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'La niña de la Manoli', canción triste (y tierna) de la Macarena

Un momento de la presentación de 'La niña de la Manoli', que ya ha alcanzado su segunda edición

Un momento de la presentación de 'La niña de la Manoli', que ya ha alcanzado su segunda edición / D.S.

Las cosas han cambiado en la zona Pumarejo, hay menos camellos y los que hay se han pasado al polvo, ya casi no se vende hachís. Dispersos por la zona venden los pequeños camellos que emplean en los Polígonos y Tres Mil Viviendas: Rafael de la Muerte, las ventanas de San Marcos, los Papelinos, el Pavo, el Pocaslibras, sociedades como las del Balines con los Rosauros, los Mordía, los Niebla… De este último clan, de esta familia citada por Fernando Mansilla en este párrafo de su grandioso libro Canijo, formaba parte Manoli Niebla, protagonista de este otro libro que acaba de presentarse y ya está en su segunda edición, La niña de la Manoli (Platero Editorial, 2024), en la que su hija Rocío Niebla cuenta y Juan de Dios Ibáñez escribe los generosos recuerdos de una infancia pobre y dolorosa; un trabajo extraordinario en el que entre los dos recuperan mágicamente el amor, la dignidad y el humor de esa infancia de tristeza y pérdida.

La familia paterna de Rocío nunca formó parte de su vida, desde que con apenas tres años fue testigo de cómo su padre y su abuelo paterno casi matan de un tiro de escopeta a su tío Miguel Niebla. Su única luz de guía, brillante a veces, más apagada muchas otras, fue la de su madre, la Manoli, una mujer de intensas emociones y determinación que mantuvo unida a su familia a través de terribles dificultades y un entorno azotado por la heroína. Durante dos años de intercambio de whatsapps diarios, Juande ha dado forma a una historia que redime el dolor de los primeros años de Rocío con ingenio, compasión y gracia, escrita en una prosa pictórica y táctil; lírica pero aguda, ingeniosa, en la que no hay rastro de amargura o resentimiento, aunque hay muchas cosas sobre las que unos escritores menos generosos bien podrían juzgar. De hecho, la niñez de Rocío es una epopeya de aflicción y sus propios familiares forman una galería dickensiana de personajes que, por más terribles y negligentes que pudieran ser, también propiciaron momentos desgarradoramente tiernos. “Al principio tuve miedo; no sabía como iba a reaccionar mi familia. Pero a medida que me iban dando su opinión me quedé tranquila. Incluso mi tía Ángela me ayudó mucho resolviéndome dudas que mi memoria no llegaba a alcanzar”, reconocía Rocío en uno de los momentos de la presentación del libro, que tuvo lugar en el Espacio Vacío de la plaza del Pelícano, totalmente lleno de un público que contaba con la presencia de toda su familia respaldándola.

"Quería que el libro fuese un homenaje a la infancia. Todos hemos sido niños". Dice Ibáñez

Koki Sánchez, actriz y chirigotera gaditana, también prologuista del libro, fue la maestra de ceremonias de esta presentación, en la que además de los dos autores estuvo presente Rosa Núñez, que ha publicado La niña de la Manoli a través del sello CoolBooks de su editorial. En su intervención reconoció que este libro le impactó desde el principio por el tema que trata, “duro, pero mostrado bajo el prisma de la ternura y la inocencia de una niña, que aun en ese drama que está viviendo, no deja de amar a su madre y a las personas que la rodean”. La editora tuvo también hermosas palabras para Juande. “Tiene una pluma maestra. Su narración te atrapa desde que comienza con esa muerte impactante y te va arrancando lágrimas, sonrisas, pena, angustia, ternura, inquietud, un montón de sentimientos con los que el escritor ha hecho un trabajo impecable; no sobra ni una coma, ni una metáfora, ni una comparación; ni siquiera sobra una palabrota”. Rocío, por su parte, le agradeció “que haya convertido una historia de adversidades y penurias en una novela endulzada, intensa, ingeniosa y llena de amor, sin restarle verdad a como fue mi vida”.

Juan de Dios Ibáñez nació en Murcia en 1980, pero se ha criado en Sevilla desde los diez años. A los veinte se dedicó al teatro, escribiendo, dirigiendo y actuando en cuatro montajes, con una compañía que no logró sobrevivir a la crisis cultural de 2010 y tuvo que reinventarse a través de otro tipo de trabajos no relacionados con el arte. En 2020 publicó otro libro, Jamelgo, una historia de narcotraficantes y ciencia ficción, anterior a este de La niña de la Manoli, del que nada más empezarlo a leer me impresionó esta frase: Debe ser muy duro vivir pensando en que lo único que puedes ofrecerle a tu hija son maneras de hacerse daño. “Como padre me parecía muy duro saber que solo puedo hacerle daño a alguien tan cerca de mí y no sería capaz de soportarlo”, me confesó cuando se la cité. “En esa espiral de droga me imaginé que la madre debía ser una persona atormentada. A mí me atormentaría saber que no voy a estar a la altura como padre”. Juande piensa en lo tremendamente injusto de la situación para una hija. “Quería que el libro fuese un homenaje a la infancia en general; un homenaje a todos, porque todos hemos sido niños”.

Juan de Dios Ibáñez y Rocío Niebla Juan de Dios Ibáñez y Rocío Niebla

Juan de Dios Ibáñez y Rocío Niebla / D.S.

El libro no surgió al principio tal como ha terminado siendo; comenzó como una especie de thriller parecido a Grupo 7, según su autor, “pero conforme Rocío me iba contando lo que yo había pensado perdía sentido, hasta que le dije que íbamos a contarlo en primera persona y a partir de ahí cambió todo”. Tanto la película de Alberto Rodríguez como el libro de Mansilla que citaba al principio son referentes clarísimos de La niña de la Manoli, pero Rosa Núñez le encontraba otro aún más claro, aunque más lejano. “Me recuerda mucho a Las cenizas de Ángela, obra con la que Frank McCourt consiguió el Pulitzer, describiendo su niñez en Irlanda durante la hambruna de los años 30 y 40; salvando las distancias, Sevilla, la Macarena, los años 80 y 90, tienen un punto en común muy grande: las desgracias a que estaba sometido ese niño con una familia que tampoco era un dechado de perfecciones, pasando hambre, frío, calor. El amor con que ese niño idolatraba a su madre es igual que el de Rocío; todo el libro es un canto a su madre. En el título no está el nombre de McCourt, sino el de su madre, Ángela, igual que aquí Rocío le da el honor a su madre, la Manoli. En todo él se ve que la felicidad que encontró en los momentos que estaba con su madre ha sobrevivido a cualquier otra circunstancia dura que haya podido pasar. Un testimonio viviente; un milagro que Rocío haya sobrevivido, que ahora sea también madre, con un trabajo fijo, integrada en la sociedad”.

Olía mucho a azahar cuando sufrimos una redada. La segunda en un mes. Por este motivo yo me encontraba aquella mañana con mi primo Enrique, que al ver a los policías entrar bajó corriendo, me montó en su bici y pedaleó lo más rápido que pudo para sacarme de allí. Decía que no quería que viera esas cosas. Pero Rocío Niebla llegó a ver otras muchas, que recordadas ahora conforman la cara más luminosa, contraste de aquella otra más oscura que pintaba Canijo, de la Sevilla tintada de soledad y violencia en los últimos años 80 y primeros 90.

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