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Las mujeres que sufren un infarto tardan una hora más en ser atendidas

  • La tesis doctoral de Julia Bolívar pone de manifiesto cómo la invisibilidad de las mujeres en la investigación biomédica ha provocado que se hayan ignorado los síntomas y factores de riesgo de sus enfermedades cardiovasculares.

Las mujeres sufren enfermedades cardiovasculares y la letalidad de los infartos que padecen es mayor, pero son casi invisibles. Sus síntomas y perfiles de riesgo han sido tradicionalmente menospreciados y hasta atribuidos a factores emocionales, cuestiones que explican por qué tardan hasta una hora más en pedir y recibir ayuda cuando sufren un infarto.

Todas las alarmas se disparan cuando un hombre acude a un centro sanitario con dolor en el brazo izquierdo. Sin embargo, si una mujer explica que sufre dolor en la mandíbula, náuseas y molestias abdominales pocas veces será tratada como una paciente a punto de sufrir un infarto agudo de miocardio, a pesar de que estos son síntomas comunes en las enfermas.

La socióloga por la Universidad de Granada y técnica de la Escuela Andaluza de Salud Pública, Julia Bolívar Muñoz acaba de leer su tesis sobre La búsqueda de ayuda en hombres y mujeres con síndrome coronario agudo: un estudio desde la perspectiva de género y la desigualdad social, codirigida por la antropóloga Nuria Romo en el Instituto de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada. En esta investigación explica, por una parte, cómo históricamente las enfermedades cardiovasculares se han considerado propias de hombres e, incluso, de individuos de clases sociales pudientes sometidos a fuertes ritmos de estrés profesional. Desde esa perspectiva las mujeres “estaban protegidas puesto que estaban fuera de las esferas públicas de la economía competitiva y lejos de adoptar los comportamientos responsables de la enfermedad”.

Recoge Julia Bolívar que no fue hasta los años 70 del siglo XX cuando se puso de manifiesto por primera vez que la mortalidad de las mujeres es mayor en caso de infarto y todavía tuvieron que pasar otros 20 años antes de que la Asociación Americana del Corazón impartiera las primeras recomendaciones clínicas para la prevención de las enfermedades cardiovasculares en las mujeres.

En España, obviamente, todo fue mucho más lento. Hasta 2000 las mujeres eran invisibles en las investigaciones cardiovasculares y no fue hasta 2008 cuando se publicó el primer estudio que recogía cómo afectaban estas enfermedades en la población femenina. Por primera vez se reconocía que “las diferencias en el manejo diagnóstico y terapéutico han resultado ser, en general, desfavorables para las mujeres, lo que puede justificar los peores resultados y mayor letalidad para las mujeres”, subraya en su tesis doctoral Julia Bolívar, quien también pone el acento en cómo las diferencias biológicas se han utilizado para mantener “la desigualdad social” y por ejemplo atribuir a cuestiones psicosomáticas las quejas procedentes de las mujeres que sufrían los síntomas de un infarto.

No incluir a las mujeres en los estudios las hizo invisibles, por lo que la sintomatología de los hombres se convirtió en “referente o norma de manifestación de la enfermedad”, especialmente el dolor opresivo y constante en el pecho que irradia hacia los brazos, en especial el izquierdo. Sin embargo, en las mujeres los dolores “pericordiales que acompañan al infarto o lo preceden irradian más hacia las mandíbulas y no hacia el brazo izquierdo”, al tiempo que también presentan náuseas, vómitos, molestias abdominales, fatiga y disnea.

Incluso los factores de riesgo tradicionales (tabaquismo, alcohol e hipertensión) dan respuesta a la enfermedad tal y como la sufren los hombres y no tiene en cuenta otros aspectos específicos de la población femenina como la diabetes y la obesidad.

La exclusión de la mujer de los estudios científicos sobre enfermedades cardiovasculares no sólo hace que sus síntomas sean peor apreciados en los centros sanitarios, sino que ella misma suele darle menos importancia, circunstancia que se alía estratégicamente con otros factores sociales para que, en definitiva, la reacción ante un infarto sea peor que en los hombres.

La investigación que Julia Bolívar ha realizado en los hospitales andaluces se basa en datos de cerca de 22.000 pacientes y en 1.400 entrevistas enfermos. La información recopilada pone de manifiesto que la mujer que sufre un infarto tarda 54 minutos más que el hombre en pedir auxilio, 58 minutos más en solicitar asistencia sanitaria, 54 minutos más en recibirla y tarda 49 minutos más que un hombre en llegar al hospital.

¿Por qué esa demora frente al hombre? Las mujeres tienden a restarle importancia al malestar o dolor que sienten, aguantan para no alarmar y pretenden seguir realizando sus tareas domésticas antes de pedir ayuda. En definitiva tratan de “minimizar lo que les está sucediendo entre otros motivos porque identifican peor los síntomas que padecen. Además, el infarto en las mujeres tiene lugar en el ámbito doméstico y con frecuencia viven solas.

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