Mujer y Salud

  • La mayor esperanza de vida de la mujer española condiciona los tres tipos de fuentes presentes en la descripción de la soledad no deseada: soledad social, soledad emocional y soledad existencial

La soledad no deseada

El 38,3% de las mujeres de entre 80 y 84 años afirma tener sentimientos de soledad no deseada. El 38,3% de las mujeres de entre 80 y 84 años afirma tener sentimientos de soledad no deseada.

El 38,3% de las mujeres de entre 80 y 84 años afirma tener sentimientos de soledad no deseada. / Julio González

La soledad no deseada es el sentimiento negativo que aparece cuando las personas sienten carencias en sus relaciones, bien porque las perciben como insuficientes o no son de la calidad o intensidad para ofrecerles el apoyo emocional que desearían.

La soledad no deseada no se escoge, se impone a pesar de nuestra voluntad y perdura en el tiempo, se esconde porque cuesta mucho reconocerla y se oculta porque está estigmatizada al revelar que no contamos con el apoyo familiar o social esperado. Así lo constatan en el Consejo General de Psicología de España, afirmando que es muy difícil objetivarla porque además, en muchas ocasiones, se naturaliza como un hecho asociado al envejecimiento.

Sin embargo, la soledad no deseada afecta a todas las etapas de la vida, desde la infancia hasta la senectud, a raíz de experiencias vitales relacionadas con pérdidas como la muerte de un ser querido, desempleo, rupturas, situaciones de dependencia o vitales estresantes, y en otras ocasiones de forma más insidiosa e invisible. En un ámbito urbano, que pueda favorecer el anonimato y la invisibilidad, dificultar la creación o conservación de vínculos interpersonales sólidos y la relación con las personas de nuestro entorno; o en ámbito rural ante distanciamientos o poblaciones envejecidas y vaciadas. En los dos ámbitos, con un creciente número de viviendas donde solo residen parejas sin hijos o personas solas.

Aunque la soledad como sentimiento no deja de ser una herramienta emocional adaptativa, que alerta a la persona sobre algún aspecto de sus relaciones o de las actividades que realiza y que no logran llenar ese vacío existencial, para poner en marcha mecanismos cognitivos, emocionales o conductuales que le hagan frente, cuando no logramos combatirlo y este sentimiento se perpetúa supone una fuente de sufrimiento, limita el derecho de participación en la sociedad y ocasiona efectos deletéreos sobre nuestra salud física, psicológica y social.

En los últimos años, se han publicado numerosos estudios científicos que muestran el impacto que la soledad no deseada tiene sobre la salud de las personas. Se asocia a peor percepción del estado de salud general, mayor mortalidad por todas las causas incluido el suicidio, mayor riesgo de hipertensión arterial y de sufrir enfermedades coronarias, problemas de salud mental (depresión), así como una mayor probabilidad de adoptar conductas insalubres como tabaquismo, mala higiene del sueño, sedentarismo, obesidad o malnutrición.

La soledad no deseada constituye un problema social de importancia creciente en sociedades europeas como la española. Según un reciente informe del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada (SoledadES) de la Fundación ONCE, el 13,4% de las personas sufren soledad no deseada (datos del 2023), afectando más a mujeres (14,8%) que a hombres (12,1%). Este sentimiento es más prevalente en las personas con discapacidad (23 %), los adolescentes, jóvenes y personas mayores. Otros grupos especialmente susceptibles son las personas cuidadoras, inmigrantes o personas retornadas. Las personas en soledad no deseada llevan aproximadamente 6 años en esta situación y el 22,9% se sienten solas durante todo el día.

Recientemente, SoledadES ha presentado El coste de la soledad no deseada en España, un estudio inédito con el objetivo de estimar los costes que la desatención de la soledad no deseada supone para nuestro país. Si nos referimos a costes sociales, cuando deriva en depresiones, agrava enfermedades crónicas o requiere asistencia en domicilio, se estima que la soledad no deseada supone unos gastos anuales por frecuentación de los servicios sanitarios de 5.605 millones de euros y por consumo de medicamentos de 495 millones de euros. Por otra parte, la soledad no deseada puede afectar nuestra productividad por disminución del tiempo de trabajo y muertes prematuras, estimándose pérdidas anuales de más de 8.000 millones de euros.

Además, aunque sea una dimensión de difícil medida, se han calculado los costes intangibles como reducción de la calidad de vida provocada por el sufrimiento físico y emocional que ocasiona esta soledad. Por este motivo, cada año se pierden en nuestro país más de 1 millón de años de vida disfrutando de plena salud.

Su magnitud, evolución y efectos en la salud ha llevado a considerar este fenómeno como un importante problema de salud pública. Estamos ante un reto social y político de primer orden que ha llevado a organismos internacionales y españoles a elaborar programas de transformación social que favorezcan las redes de apoyo y cuidados de larga duración, que prevengan situaciones de riesgo, eviten las consecuencias devastadoras de la soledad no deseada, retrase o evite la institucionalización y potencie la desinstitucionalización de las personas.

Hasta fechas recientes, la intervención sobre la soledad no deseada se ha centrado casi exclusivamente en población mayor, hasta el punto de que se ha asociado la soledad no deseada a una característica del envejecimiento. Sin embargo, estudios epidemiológicos recientes muestran la importancia que este fenómeno tiene en otras etapas del ciclo vital, tanto por su prevalencia, su impacto en la salud aún en jóvenes, como por las diferentes características de la soledad en las diferentes etapas de la vida, exigiendo intervenciones específicas adaptadas a las distintas necesidades.

Soledad no deseada y mujer

En un estudio nacional realizado en 2021, la prevalencia de soledad en las mujeres respecto a los hombres se presenta de forma más estable a lo largo de toda la vida, con ligeros picos de alrededor del 30% a los 25-29 años, 50-54 años y 70-74 años, para aumentar considerablemente entre las mujeres de 80 a 84 años, momento en que el 38,3% declaraba tener sentimientos de soledad no deseada, llegando al 42,5% entre las mujeres de 85 y más años.

Por su visibilidad, es habitual que nuestra imagen de la persona usuaria de un servicio de acompañamiento en soledad no deseada suela ser una mujer, mayor de 80 años, viuda, con problemas de movilidad, que vive sola y se siente sola. No obstante, la soledad no deseada en la mujer no responde a una única imagen simplista o puede permanecer oculta en otras edades preseniles, recogiendo una gran complejidad dependiendo del tipo de soledad que experimentan.

Centrándonos en las mujeres de edad avanzada, probablemente la mayor esperanza de vida de la mujer española condiciona los tres tipos de fuentes presentes en la descripción de la soledad no deseada: soledad social, soledad emocional y soledad existencial. En edades avanzadas, la pérdida de red social, los cambios en el vecindario de proximidad y los problemas de movilidad , entre otros, son factores que precipitan la sensación de soledad social, dificultando la socialización y participación en actividades que interesan a la persona.

El segundo tipo de soledad, la emocional, acontece frecuentemente tras la pérdida de las personas íntimas y cercanas a la persona mayor, de las que dependía un apoyo emocional importante. La pérdida de la pareja debido a su fallecimiento y la vivencia de la viudedad es un duelo que precipita la soledad no deseada en mujeres mayores, sobre todo en los 3 primeros años.

Finalmente, aunque a edades avanzadas no se considere a priori un factor determinante de la sensación de soledad, la preservación de un envejecimiento satisfactorio exige mantener un proyecto vital motivador. La pérdida de este proyecto en la mujer mayor ocasiona que surja el tercer factor: la soledad existencial. Por encima de este envejecimiento satisfactorio, la pérdida del rol del cuidado tras el fallecimiento o institucionalización de la persona afectada cercana, acaba con el eje que apoyaba muchas de las relaciones sociales y familiares de la mujer cuidadora. Esta pérdida del rol junto a la sobrecarga del cuidado pasa factura, desaparece del horizonte su implicación en cuidados futuros y surge la incertidumbre de quién cuidará de ellas llegado el momento en que sean las que precisen atención.

Los hombres manifiestan una soledad más social, añoran relaciones, ayuda, tener con quién compartir, mientras que las mujeres mayores reconocen mejor su soledad y además de la parte social, muestran una experiencia emocional asociada más compleja y se asocia en mayor medida a sentimientos de vacío y abandono.

Precisamente esta complejidad de soledades en la mujer mayor sumado a la ocultación por temor a preocupar a los hijos o a exponerlo socialmente, dificulta el diseño de programas preventivos o estrategias acordes a las diferentes necesidades que la persona mayor tiene en su círculo social.

Es crucial, dado el alto coste en todos los aspectos y el modelo de vida imperante, avanzar hacia un modelo familiar, comunitario y político que sea sensible a este reto demográfico y social, que centrado en la persona que se siente sola y basado en la escucha de la población diana de las intervenciones, tome decisiones desde las mujeres, desde sus hogares, que alivien y permitan seguir disfrutando del apoyo emocional cercano y comprometido que les haga sentirse acompañadas y útiles para su entorno próximo.

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