias fueron los cuentos infantiles y El Capitán Trueno. De niño yo le contaba cuentos a mis hermanos antes de dormir. Le he contado cuentos a mi mujer, a mis hijos. Mi nieta ya no se deja”.

Salvador Compán fue finalista del premio Planeta el año 2000 con Cuaderno de viaje. Lo ganó Maruja Torres y el fallo del jurado se conoció el día que un comando etarra asesinó al doctor Muñoz Cariñanos en su consulta de la calle Jesús del Gran Poder, a pocos metros del Colegio Notarial. La vanidad va en el oficio. “Ningún escritor se salva de la vanidad”, dice Conget. Compán apunta que en el caso del novelista “el escaparate lo multiplica”.

Los tres reivindican la figura del escritor-ciudadano. “Se supone que un escritor es un intelectual al que le preguntan en el televisor por el cambio climático. Yo sólo sé de tebeos”, dice Conget. El más cercano a esa metamorfosis algo kafkiana es por el medio en el que vive y novela Juan Villa. “Con una de mis novelas hicimos un recorrido y me preguntaban por el lugar exacto de un eucalipto que aparece en la historia. No existe en realidad, pero me lo han preguntado tantas veces que me tuve que inventar un eucalipto”.

Compán, a diferencia de Conget, sí cultiva la poesía. Uno de sus libros lo presentó en este mismo Colegio Notarial. Es de una tierra pródiga en escritores (Muñoz Molina, Sabina, Arsenio Moreno), que para curarse en salud le ha cambiado el nombre, como hizo el antropólogo británico Julian Pitt-Rivers en su estudio pionero sobre Grazalema, a la que llamó Alcalá de la Sierra.

Así se escribe la historia. El título sugerido por Pachi Aranguren no deja de ser un alegato contra la novela histórica, una de las plagas de las librerías junto a la autoficción, “es normal, la realidad está de moda”. Compán tildó de banal el mundo onírico creado por Faulkner, lo cual consideró Conget un sacrilegio. “Es el padre de García Márquez, de Benet”. Compán terminó quitándose el sombrero. El que seguro que tiene Juan Villa, que no sólo creó un personaje que uno de sus lectores ha confundido con su abuelo sino que en un acercamiento literario a los poblados de colonización, esa maravilla donde se hermanan la tradición y la vanguardia, el franquismo y la transgresión, ha creado un espacio literario llamado el Majadal. Encuentro en Yoknapatawpha (Tierra Dividida), que recordaba la broma de José Luis Cuerda en Amanece que no es poco cuando una pareja de la Guardia Civil detiene a un hombre que había plagiado a Faulkner.

Salvador Compán viaja en su último proyecto entre Úbeda y Baeza, territorio renacentista de Juan de Vandelvira; Juan Villa prosigue con su séptima novela; y José María Conget presume que está con la última, “de hecho la he titulado Adiós”.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios