Tribuna

Alberto Hernández Gainza

Profesor de la UGR (Fisicoquímica)

Discapacidad: igualdad y libertad

Discapacidad: igualdad y libertad

Discapacidad: igualdad y libertad / Rosell

Un viejo aserto dice: Dios perdona siempre, los hombres algunas veces, la naturaleza no perdona nunca. La ciencia es la lucha del hombre contra la naturaleza en un intento de hacerla menos terrible. De enfermedades sin esperanza, el avance continuo de la tecnología va discurriendo remedios, que parecen  poner, al alcance de la mano, la inserción laboral y social de personas severamente discapacitadas (ceguera, sordera, paraplejia, enfermedades raras, etc.), mejorando, notablemente, su calidad de vida y su libertad. La libertad es la búsqueda del equilibrio del ser humano con el medio físico natural y con el entorno social. La ciencia intenta mejorar el primer equilibrio y la política, el segundo. Ciencia y política serán las que ayudarán a estas personas a encontrar el camino de la libertad. La principal luz para los discapacitados proviene de sus asociaciones, que les prestan servicios, y les adiestran en las tecnologías inclusivas, ofreciéndoles un trabajo, dentro de su asociación, ajustado solo para ellos, lo que facilita la igualdad con los otros ciudadanos. Además, las instituciones, elaboran ajustes laborales personalizados y crean protocolos de prevención y lucha contra el acoso, para fomentar, también, el trabajo fuera de sus asociaciones. Pero esto último, pocas veces sucede, por lo que la inserción real es todavía rebelde. El trabajo dentro de su asociación que, normalmente, realiza el discapacitado es el que sus circunstancias le han impuesto, no el que él ha elegido libremente; por tanto, se está más cerca de la igualdad que de la libertad. Intentaremos entender las causas de esto y sus posibles mejoras, así como, comprender como el entorno laboral y social interacciona con la persona severamente discapacitada, y como esta interacción, puede iluminar el camino  de la libertad. 

La presencia del discapacitado severo, en un ambiente laboral competitivo, evidencia la existencia de condiciones incurables, que causan estragos, y que invitan a los espectadores, a tomar conciencia de la realidad humana y aceptar la vida con coraje y valentía. El observador ve al discapacitado, como a una persona que, se opone a su destino que mina su libertad y amenaza con aplastarlo, con voluntad activa de superación. Esta lucha aparenta ser inestable porque de ninguna forma está decidido, ni se conoce, si éste, logrará, o no, mantener su inserción. Pero, oponerse al destino y no ser lo que tus circunstancias determinan, no es sino el principio de la libertad. Así, el observador puede comprender que el camino de la libertad supone enfrentarse, continuamente, y no ceder, a los desafíos y a los retos de la vida, con azaroso e incierto resultado. Una parte de la simpatía que el gran discapacitado puede despertar en las personas que lo rodean, se debe a que él es un ejemplo palmario y único, de lo que puede significar la lucha por la libertad, e induce a quienes lo observan a también, luchar por la propia libertad con determinación y valentía. El famoso físico Hawking, sería un buen ejemplo. A mi juicio, lo que le hace legendario, no es su excelencia como astrofísico, lograda con su grave padecimiento sino, su impresionante lucha por la vida y la libertad dentro de un mundo en paz y democracia. Esa lucha nos inspira a todos y nos invita a mirar la discapacidad severa, más en clave de libertad que, de invalidez, incapacidad o dependencia.     

Al camino de la libertad que ahora se le abre al gran discapacitado, se le opone la irracional costumbre, largamente mantenida, de la exclusión que, inadvertidamente, guía nuestro comportamiento. El discapacitado que, no es inmune a la dinámica del inconsciente, se autoexcluye en cuanto se da cuenta de que es diferente de los demás y de que, además, se le nota, como ocurre en los casos severos, aquí considerados. Entonces, abrumado, normalmente, buscará el apoyo de su asociación, con la que, previsiblemente, podrá llegar a trabajar. Pocas veces, trabajará en un medio laboral competitivo, donde los prejuicios, pueden dificultar su inserción o aceptación entre sus compañeros. Estos pensarán y comentarán su extrañeza de que una persona en esas condiciones esté trabajando con ellos, que le puede caer su trabajo a otros, etc. Sin embargo, Lo normal es que terminen por tomar conciencia de sus prejuicios, y que lleguen a aceptar y normalizar esa situación. Pero, quizás alguno, mediante falacias, se aferre a la inercia del pasado y, se niegue a dar su convalidación. Si esta persona tiene prestigio dentro del grupo, fácilmente, conseguirá que los demás se abstengan y que, a veces, se pueda llegar a tomar por costumbre, eliminar la comprensión, distorsionar la realidad y anular los derechos del discapacitado, perpetuando su invalidación y su dolor. Si esto progresa, inadvertidamente para muchos, se puede instaurar una continua conducta de discriminación y acoso o maltrato, que tiene por objeto provocar el desajuste y la exclusión laboral. Esta situación podría durar mucho tiempo cuando el discapacitado se resiste y no hay un protocolo institucional frente al acoso. La genuina personalidad del acosador, que vulnera derechos, crea o favorece continuamente un ambiente hostil o intimidatorio en torno a un  discapacitado, se caracteriza por baja empatía y por estar en continua rivalidad y competencia con los demás, sobre todo porque no los comprende emocionalmente. Esto le produce miedo, por lo que guiado por su instinto, rivaliza con el discapacitado, porque visceralmente, lo ve en desventaja y cree que lo podrá excluir fácilmente. Por esto, cuando éste se resiste, se ceba con él, entrando en la máxima irracionalidad (insultos, falsas denuncias, discriminaciones palpables, etc.); coartando o destrozando su libertad y dignidad. Solo la posibilidad de un castigo lo puede detener. Pienso que la implantación de una justicia rápida y especializada para las denuncias por maltrato aplicable a las discapacidades severas, probablemente, podría mejorar su presencia laboral, todavía casi inexistente o fugaz. 

El riesgo de maltrato lo favorece la preexistencia de la tendencia a la irracional exclusión, motivada por herencia o costumbre, presente también en las mujeres, quienes además, si son discapacitadas, tienen un peligro mucho mayor. Así pues, la toma de conciencia de prejuicios y discriminaciones en el sexo femenino está más avanzada que en la discapacidad, por lo que similares protocolos de justicia especializada, paridad, empoderamiento, etc., seguidos con las mujeres, deberían seguirse, también, para las personas severamente discapacitadas.  Esta tendencia a la  exclusión puede provenir de nuestro mundo antiguo, todavía no superado, lleno de escaseces y constituido por grupos o países pequeños que se sienten amenazados, y rodeados de enemigos, donde se valora más la supervivencia del país que la del propio individuo. Esto puede llevar al sacrificio del débil o del que alguien pueda considerar una carga. Cruel práctica, concebida desde el miedo. Son ejemplos de estas conductas, particularmente terribles, la espartana en la Grecia antigua y el holocausto nazi. En un mundo global, grande, democrático y seguro, como nuestra Europa, las decisiones se pueden tomar desde la libertad, no desde el miedo; y el equilibrio de la libertad sucede dentro de una gran diversidad, que incluiría a las personas severamente discapacitadas. La irracional exclusión en nuestro mundo global no es sino una regresión, un viaje a lo más oscuro del pasado, que no consigue superarse y, que en el fondo, amenaza la libertad de todos. La inclusión es el único camino a la libertad, transformadora del mundo y fin supremo de la democracia.

Finalmente, la idea y práctica de la inclusión real empieza con la educación de los jóvenes, en todos los niveles y edades porque, esto les ayudará a aliviar sufrimientos y a encontrar el camino de la libertad, fines fundamentales del conocimiento y de la educación, tal como los concibieron sus descubridores. En la Universidad, se debe fomentar y desarrollar la creación de todo tipo de planteamientos y tecnologías inclusivas, incorporando asignaturas específicas. Por otro  lado, laboralmente, deben invalidarse los prejuicios de incompetencia y de exclusión y hay que asegurarse de que los ajustes laborales se cumplen, y de que no hay acoso. Por último, el discapacitado severo debería tener un estímulo retributivo ya que puede ser más rentable darse de baja o incapacitarse que seguir trabajando. Estos esfuerzos valdrán la pena porque como toda inversión en personas, nos reportarán beneficios que superarán nuestras expectativas.

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